Por ejemplo, si cuando estoy en el cine sigo con interés una película que me resulta muy interesante, todas las vicisitudes del héroe o de la heroína producirán en mí una gran sensación hasta el punto de emocionarme, conmoverme, animarme o exaltarme, y es porque vivo aquellas escenas con un verismo, con una realidad que me hace olvidar por unos instantes mi propia realidad. Precisamente cuando la olvido es cuando más me emociono, cuando más intensamente reacciono ante una película bien hecha. Pero, ¿qué ocurre en esos instantes en que sólo percibo lo que veo en la pantalla, en que estoy contento, alegre o asustado, según se desenvuelva el argumento? Sencillamente que he olvidado mi noción de realidad, y aunque sigo teniéndola no la vivo como mía sino que se la doy al personaje con el que me identifico. Confundo mi noción de realidad con la suya. Estoy literalmente hipnotizado por aquella imagen, por el personaje que representa, y toda mi noción de realidad en vez de vivirla como mía, la vivo como perteneciendo a él. Yo, en aquel instante, creo ser él.
No siempre se da esta identificación absoluta. Pero recuérdense Vds. mismos en el cine y traten de averiguar cuánto rato han estado conscientes de ustedes mismos durante la proyección de una película: ¿cuánto tiempo ha estado consciente de que estaba en el cine, de que había gente alrededor? Verán que, si la película está bien hecha, ocurre un doble fenómeno: el de completo olvido de sí mismo y del ambiente inmediato, y simultáneamente un sumergirse totalmente en la pantalla, en las imágenes que nos apasionan.
Este fenómeno es una identificación. Identificación que es el producto de una mente estrecha y que no vive en profundidad, antes por el contrario lo que hay en lo profundo, la realidad, la energía interior- la proyecta hacia fuera, la vive como si perteneciera al exterior.
El fenómeno de la identificación es una manifestación fundamental de nuestro infantilismo. Y el factor básico de esta identificación es otra identificación: la que todos tenemos con la idea y noción de nosotros mismos. ¿Cómo me identifico yo conmigo mismo? ¿Acaso no soy yo el mismo? Hablo de la identificación que establecemos con nuestra idea e imagen de nosotros mismos. Pero, ¿es que no puedo identificarme con mi idea de mí mismo? Lo que sucede es que no me doy cuenta de que tengo una idea de mí mismo y ahí está precisamente la identificación. Creo que yo soy eso que pienso. Si no estuviera identificado, vería que tengo una idea, pero precisamente debido a la identificación no me doy cuenta de que tengo una idea a la que estoy agarrado y crispado y que me vivo absolutamente todo yo según esa idea. Si automáticamente me crispo y me agarro a multitud de ideas según sean favorables o no al contenido de mi idea del yo, es porque estoy fundamentalmente agarrado a esta idea del yo. O sea, que yo no vivo directamente mi realidad vital, mi realidad central, energética, espiritual, de donde brotan mis impulsos de un modo puro, auténtico, espontáneo. Mi mente se ha acostumbrado a quedar centrada sobre la idea que me he formado de mí, porque esta idea es la que me sirve de barrera y a la vez de tamiz para relacionarme con el mundo y dejar entrar y salir sólo lo que me convenga.
Extracto del libro Plenitud en la vida cotidiana. Editorial Cedel, 1981.