Quizás esos ricos y avaros de los que habla el Evangelio sean esas personas incapaces de dar, de estar disponibles, incapaces de amar, porque no están conectadas con el amor o tienen demasiado cerrado el corazón. Son personas que miden lo que dan y lo que reciben, si dan lo hacen con la prudencia de que no te acostumbres (avaricia), si reciben están pensando en que algo te tienen que devolver o piensan en qué tendrán que dar a cambio (otra forma de avaricia y de restricción). Ante este tipo de personas, o ante este estado de ser que por suerte en algunas personas es ocasional, se te encoge el corazón. Cuando alguien nos trata desde la cerrazón o la defensa y no está disponible y abierto, no solo se nos encoge el corazón, también podemos sentirnos perdidos y desorientados... O incluso heridos o despreciados. Si antes no estamos preparados para el golpe o el desdén que puede suponer ese trato o somos suficientemente conscientes de las heridas del otro.
En otras ocasiones, quienes están con el corazón cerrado pueden incluso hacer sentir culpable al que no es como ellos pues son ellos quienes saben vivir midiendo, poniendo límites, restringiéndose sentimentalmente porque creen que eso es madurez… y control… Pero no saben que están atrapados en los miedos, quizás de la infancia, que del miedo al “coco” se ha pasado al miedo a los demás o a los propios sentimientos. Lo que es más bien el miedo a ser vulnerables ante otros, el miedo a necesitarles, el miedo a compartir de verdad y en definitiva es el miedo a sí mismos y al amor real. Se creen “ricos”, pero son los avaros más pobres. Incluso puede que sean más pobres que esos que solo tienen dinero y se lo guardan egoístamente para sí mismos.
Hay que tener en cuenta que cuando una persona actúa así puede no ser consciente y es posible que incluso se sienta muy generosa, porque a veces da o pide "limosna" emocional, migajas que caen de una mesa que cree llena de algo que se corrompe porque no se comparte y acaba helando el corazón. A veces es algo muy sutil, una persona generosa en sus principios, puede ser muy rígida con sus sentimientos y pensar que eso es amar a otros, porque les pone los límites o porque así protege de algo supuestamente peligroso, cuando lo que hace es protegerse de implicarse de verdad con la vida, lo que le abriría espacios para una felicidad real.
A veces me da la impresión de que esa restricción emocional es miseria, es pobreza, es sufrimiento y es vacío que se llena con falsos principios (fariseísmos), ideologías o incluso ideas heroicas (falsos salvadores del mundo).
Incluso esas actitudes se cuelan en los mundos de la espiritualidad en estos tiempos en los que está de moda la meditación, o más bien una visión superficial de la misma, pues vemos que incluso meditadores y buscadores espirituales, se empeñan en no sentir, en decir que no son eso que sienten, porque a alguien se le ha ocurrido pensar que sentir es “malo” y que hay de alejarse y mirar "desde fuera" y con recelo esa capacidad humana de sentir, que nos lleva a vincularnos con otros. Pero no nos confundamos. Una cosa es no implicarse con una emoción intensa que no lleva a ningún lugar, aunque uno pueda aceptarla dentro de sí como una expresión de una dimensión interna… Otra cosa es disociarse emocionalmente y vivir abotargado, confundiendo frialdad y abotargamiento con maestría espiritual. Me viene ahora a la mente la intensidad emocional del monje protagonista de la película Zen (el fundador de la escuela soto Zen). Un hombre implicado con los demás y con el corazón abierto, estando disponible para ayudar a los que sufren y llorando por y con ellos. ¿Un maestro zen sintiendo? Sí, un maestro Zen conectado con la realidad y el amor.
Maribel Rodríguez
http://www.maribelium.com/
Podrás ver a Maribel Rodríguez del 12 al 14 de Octubre en el Congreso "Autoconocimiento y Espiritualidad en el siglo XXI. Práctica de la obra de Antonio Blay".
Más información: congresoantonioblay.com