El inconsciente es, por lo tanto, un inmenso almacén con ingentes reservas de energía. Pero no de energía que se haya de elaborar todavía, sino ya fabricada y presente. Sólo que está inmovilizada porque no disponemos de la llave de salida que nos permitiría utilizarla. Si pudiéramos incorporárnosla y tomar conciencia de ella haciéndola pasar por nuestra mente, por nuestro yo-experiencia, aumentaría de modo extraordinario el coeficiente de nuestra energía consciente y de nuestra seguridad interior.
De estas reservas que existen en el inconsciente, producto sobre todo de los impulsos reprimidos, es de donde surgen todas nuestras aspiraciones, y nuestro deseo de llegar a ser más, en cualquier orden. La ambición de convertirnos en personas más importantes, ricas, poderosas, socialmente consideradas, fuertes, todo ello en grado superlativo, es decir el yo-ideal con el que todos soñamos (aunque algunas veces tratemos de disimularlo) extrae su fuerza de las represiones que obran en nuestro inconsciente.
Puede deducirse de aquí lo importante que sería para nosotros actualizar las reservas del inconsciente y convertirlas en experiencia actual, transfiriéndolas al yo consciente. Porque conseguir esto es hacer desaparecer automáticamente la necesidad de forjar sueños que solo pueden verse cumplidos en el futuro, y de estar siempre imaginando, divagando, levantando castillos en el aire. Con ello se elimina la susceptibilidad y cualquier sentimiento de inferioridad. No porque el hombre se haga superior a si mismo, sino porque por vez primera se encuentra en verdad a sí mismo, es él mismo, porque antes no lo era del todo, pues vivía en parte de lo que no era realidad.
Antonio Blay Fontcuberta. “Energía personal”. Ediciones Índigo. 1990. Barcelona.