Esto mismo podemos aplicarlo cuando estamos leyendo o escuchando. Ahora, por ejemplo, ustedes me están escuchando; si aprendieran a escuchar del todo, comprenderían no sólo lo que digo externamente sino también lo que hay en mi mente detrás de las palabras, las resonancias que existen en mi interior; y no sólo eso, sino que al mismo tiempo sentirían sus propias resonancias, su comprensión y la respuesta que viene de sus niveles intuitivos o afectivos. Se trata de acercarse un poco más a esta realidad interior, de abrirse un poco más a la luz, pero no por las ideas que se comunican -pues las ideas, en tanto que ideas, no sirven para gran cosa-; lo importante es el punto del cual proceden las ideas, y el punto desde el cual pueden ustedes reconocer las ideas. Las ideas no son más que un símbolo, una contraseña para enterarse de algo que está más allá de la contraseña misma. Las palabras tienen siempre ese carácter de símbolo cuando brotan, cuando proceden directamente de la fuente. Y el que está atento sabe remontarse del símbolo a la cosa simbolizada, de la manifestación a la causa que la produce.
Esto que explico puede aplicarse a cualquier situación: cuando leemos, cuando estamos hablando a un niño pequeño, cuando tenemos que soportar las molestias de las otras personas, cuando llegamos tarde o cuando tenemos dificultades económicas; en cada instante se presenta una nueva ocasión. Esta ocasión no la hemos de ver sólo cuando estamos con personas simpáticas, agradables, elevadas, está en todas las situaciones, nos gusten o no nos gusten, aun en las más insignificantes.
Antonio Blay Fontcuberta, "El trabajo interior", Ed. Indigo, 1993.