Por lo tanto, esta Presencia activa de Dios no es sólo un objeto de devoción, no es para girar alrededor de ella como gira un satélite alrededor de un astro, sino más bien es como conectar un trole con el cable de alta tensión, gracias al cual la energía se transmite a la máquina particular y la dinamiza. Es ponerme en contacto con lo que es mi fuente absoluta, con el verdadero Yo, con el verdadero Ser esencial del cual yo soy una expresión en cada momento.
La Presencia de Dios vivida de esta manera es una afirmación total de uno mismo sin necesidad de afirmarse en lo exterior; uno se siente afirmado en su conciencia de ser, en su plenitud, en su seguridad, en su libertad. Ya no necesita reivindicar su seguridad y su afirmación mediante el quedar bien ante los demás, no necesita sentirse aprobado o alabado, su seguridad no depende del «tener» una casa, un ambiente social, etc. Todo esto puede necesitarlo el cuerpo, como es natural. Pero interiormente uno no necesita nada de esto para sentirse seguro, pleno. Está centrado precisamente en el otro extremo de las cosas: en el extremo de las causas, de la Causa Suprema, y no en el extremo inferior de los efectos.
Uno descubre que nunca las cosas pueden darme nada; lo único que me puede dar es la Causa, la Fuente Absoluta que me hace ser. Y que todo lo que yo puedo llegar a realizar, a vivir, a ser, me viene a través de la Fuente, nunca a través de los efectos, de las cosas, de las personas. También descubro que esta Causa que es la base de mi ser, de mi afirmación y de mi capacidad de hacer, es la misma que se expresa luego en forma de hechos, de personas, de circunstancias. Dios en mí me estimula a la acción y el mismo Dios a través del exterior responde a este estímulo. En la medida que yo me abro a la Presencia de Dios, mi interior y mi exterior se armonizan. En la medida que yo me cierro en mi conciencia aislada, individual, me separo de lo exterior y todo se convierte en extraño, en posible enemigo, y eso me hace vivir con angustia, a la defensiva o atacando. Pero si yo me abro a la Presencia de Dios descubro que esta misma Presencia es la que actúa dentro y fuera de mí.
Esto quita todo temor, porque me va vinculando más y más con todo, con personas y circunstancias; y me siento unido a todo, no veo oposición, veo que hay una misma dirección, una misma Inteligencia Suprema, una misma Voluntad y un mismo Amor que se están expresando a través de la inter-acción y a través de las diferencias. Y al vivir la afirmación central no busco la afirmación de lo exterior. Entonces consigo una libertad respecto a las personas y a las cosas porque no dependo de ellas, no las necesito para sentirme yo; pero al mismo tiempo me siento más próximo al interior de las personas y de las situaciones porque estoy más próximo a la Causa de mí y de estas situaciones, que es Dios.
Por esto, la vida cambia por completo de significado, de sentido; deja de ser una huída o una búsqueda compulsiva de seguridad personal para convertirse en un medio de expresión constante de algo maravilloso. Mi inteligencia actuará porque es su naturaleza el comprender, el ver; mi capacidad de hacer funcionará igualmente, porque para eso la tengo; Dios se expresa estimulando mis capacidades de hacer, de pensar, de conocer, de amar, de crear. O sea, que eso no elimina para nada nuestra vida activa, sino que ésta alcanza su máximo. Pero en lugar de alcanzarlo por un esfuerzo tenso y angustiado para conseguir unos objetivos, lo alcanza porque se convierte en un medio de expresión sin obstrucciones, adecuado a la expresión creadora de Dios a través de mí en cada momento.
Personalidad y Niveles Superiores de Conciencia
Antonio Blay
Editorial Sincronía, 2016