Se trata, pues, de que yo cultive esa claridad de conciencia de mí mismo y que en el momento en que estoy frente a la persona o situación que para mí representa esa cualidad que admiro, que yo evite ese gesto de «ausentarme» psicológicamente de mí para atender sólo a lo otro.
Debo mantenerme consciente de mí, y manteniéndome así, he de abrir, relajar mi mente y mi afectividad, viendo al otro, mirando al otro, mirando lo que admiro. Las dos cosas simultáneamente: la conciencia de mí y la apertura mental afectiva a lo que admiro, en una conciencia global unificadora.
Éste es un entrenamiento necesario, no difícil, pero que hay que practicar deliberadamente, ya que habitualmente nuestra atención funciona de modo intermitente; unos momentos iluminando nuestro interior y en otros iluminando el exterior. Y nunca está iluminado por completo todo el panorama, todo el campo de la conciencia: se va de un sector al otro, aunque el desplazamiento se haga con rapidez.
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Se trata de no «cerrarse» al impacto de lo exterior, de no «filtrarlo» a través de la mente y de su censura, sino de abrirse totalmente. Entonces, la cualidad no se detendrá en estas zonas de la mente, sino que penetrará, produciendo una resonancia profunda (como un shock), y se actualizará en la propia conciencia instantáneamente. La actualización se produce matemáticamente, en relación exacta a la apertura de la conciencia y a la vez al grado de cualidad que se percibe en lo que llamamos exterior. Es exactamente esto lo que se actualiza; y se nota. Es una experiencia transformante. La persona nota dentro de sí una sensación extraordinaria, con una especie de escalofrío, porque se ha actualizado en la persona una cantidad de energía y un valor cualitativo que hasta el momento no estaban conectados con el yo- experiencia, sino con el sector en el que tenemos archivado lo que llamamos «mundo».
No se trata de «creer» que yo tengo aquella cualidad, no se trata de «hinchar» el yo-idea con fantasías, suposiciones o deseos. Se trata de abrirse directamente a la experiencia, de manejar cargas de energía y cualidades en el yo-experiencia. Se trata de vivir la realidad directa de las situaciones; la realidad de mí y la realidad inmediata de lo que percibo en el otro. Es el núcleo del yo-experiencia el que ha de funcionar: no unas ideas, unas teorías, unas interpretaciones. Es vivir el presente de un modo directo, inmediato, sin intermediarios, con la mente y el corazón abiertos. Es ofrecer nuestra vida totalmente como respuesta inmediata a la situación. Y esto producirá en nosotros una actualización interna de fuerza, de realidad, de seguridad, de paz; así recuperaremos poco a poco lo que ha sido siempre nuestro. Y también esto se traducirá en una posibilidad más auténtica de comprensión y comunicación con los demás.
Antonio Blay Fontcuberta. “Personalidad y niveles superiores de conciencia”. Pág 231. Editorial Indigo. 1991