Todo lo que yo tengo lo tengo para darlo, todo lo que tengo lo tengo porque me ha sido dado, y me ha sido dado para que yo, a mi vez, lo entregue. Todo lo que tengo no soy yo. Sólo cuando entregue lo que tengo seré yo. Cuanto más aprenda a entregar todo lo que tengo, más rápidamente yo recuperaré mi identidad. Lo que yo tengo no me pertenece; lo que yo tengo pertenece en todo momento a la vida, pertenece al todo, a la humanidad. Cuando yo entrego algo no hago otra cosa que restituir las cosas a su sitio, de la misma manera que un día habré de entregar la materia que forma mi cuerpo para que se reintegre con el campo de fuerzas materiales que hay en la tierra. Exactamente igual, todo mi campo de energías afectivas y mentales pertenecen a un campo universal de energías afectivas y mentales. Es a causa de una idea de identificación, de una apropiación indebida, que yo creo que yo soy eso que tengo. Esto que tengo nunca ha sido mío; ahora bien, es gracias a eso que se produce en mí esa evolución, ese ciclo, por lo que yo puedo adquirir conciencia en mi personalidad de la identidad que ya estoy siendo mi centro. Mi Yo no necesita ninguna evolución, mi Yo no necesita ninguna iluminación, ninguna realización. Lo que yo llamo realización no es otra cosa que la toma de conciencia de esa Identidad Central en lo que es ahora el mecanismo de mi mente consciente. Y esta realización existencial, esta realización en el tiempo, es un acto profundamente social, porque es producir un descenso de unas energías superiores a un nivel de mi conciencia personal; y, como mi conciencia personal forma parte de la conciencia de la humanidad, como es una parte en el plano de la mente en la tierra y en el plano afectivo de la humanidad, entonces esta energía superior que se manifiesta a través de mí permite iluminar, impulsar, elevar la vibración de esa conciencia humana en general y de ese plano mental o afectivo o físico, en particular. Es una colaboración a la verdadera redención de la conciencia elemental. Es una ayuda para que ascienda más y más la conciencia de lo que existe. Este ascenso se facilita cuando en mí se produce esa toma de conciencia que llamamos Realización Espiritual.
Cuando yo entrego todo lo que hay en mí, todo lo que hay en mi dinámica de la existencia cotidiana, lo que hago es devolver lo mismo que he recibido, pero lo devuelvo transformado, fecundado por el proceso que ha seguido en mi propia conciencia. Esa es mi función: servir de transformador, para que una energía superior pueda expresarse a un nivel inferior, gracias a lo cual ese nivel inferior puede ascender. Esa es la función del trabajo espiritual. Mi yo no necesita ninguna liberación; el yo es ya algo liberado. Es mi ilusión la que necesita liberarse, es mi engaño, mi identificación. Pero en la Realización no se produce ningún cambio substancial. En la Realización simplemente descubro lo que yo he sido siempre. Por lo tanto, hemos de ver la expresión como un medio gracias al cual yo entrego, yo ayudo, yo doy, yo sirvo a los demás. Cada situación de contacto es una demanda para que yo haga esta respuesta total. Tan sólo es mi temor, mi ignorancia, mi pequeña mente, lo que me hace defender, retener cosas en mi interior. En cada instante he de dar lo mejor de mí, y darlo del todo. No es reteniendo cosas que yo me haré fuerte; es dando lo mejor de mí que yo descubriré esta realidad.
Texto extraído del libro de Antonio Blay: “Caminos de Autorrealización. Tomo III – La integración con la realidad exterior”. Ediciones Cedel - Año 1982