Cuando se vive lo fundamental hay una total libertad en cuanto a las formas. En la medida en que las formas me detienen, que me apego a ellas o las rechazo, quiere decir que yo me estoy viviendo como forma; por lo tanto la relación humana es un test y a la vez una escuela para ir despertando.
En la medida que voy viviéndome en lo que soy, dejo de vivir para conseguir cosas, dejo de utilizar al otro para que me dé o me escuche; me dé seguridad o me dé afirmación de mi propio valor. En la medida que vivo la realidad mía -la energía, la felicidad y la comprensión-, el otro es un medio, gracias al cual yo expando esa comprensión, ese amor, esa energía. Amar a alguien no es hacerle ningún favor; en cambio el personaje siempre vive el amar a otro como que está haciéndole un favor especial, favor del que espera una serie de pagos , de compensaciones. Amar a alguien es un privilegio, el privilegio de poder expresar en la existencia lo que yo soy como esencia y por lo tanto es el otro que me hace un favor a mí cuando yo puedo amarle y comprenderle; está enriqueciéndome, está haciéndome crecer.
En el fondo el sentido de la relación humana es llegar a vivir en la unidad detrás de la multiplicidad, permitir que la multiplicidad, que las diferencias existan completamente, pero que, a la vez, yo sea capaz de aceptar esas diferencias radicales porque estoy viviendo lo que está detrás de las diferencias, que es, una vez más la inteligencia, la afectividad, la energía.
La relación humana es, por un lado, un modo de crecer; por otro lado es un modo de expresar en el mundo concreto lo que soy en el mundo abstracto. Es un proceso constante de creación, de crecimiento, de juego gozoso, de poder compartir un poco más con el otro lo que yo soy y lo que el otro es en el fondo.
La relación humana ha de limpiarse de ese sentimentalismo que hemos adquirido en virtud de un personaje de ser bueno. La relación humana ha de basarse en la realidad, no en el deber moral de ser buenos, sino en un realismo exigente. Sólo el realismo exigente conduce a la unidad. Por lo tanto veamos con claridad el juego que solemos hacer de que yo soy amable para evitar conflictos y los problemas que me crean esos conflictos. El juego que estoy haciendo por el que estoy siempre tratando de evitar que el otro se enfade ¿porque lo amo?, no, porque temo que en su enfado me dirá cosas muy desagradables y entonces yo tendré que vivir hacia él cosas desagradables. Esa bondad está basada en la debilidad y el temor. Sólo cuando soy fuerte puedo ser amable. Cuando soy fuerte no temo, no necesito defenderme y entonces el amor y la amabilidad son auténticos , son genuinos.
Texto extraído del libro: Ser. Curso de psicología de la autorrealización. Antonio Blay. Editorial Indigo 2009