Ahora bien, no hemos de confundir lo espiritual con las formas culturales religiosas, llamadas espiritualistas; todas las formas culturales están en el terreno de la mente, en el terreno de las conductas exteriores, de las acciones que dependen de la mente y del yo-idea. Nada del exterior nos puede dar nada del nivel superior. El nivel superior se desarrolla como todo lo genuino desde dentro. Puede haber personas que leen mucho, que practican mucho una serie de normas y de enseñanzas que se les ha dado y que, no obstante, no viven en absoluto nada de lo espiritual; y sin embargo, puede haber personas que están renegando de todo lo que tiene nombre de espiritual o de religioso y que, en cambio, están viviendo una auténtica espiritualidad. La espiritualidad viene dada cuando lo que son niveles superiores amanecen, se mueven, surgen, sea con el nombre que sea.
Ya hemos dicho que la primera fase del camino en lo espiritual se manifiesta por una inadaptación, por una inadecuación con el modo de vida; lo que son satisfacciones para los demás, a uno no le satisfacen; lo que sirve de compensación para la mayor parte de las personas, a uno no le compensa. Hay una demanda que es persistente, más allá de que las cosas vayan bien o vayan mal. Esto es la garantía de que la demanda es auténtica; no hace falta que uno sienta una demanda ansiosa, urgente, no. Esto surge, en verdad, de una manera muy suave, pero la característica no está en la intensidad, sino en la persistencia; cuando uno descubre que a través de los años, que a través de los vaivenes de su situación material y psicológica, hay una constante aspiración de algo más, ese algo más está pidiendo abrirse paso, existe esa demanda espiritual.
Que la personalidad se encuentre mínimamente desarrollada.
El segundo requisito es que la persona haya desarrollado hasta un grado mínimo, por lo menos, su personalidad. Por su personalidad queremos decir lo que hemos explicado en toda la primera parte, o sea, que la persona haya vivido sus experiencias, que haya desarrollado su mente, su capacidad de afrontar situaciones, que su afectividad tenga un cierto grado de madurez, porque en la medida que la mente no se haya desarrollado, que lo vital esté totalmente reprimido, habrá tal cantidad de distorsiones en la persona, que aunque exista una demanda genuina, y puede existir, su trabajo quedará constantemente deformado, su trabajo estará confuso y no podrá encontrar un cauce, diríamos, armónico de desarrollo, precisamente porque le faltan los instrumentos.
El desarrollo de la personalidad no puede ser sustituido por nada, el desarrollo de la personalidad hay que hacerlo y para eso tenemos la personalidad, para desarrollarla, ya que si no la desarrollamos, no cumple su verdadera función de servir de instrumento a algo superior. Por esto, aunque tengamos baches o lagunas en nuestra formación de la personalidad, de nuestra mente, nuestra afectividad, voluntad, etcétera -¡quién no la tiene!- el desarrollo espiritual, si está bien dirigido, comportará el que la persona complete la formación de su personalidad, será el mismo ahondamiento en lo espiritual que le obligará a afrontar situaciones de las que antes huía, a desarrollar una capacidad de concentración que antes no había conseguido, desidentificarse de unos efectos, de unos conflictos o de unas pasiones que, hasta ahora, consideraba insuperables, esto le será necesario, le vendrá impuesto por su interior, no del exterior, le vendrá impuesto del interior el que consiga una mayor madurez en su formación personal.
Decimos, por lo tanto, que el primer requisito es que haya una demanda auténtica y, el segundo, que la personalidad esté desarrollada a un grado mínimo.
Sinceridad de respuesta.
El tercero es que la persona responda sinceramente a la demanda. Y aquí nos encontramos con ese problema que todos conocemos, en un grado u otro. Estamos constantemente regateando; por un lado, hay en mí una demanda que es algo genuino, pero, por otro lado, está mi vida corriente, llena de preocupaciones, llena de ocupaciones y, sobre todo, llena de hábitos. Y es ahí donde surge realmente la dificultad, durante mucho tiempo mis hábitos de conducta no me permiten responder con sinceridad a la demanda de lo espiritual: no tengo tiempo, ahora no puedo, no tengo condiciones, más adelante; uno empieza un día porque está entusiasmado, a los dos días se acabó todo. Quizá es que la persona no sabe responder con sinceridad, se deja llevar por sus automatismos, está conducida por su inercia, pero la persona tiene que pronunciarse con claridad sobre esa demanda del interior. Si yo decido que eso vale, yo he de poner todos los medios que están a mi alcance para que, eso que vale, yo pueda vivirlo, trabajarlo, abrirme a ello y saber descubrir todas las trampas que me están haciendo mi mente y mi vitalidad, mi rutina, mi inconsciencia, saberlas descubrir, denunciarlas y actuar de un modo inteligente para neutralizar esa inercia.
Texto extraído de la obra de Antonio Blay: Tensión. Miedo y liberación interior.Editorial Indigo