El problema es que como nosotros estamos viviendo metidos en la mente, esa mente fraccionada, esa mente metida en la idea particular de uno, entonces, como uno se vive como una parcialidad, está buscando siempre al otro para llegar a una totalidad. Y cree que no puede ser feliz si no es gracias a lo que le venga del otro. Realmente no es así. Toda capacidad de sentir amor, gozo y felicidad surge de mí, no me viene de fuera. De fuera me puede venir el estímulo, la persona que se me muestra amable; pero lo que me hace feliz no es el que se me muestren amables, sino lo que es el origen de todo. La felicidad es mi naturaleza profunda y todo lo que yo vivo es expresión, en un grado u otro, de esa felicidad, como es expresión de mi inteligencia y de mi potencia-energía.
El medio para realizar la felicidad es que yo me obligue y haga la gimnasia activa de dar felicidad, dar amor, dar gozo, aunque crea que no los tenga. Como están en mí, en la medida en que me obligo a dar activamente, a ejercitar activamente, estoy haciendo que se ponga en marcha el potencial en ese sentido, pero para eso debe de haber la convicción, la evidencia y la resolución de que la felicidad es mi naturaleza auténtica.
Uno comprueba que en la medida en que muestra sinceramente amor, gozo y felicidad -son tres grados, tres fases de una sola cosa: el amor es en el sentido relacional, el gozo como estado interior, la felicidad es como realidad en sí-, en la medida en que pone en marcha la expresión de eso, uno se da cuenta de que va creciendo en eso, o mejor dicho, que eso crece en uno más y más. Y que el crecimiento sólo depende de eso, del uso que yo haga de mi propio potencial, al ser capaz de amar más y más al otro. Amar al otro quiere decir interesarme por el otro, querer el bien del otro, vivir la importancia del otro, por lo menos con tanta fuerza como vivo la importancia hacia lo que llamo mío, lo que llamo yo. Pero no solamente en el amor, también en el gozo, en la alegría, en la felicidad. Entonces uno se da cuenta de que en la medida en que ama, en que se <interesa por> cada vez vive más la unión con todo lo demás. Lo que me separa es el aspecto analítico de la mente porque se apoya puramente en la diferencia de formas. En cambio, en la medida en que me intereso por el otro, el amor me vincula más profundamente con él, me va descubriendo ese fondo único que somos. Por eso, el amor, en la medida en que se va expresando realmente, me va haciendo sentir a la misma altura que todos y me va haciendo vivir la unidad real que todos somos. Uno descubre que todos somos formas particulares de un solo amor, y que el amor nos une por el centro. No sólo el amor, sino la felicidad; el amor es la expresión de la felicidad. Cuando se expresa a través de una parte hacia otra parte tiende a la unidad, tiende a la felicidad, pero surge de la unidad esencial que somos. A ese amor podemos llamarle Dios; tal vez sería más adecuado llamarle Felicidad.
Texto extraído de la obra de Antonio Blay "Despertar y sendero de autorrealización. Una trayectoria personal". Editorial Indigo 2010