Asociación para el Desarrollo de la Conciencia y la Autorrealización
En el Trabajo llamamos “demanda” a esta fuerza que nos mueve a buscar algo sólido y real; normalmente desde un estado de desorientación y desconcierto que procuramos disimular manteniendo en lo posible el comportamiento que la sociedad espera de nosotros como buenos profesionales, buenos padres y madres de familia y, en general, como personas cívicas y responsables. Pero, como se dice, la procesión va por dentro: nos resulta cada vez más difícil percibir un horizonte que nos ilusione, tener un propósito que compartir con la gente de nuestro entorno o sentir esperanza por el futuro de una sociedad que, en vez de caminar hacia el equilibrio y la solidaridad, parece deslizarse hacia el egocentrismo y el conflicto artificialmente provocado.
Las charlas y comentarios de la última edición del Retiro de Oseira se han desarrollado en torno a la relación entre los diferentes planos en los que se mueve nuestra existencia: con una especial atención a la influencia de los niveles superiores en nuestra vida cotidiana.
Lo primero a destacar aquí es la tendencia que tenemos, heredada de la religión tradicional, de mirar a lo superior con una óptica utilitaria: para pedir que nos ayude en los problemas típicos de la existencia cotidiana y, a poder ser, nos los evite. En parte, la incredulidad de mucha gente, procede del fracaso evidente de estas peticiones. Aunque muchos puedan sentirse algo más seguros si confían en esta protección; o considerar incluso que las dificultades que les sobrevienen son una muestra de especial interés que muestra lo Superior por su desarrollo personal o espiritual. No se trata de negar la influencia positiva que lo Superior puede ejercer en nuestras vidas cotidianas, pero sí de enfocarlo desde otra perspectiva menos milagrosa y más eficaz de cara a producir estos resultados.
Hemos nacido en una realidad física y mental que va progresando poco a poco desde el instinto hacia la conciencia. Progresa sobre todo porque, desde unas instancias más elevadas, se siembran periódicamente nuevos arquetipos que proponen una visión más profunda y holística de la realidad desde un nivel de conciencia superior que intuye y se acerca al Ser.
En este proceso debemos vencer un tropiezo monumental que es el personaje. El personaje es fruto de una alteración artificial de la mente que, en la práctica, desprecia a la persona y a su capacidad inherente de ver, amar y actuar en el mundo. Lo hace encargándole un objetivo: revestir una forma concreta de ser que, supuestamente, le ha de proporcionar identidad, fama y poder.
Por tanto, la persona no es ni vale nada de por sí: es, vale y puede en la medida que su entorno la reconoce.
“Por haber comido de árbol de que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos y comerás la hierba del campo. Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.” (Génesis, 3, 17-19)
Los diferentes niveles de conciencia que podemos experimentar nos conducen a vivir en realidades distintas. Por eso es tan difícil dar consejos útiles a la gente que está en un nivel determinado y lo vive como algo problemático. No se puede hacer otra cosa que animarles a superar estas dificultades tomándolas como punto de referencia de lo que han de ejercitar.
A veces esto se interpreta como falta de compasión, pero es el único consejo que podemos dar. ¿No nos sentimos comprendidos?, observemos si nos entendemos nosotros mismos, miremos si nos queremos justificar ante los demás porque no estamos convencidos de nuestra propia postura. ¿No nos sentimos valorados?, haremos bien de examinar si estamos respondiendo conscientemente a las situaciones que se nos presentan, sin esperar agradecimientos o recompensas. ¿Nos parece que no vamos a conseguir lo que deseamos?, veamos si estamos poniendo los medios necesarios para ello o esperamos que suceda un milagro de estos que no existen.
Blay comentaba que la sociedad se regía por leyes distintas en función de su nivel evolutivo; y distinguía tres niveles de conciencia social: el que se basa en la Ley del mas Fuerte, el que se apoya en la Ley del Intercambio y el que se construye sobre la de la Ley del Amor.
La Ley del más fuerte fue la hegemónica hasta la Revolución Francesa, la del Intercambio es la que estructura el actual Estado de Derecho y la Ley del Amor es por el momento una utopía que intuimos en una colectividad futura más evolucionada. No obstante, nuestra sociedad actual incluye muchas estructuras que se rigen todavía por la Ley de más Fuerte y presenta también algunas manifestaciones de la Ley del Amor.
Ejemplo del primer caso es la economía de mercado que gira en torno al beneficio y ejemplo de lo segundo las organizaciones que intentan paliar el desequilibrio que produce este sistema, marginando a sectores de la población hasta el punto de hacer peligrar su subsistencia.
Para cada persona el mundo es lo que ella piensa e imagina en relación a lo que entiende por mundo. Cuanto más pequeño y limitado es este mundo que imagina, más necesita que su representación sea cierta. Si lo único que vive como absolutamente real es su cuerpo y su forma de pensar, lo lógico es que se identifique con este cuerpo y con esta manera de pensar.
¿Pero qué pasa si se le hace la siguiente reflexión?: tu cuerpo es el resultado del código genético de tus padres que tú has cuidado más o menos; y tu manera de pensar es fruto de las ideas que te han metido en la cabeza de pequeño, ideas con las que estás más o menos de acuerdo. ¿Qué has añadido personalmente tú a tu cuerpo?, ¿qué idea de la realidad has descubierto tú personalmente?
Se ha hecho famosa la frase con que Blay empezaba sus cursos: “No os tenéis que creer nada de lo que os diré porque os voy a dar también las instrucciones para comprobarlo por vosotros mismos”, así que en el camino de Blay la teoría y la práctica no se pueden deslindar una de otra. Y acabamos de realizar un Congreso que hemos subtitulado: “Práctica de la línea de Antonio Blay”, en el que hemos presentado frutos evidentes de este camino, conseguidos a través de un método estructurado que se revela efectivo y eficaz mediante un esfuerzo prolongado y tutelado por quienes lo han recorrido previamente. Así que la práctica que proponemos no se puede separar del trayecto ni se pueden utilizar para enriquecer esta clase de macedonias de diversos ejercicios que ahora están tan de moda.
Hay que retroceder algunos años para encontrar explicación al panorama que contemplamos a diario al abrir las páginas del periódico. El que lo abra por vez primera no encuentra ideologías enfrentadas ni propuestas alternativas, solo encuentra insultos, cada vez más subidos de tono; y últimamente, propuestas de inhabilitación del contrario. No hay conflicto en el sentido de alternativas para regir la colectividad de formas diferentes, hay gente que molesta, gente que hay que anular porque, supuestamente, la están destruyendo.
La política aparece como una de las cuestiones que más preocupan, porque ha dejado de ser política y se ha convertido en una riña de patio de colegio. Lejos quedan los años en los que se votaba a favor de una determinada propuesta, aunque solo fuera por simpatía, ahora se vota en contra de alguien.
Algunos de los libros de Antonio Blay están digitalizados: una docena aproximadamente. Esta circunstancia permite utilizar la función de búsqueda de Word para constatar el número de veces que un determinado concepto aparece en la obra. Pensando en las recientes controversias acerca de si debemos mezclar a Blay con la religión o hemos de presentar una perspectiva laica de su camino, se me ocurrió utilizar esta función para ver la incidencia de estos tres conceptos: espiritualidad, religión y laicismo, en sus páginas. El resultado fue que encontré la palabra espiritualidad 56 veces y la palabra religión 104, pero las palabras laicismo o laico, no aparecieron ninguna vez. Lo sorprendente fue que, al repetir la experiencia para ver la cantidad de veces que aparecía la palabra Dios, el resultado fue de 2.685 veces.