Si la felicidad la somos, no puede depender de las circunstancias porque lo que somos lo somos siempre, en cualquier situación. Y dado que la mayoría de situaciones por las que atravesamos ofrecen alguna dificultad que nos puede causar sufrimiento, tenemos que hacer el esfuerzo de entender cómo se puede ser feliz en estos momentos en vez de desgraciado. Para eso es preciso estar situados en unplano de conciencia superior al habitual y hacer justamente lo contrario de lo acostumbrado: procurar actualizar el amor que somos en estas circunstancias, especialmente aquellas que el personaje considera adversas para sus intereses.
Esta actitud supone pasar por encima del sentimiento habitual de rechazo que experimentamos en estas ocasiones y poner la atención en eso que se nos presenta como adverso. Normalmente no prestamos atención a lo que nos molesta, lo que hacemos es juzgarlo de forma peyorativa y rechazarlo emocionalmente, con lo cual sólo conseguimos dar mayor fuerza a la negatividad. Prestarle atención implica reconocerlo como real, con la misma realidad que nos adjudicamos a nosotros. Reconocerlo como real no es lo mismo que aceptarlo porque de entrada me seguirá pareciendo mal; aunque veré la inutilidad de pretender que desaparezca. Nosotros somos y estamos aquí por derecho propio; y esto que nos molesta, también. A lo mejor ni tan siquiera se ha enterado de que nos está molestando. Pero lo que es seguro es que no ha venido a este mundo con el propósito de interferir en nuestra existencia. De hecho, la comparte, forma parte de ella; por eso no desaparece por más que le proyectemos pensamientos y sentimientos negativos.
Cuando la presunta molestia es un ser humano, el personaje lo utiliza para hacernos buenos, por comparación. Eso es fácil de conseguir: cuanto peor resulta ser la gente que nos rodea, más brilla nuestra bondad. Así que queda claro que somos buenos; pero no felices, porque por bueno que uno sea, es imposible ser feliz cuando estás rodeado de gente mala. Así que mejor optar por la recomendación que nos da el Evangelio y que nos insta a amar a nuestros enemigos, porque los enemigos son tan nuestros como los amigos: nadie nace amigo o enemigo, somos nosotros que los hacemos amigos, si favorecen nuestros intereses, o enemigos, si los perjudican.
Pero aunque su conducta, o su mera existencia, represente una dificultad para nuestros propósitos o proyectos, esta existencia forma parte de la realidad que les incluye a ellos y a nosotros; así que lo inteligente es incluirlos también en nuestra conciencia en vez de rechazar la realidad como injusta o equivocada.
Quizás, después de tantos años de escuchar que para ser bueno hay que perdonar a los demás, conviene resaltar que perdonar no es una alternativa propia de gente buena sino de gente lista. En vez de decir: “no seas malo”, quizás sea mejor decir: “no seas estúpido”; a ver si de esta manera hacemos más caso de las recomendaciones de lo Superior. Porque así como la bondad es algo de lo que parece que podemos prescindir o dejar para más adelante, de la inteligencia no conviene pasar; porque andar equivocado expresamente no presenta ninguna ventaja.