Es lógico que vivir de una forma contraria a nuestra naturaleza genere sufrimiento. El problema es que este sufrimiento se interpreta como una prueba de nuestra incapacidad de ser como el modelo social prescribe o como una demostración de los esfuerzos y sacrificios que estamos realizando para mejorar. Hasta que llega un día que sospechamos que aquí hay gato encerrado, porque todo este dolor se demuestra irrelevante de cara al progreso personal que el modelo propone. Más bien parece que algunos hayan nacido para pasárselo bien y otros para sacrificarse. Y no solo por cuestión de riqueza material, porque esta dicotomía se puede aplicar tranquilamente al hombre y a la mujer.
La religión ha fomentado la idea de que el sufrimiento, personal o colectivo, es un castigo divino que hay que aceptar como reparación del pecado de no haber cumplido la Ley de Dios. Esto ha sido utilizado para justificar una sociedad injusta y opresiva que ignora la dignidad del ser humano y también para desanimar a todo aquel que osara luchar por esta dignidad con la promesa de que ya recibiría su premio en otra vida. Por eso la humanidad debe tanto a personas que han luchado en contra de esta distorsión del mensaje espiritual, normalmente enfrentándose al discurso de la Iglesia institucionalizada.
Pero hay que destacar que se han enfrentado a la religión en nombre del colectivo y de la humanidad; no a título personal ni rechazando cualquier tipo de limitación moral. Lo que han hecho es aparcar la trascendencia para resaltar la necesidad de vivir la dimensión espiritual del hombre en este plano terrenal, aquí y ahora, resaltando la capacidad del ser humano de actuar de forma consciente y voluntaria.
Y cabe preguntarse si han tenido más éxito que el mensaje original de Cristo o han sido igualmente ignorados. Porque a veces parece que nos resulta más cómodo considerarnos deficientes, incapaces de hacer un esfuerzo que no tenga una contraprestación inmediata y de preocuparnos por algo que no nos reporte un beneficio personal. Procuramos que el Trabajo nos despierte, pero muchos se acogen al concepto de “personaje” para relativizar su conducta, confortados porque lo superior ha perdido su connotación de amenaza y no han de temer el infierno.
Pero el infierno reaparece en forma de guerras, terrorismo, xenofobia, machismo, vandalismo y reacción. Esperemos que nos haga más conscientes de estar desnudos y de andar escondiéndonos de nuestra esencia. Porque la impresión es que preferimos vivir en la mentira que enfrentar la verdad. Y aquí es cuando vemos clara la necesidad de conectarnos de nuevo con Dios, la única realidad segura.