Aparece aquí uno de los fragmentos más utilizados para criticar la religión: la virginidad de Maria y la encarnación de Cristo sin concurso de varón. Cuando se entiende que esto no es literal sino simbólico, este pasaje nos sitúa en una dimensión superior que arroja mucha luz. Aquí tenemos varias imágenes que nos sorprenden:
- Dios deseando a la Virgen
- Dios pidiendo permiso para encarnarse
- La Virgen aceptando ser poseída por el espíritu.
Siempre se nos ha dicho que tenemos que amar a Dios por encima de todo. Es una admonición que solemos aparcar, porque lo cierto es que hay muchas cosas que deseamos y ponemos por delante de Dios. Así que transformamos esta indicación en una especie de obligación que decidimos atender más adelante. Porque, por otro lado, se nos ha dicho que Dios es la misma Felicidad, así que podemos estar tranquilos que Él no nos necesita para nada. En todo caso esto será problema nuestro.
Pero aquí se nos presenta una situación muy diferente: Dios quiere encarnarse en un ser humano y quiere ser deseado. Por eso no se impone, por eso pide permiso. Y podemos dárselo o no.
Claro, como arriba es abajo: si Dios es Amor ha de tener alguien a quien amar y, si el amor es relación, necesitará que este alguien le corresponda. Por eso, si espera reciprocidad, deberá manifestarse de alguna manera porque nadie puede amar algo que ignora o desconoce. Y aquí nos hemos de preguntar qué pasa si estas palabras nos parecen una especulación sin fundamento.
Bueno, prácticamente todo el mundo se ha enamorado del Amor. Solemos confundir el amor con querer a determinadas personas cercanas a nosotros, pero el amor es algo mucho más amplio, extenso y al mismo tiempo esencial, nuclear.
Por eso no podemos satisfacer nuestra aspiración a la felicidad refugiándonos en un círculo limitado. Esto explica que estemos atendiendo los problemas que aparecen en la sociedad, aunque creamos que no nos afectan de un modo directo. Dios nos seduce a través de nuestra relación con todas las demás formas.
La Virgen representa aquí nuestra humanidad, que ha recibido el don de la conciencia y por tanto de la libertad. Desde su libertad acepta actuar en este mundo como vehículo del espíritu cuando podría haber optado por atravesarlo de la manera más cómoda posible. La cuestión es que la comodidad excluye la ambición, la esperanza y la utopía. Y el que ha sido tocado por el espíritu desea esto y mucho más: desea ser como Dios