Y no es eso. Lo que el Trabajo denuncia es el rechazo de la realidad, no la pretensión de mejorarla. Porque nuestra existencia consiste justamente en mejorar esta realidad aportándole una mayor luz, unidad y eficacia. Pero eso se puede hacer partiendo de lo que hay y utilizándolo como materia prima a transformar, no rechazándolo como algo inadmisible e insoportable. El rechazo no solo conduce a la parálisis sino que, por desgracia, la justifica; porque queda muy estético quedarse al margen de la realidad para no contaminarse con ella.
Lo que nosotros censuramos es la discrepancia del personaje, basada en el egocentrismo y la vanidad, no la lucha de las personas que trabajan y se esfuerzan por hacer un mundo mejor. La discrepancia es un derecho que se ejercita precisamente luchando a favor de algo, no en contra de nadie. Y el ejercicio implica hacer, no pensar ni sentir. Se puede pensar y sentir, pero es algo totalmente estéril si no se traduce en el hacer, en el actuar.
Hay una discrepancia institucionalizada que es absolutamente inútil. Es aquella que ya se sabe que no va a servir para nada. Es la de los sindicatos que se reúnen con la administración para que la administración les comunique que este año también les van a robar la paga extra a los funcionarios. A esto lo llaman ahorrar. Pero los sindicatos acuden a la reunión a sabiendas de que es cosa hecha que su presencia sólo sirve para cumplir un trámite obligado por la ley.
También es una discrepancia institucionalizada la de los partidos que presentan propuestas y enmiendas en el Congreso a sabiendas de que la mayoría absoluta del partido del gobierno, hará imposible que prosperen. Y no necesariamente porque el partido del gobierno no esté de acuerdo con la propuesta sino porque no son ellos los que la presentan.
También lo es la de los que participan en estas campañas de Internet a favor de reducir el número de políticos y el sueldo que cobran. Esta discrepancia es especialmente desagradable porque busca el mal de otro en vez del beneficio propio. Podrían defender que todo el mundo gozara de las mismas ventajas que los políticos, pero se inclinan por perjudicar a la gente que conservan una mínima seguridad en su existencia. No les exigen que cumplan adecuadamente la función para la que han sido elegidos sino que invierten su energía en quitarles los derechos adquiridos.
Esto nos conduce a una nueva manera de manipular que se basa en acusar al otro de ser el culpable de que “estemos viviendo por encima de nuestras posibilidades”. Este enfoque permite no solo despedir gente a mansalva y reducir el salario y los derechos de aquellos que permanecen empleados, sino también hacerles responsables de los problemas que tenemos a estos que “sobran”. Y así vamos a acabar siendo una “pandilla de vagos, corruptos y malversadores” que suerte tenemos de la “gente cabal” que ha decidido escarmentarnos y poner las cosas en su sitio. Como señala Gurdjieff, lo que mueve al mundo, hoy por hoy, no es el sexo sino las emociones negativas. A eso nos referimos cuando hablamos de la discrepancia del personaje.
Por el contrario, hay gente que hace propuestas, que lucha por aportar algo nuevo en su trabajo, en su medio social. Aprovecho para recomendar un libro que ha publicado Daniel Gabarró y que os podéis bajar gratuitamente de las siguientes Webs: www.sinenemigos.org (en castellano) y www.senseenemics.org (en catalán). El título es suficientemente explicito y veréis la cantidad de opciones que plantea.