Después de muchos diarios y semanarios, después de descubrir al personaje, empiezan los talleres del inconsciente. Estos también van poquito a poco y espaciados, para darnos tiempo a la transformación.
No voy a dar ninguna pista al respecto, porque la curiosidad es una llama que nos mantiene. Pero sí voy a compartir algunos efectos.
Al hablar de inconsciente, nos invade el terror e intuimos que es algo serio, algo imponente. Por lo tanto, ya se requiere una buena dosis de amor para entregarse a este taller. Pero la confianza en lo Superior, es la tabla de salvación perfecta.
La duración es de un fin de semana, y en esas 48 horas se abre un canal que nos permite volver a nuestra vida cotidiana con la capacidad de observar, comprender e integrar a un nivel más sutil y profundo. Con la facultad de percibir aspectos de la realidad que antes ignorábamos por completo.
Y esta revolución interior se manifiesta en una calma absoluta. Porque el cambio se produce en la predisposición, en la actitud de estar en cada situación. Más allá de parámetros e ideas mentales, se experimenta la presencia. Esta experiencia se sabe cierta, porque una está en la escena, en la situación, pero en una distancia física y temporal. Y esa distancia a la vez, deja espacio a las otras personas y a las propias respuestas, que a veces son tan solo silencios.
Podríamos decir que el taller es un chute directo que te impulsa a actuar. A hacerlo de una forma completamente distinta y creadora, una forma nueva que conecta con una alegría interior que evoca directamente a la niñez.
Por cosas de la vida, las circunstancias me llevaron a instalarme en casa de mi familia por unos días, justo después del taller. Esta situación me dio la oportunidad de vivir la experiencia en actitud positiva e intentado que mi estancia supusiera una mejora en la vida familiar.
Un tiempo atrás, quizás hubiera enfocado la estancia en las incomodidades que supondría y la pérdida de libertad, totalmente centrada en mí y mis intereses.
Pero esta vez, la mirada no estaba en MÍ, sino en NOSOTROS. Consciente de que alojarme allí también cambiaba sus vidas y sus dinámicas. Y este planteamiento que a priori parece obvio, a mí me ha costado unos años.
Además, esa libertad que yo atribuía a hacer lo que me diera la gana, la podía vivir de forma trasformada. Porque esa libertad que yo tenía por referencia, más bien era egoísmo. En cambio, vivir la situación desde un punto más elevado de conciencia, me dio la oportunidad de experimentar la LIBERTAD de elegir y de no darle el poder al personaje. La oportunidad de entregarme a la situación sin expectativas, con el corazón abierto y desde un plano de humildad. Entregarme sin la mirada del juicio, con actitud de aprendizaje, de comprensión; y mirar a mi padre y a mi madre como personas nuevas e intentar comprender sus razones y sus esquemas.
No todo fue coser y cantar, pero la atención y el cuidado en cada acto, por simple que fuera, se convirtió en una liturgia.
Y, en cierto modo, fue como volver a la niñez, pero con herramientas de la madurez, para reconciliar de forma muy sutil, el respeto por mis progenitores.
El resultado que expongo es una experiencia muy íntima de amor, que produce un gozo natural y sosegado.
Esther Martos Guiteras. Alumna de Jordi Sapés y ponente en el III Congreso de ADCA.