De hecho el vencejo no puede posarse en el suelo; si por causa de un accidente acaba aterrizando en un lugar plano, está perdido, porque sus alas tienen una gran envergadura y chocan con el suelo cuando pretende aletear para elevarse. Hay que alzarlo del suelo lo suficiente para que pueda moverlas con la fuerza precisa para levantarse. Y esto resulta bastante complicado porque el pájaro se asusta cuando alguien se le acerca y sacude unos picotazos de consideración con su pico corto pero duro.
La alegoría está clara: Una vez despiertos nuestra vida se desarrolla en un nivel de conciencia superior desde el que podemos dar respuesta a todas las situaciones que la vida nos presenta. No necesitamos descender a los niveles inferiores ni tan siquiera para practicar el sexo que, dicho sea de paso, no tiene nada de inferior.
Los niveles inferiores de conciencia nos anulan, nos incapacitan, nos convierten en un simple reflejo de lo que sucede fuera de nosotros y nos transmiten la impresión de ser impotentes y estar amenazados, incluso por aquellos que pretenden rescatarnos. En este nivel el espíritu no puede operar porque carece de espacio para moverse y expresarse.
Así que es fundamental no caer en la trampa de dejarnos arrastrar por las ilusiones y temores del personaje creyendo poder descender a su nivel de manera provisional porque vamos remontar el vuelo en el momento en que lo decidamos.
Una de las trampas más peligrosas es la del personaje conocedor de las ideas del Trabajo que las utiliza para sostener su yo ideal, encontrando en ellas una nueva base para criticar a los que no las comparten. La impresión de estar contemplando el mundo desde una perspectiva especialmente elevada disimula el hecho de que seguimos juzgando y comparando. Y los juicios y las comparaciones pertenecen al reino del personaje; no importa qué código utilicemos para juzgar y condenar, significa que estamos en un nivel de conciencia desde el que no se percibe la unidad que hay entre todas las cosas. Así que podemos creernos muy elevados y estar mentalmente a ras del suelo.
De hecho, los seres humanos hemos caído en el egocentrismo y la identificación por accidente, pero permanecemos ahí a no ser que algo nos despierte del letargo, y nos preste ayuda procedente de lo Superior. De entrada el Trabajo nos cuesta porque nos atenaza el miedo a prescindir de la protección del personaje: intentamos levantar el vuelo y aceptamos que nos ayuden a subir a una posición algo más elevada, desde la que nos resulte posible batir las alas y volar. El problema es cuando volvemos a caer al suelo y nos sentirnos de nuevo impotentes: entonces resulta mas difícil aceptar la ayuda porque no es el miedo lo que nos lastra sino el orgullo.
Pero esto no solo está también previsto sino que resulta indispensable porque soltar el orgullo nos abre de verdad las puertas de la libertad. Inicialmente somos vencejos caídos que hacemos prácticas en una pajarera; solo cuando perdemos el orgullo nos atrevemos a volar de verdad. Y entonces se nos abre un cielo sin límites.