Algunos de los libros de Antonio Blay están digitalizados: una docena aproximadamente. Esta circunstancia permite utilizar la función de búsqueda de Word para constatar el número de veces que un determinado concepto aparece en la obra. Pensando en las recientes controversias acerca de si debemos mezclar a Blay con la religión o hemos de presentar una perspectiva laica de su camino, se me ocurrió utilizar esta función para ver la incidencia de estos tres conceptos: espiritualidad, religión y laicismo, en sus páginas. El resultado fue que encontré la palabra espiritualidad 56 veces y la palabra religión 104, pero las palabras laicismo o laico, no aparecieron ninguna vez.
Lo sorprendente fue que, al repetir la experiencia para ver la cantidad de veces que aparecía la palabra Dios, el resultado fue de 2.685 veces. Esto desmiente claramente algunas opiniones que afirman que a Blay no le gustaba hablar de Dios; lo que a Blay no le gustaba era discutir sobre Dios pero, para él, Dios era la base sobre la que edificar nuestra experiencia.
Blay distingue en el ser humano un cuerpo y un psiquismo, que constituyen la personalidad, y por encima de esto, unos niveles superiores en los que reside lo espiritual. En todas sus obras resalta que la espiritualidad no está al servicio de lo personal sino al revés y precisamente por eso no hay que confundir la espiritualidad con la religión, que es una forma mental y afectiva propia del psiquismo. Creer en ideas religiosas y poner en práctica sus normas y consejos no implica en absoluto estar viviendo la espiritualidad; de hecho la mayor parte de la gente que estamos en este camino hemos llegado a él desengañados de una religión que no nos facilitaba la experiencia del espíritu.
El problema que tienen las religiones es haberse identificado con dogmas, patrones morales y normas de conducta, inicialmente útiles para civilizar y estructurar el colectivo, pero que acabaron por convertirse en una imposición, sustituyendo a la conciencia por una especie de represión psicológica. Como estructuras organizadas, en vez de ponerse al servicio de Dios, las religiones han intentado poner a Dios a su servicio; y se comprende que esto haya motivado una reacción de protesta y rechazo.
Pero una vez aplicado el correctivo, ¿a quién nos tenemos que dirigir para hablar de Dios? Las universidades, aprisionadas en el neopositivismo, rechazan hablar de nada que suene a metafísico o trascendente, la política se ha convertido en una batalla campal de todos contra todos de la que forma parte el anticlericalismo, y la Nueva Era se dedica a diseñar sucedáneos de lo superior cultivando súper personajes egocéntricos inmensamente satisfecho de haberse conocido. Solo Dios puede resolver el monumental embrollo que aparece cuando abrimos las páginas del periódico, pero Él no puede operar directamente en este plano, lo tenemos que hacer nosotros recurriendo a nuestra naturaleza esencial. ¿Y cómo hay que recordar esta naturaleza divina?, ¿diciéndole a la gente que son dioses?
Mejor recurrimos a los escritos de aquellos seres especialmente despiertos y conectados con el espíritu que supieron comunicar a la humanidad una visión más elevada de la realidad: personas como Moisés, Buda, Jesucristo, Lao Tsé, Confucio, etc. Al margen de todos los errores que denunciamos, las religiones conservan el mensaje original de estos avatares porque se estructuraron en torno a sus ideas. Y de momento, no hay ningún código ético de factura laica que esté a la altura de sus contenidos. Simplemente hay que consultarlos de nuevo, prescindiendo de la interpretación tradicional que les dan las iglesias, para ver qué significado nos comunican a los interesados en ver más allá de lo acostumbrado.
Blay distingue tres caminos para llegar a la experiencia del espíritu: profundizar en nuestra realidad central, interactuar con el entorno para ejercitar nuestra naturaleza esencial y abrirnos a la trascendencia para realizar nuestra unión con Dios. Y ninguna de estas tres cosas se puede realizar partiendo de los contenidos habituales que maneja nuestra mente. La Piscología sirve para mostrar los errores, desequilibrios y falsos complejos que hay en tales contenidos pero no proporciona ninguna clase de orientación para tratar la realidad desde el Ser.
Bienvenido sea el laicismo para evitar la tentación de las religiones de imponer a la sociedad su ideología y su moral por real decreto; pero el laicismo se inhibe de lo superior y por lo tanto no lo puede sustituir. Y nosotros necesitamos una alternativa realmente revolucionaria para superar esta visión del mundo totalmente desorientada, una alternativa del tipo: amar a los enemigos y tener hambre y sed de justicia. En la Iglesia de base y en muchas órdenes religiosas nos encontramos con personas que miran hacia lo superior y hacen lo posible por aportar un poco de esperanza a esta realidad que se complica cada día más, y es nuestro deber aunar fuerzas con ellos, compartir objetivos y presentar alternativas prácticas.