Guardaba las últimas frase del comentario de Juan María para glosar la Navidad. Se refiere a la Virgen y dice: “Y ahora que llega a Navidad se nos ofrece esta forma de vivirla: ofreciendo nuestro corazón como cuna a Jesús-Espíritu, frágil. En tal caso el Misterio de María su madre será para nosotros misterio de ardiente actualidad”
Este hombre tiene la virtud de hacer entender, de una forma aparentemente complicada, lo que nunca habíamos comprendido: no tenemos más que aceptar la sencillez de nuestra naturaleza material y ofrecernos para facilitar el nacimiento de Dios en nuestra conciencia.
Jesús, en el Evangelio de Juan, le dice a Nicodemo: “De cierto te digo que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Y el ángel le dice a María: “vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo… El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y le llamarán Hijo de Dios”
El Espíritu de Dios se cierne constantemente sobre nosotros pero la Navidad es un tiempo propicio para recordarlo y hacerlo presente, aquí y ahora. No hace falta subrayar que nuestras capacidades esenciales proceden de Dios ni tampoco que la visión de la realidad que el mundo nos ofrece intenta asfixiarlas y aniquilarlas. Salvar a Dios en nosotros es lo único que tiene sentido, y la gracia es que se consigue amando al otro, desapropiándonos de algo que ni tan siquiera es nuestro pero se nos ha dado el privilegio de vivir y utilizar.
Cuando decimos que nuestra identidad es capacidad de ver, amar y hacer, no podemos dar por descontado que sea algo que ejercitemos. A lo mejor lo estamos ignorando; o, peor todavía, lo estamos sacrificando en el altar de nuestro orgullo y de nuestra comodidad. Desde luego el camino más seguro es el de la cruz, porque nos libra de perdernos en la oscuridad de la nada disfrazada de complicadas conspiraciones.
Bienaventurados los pobres de espíritu, sobre todo cuando la sabiduría se convierte en necedad y el amor a unos valores se disfraza de animadversión hacia las personas. Es difícil de entender como hemos llegado a esta situación en la que la mentira, el odio y la venganza parecen más atractivos que la ciencia y la solidaridad. Pero a lo mejor es un acicate para tomarnos más en serio la extensión de esta espiritualidad práctica que intentamos difundir.
La gracia que tiene la situación actual es que no tiene ninguna. Digamos que se ha puesto de relieve la inoperancia del sistema, pero también la fortaleza del ser humano para enfrentar las dificultades. Esta fortaleza ha de promover una nueva organización social en los próximos años; y la espiritualidad, considerada como la manifestación más elevada de la especie humana, tendrá necesariamente un gran protagonismo en este proyecto.
En el futuro, se recordará este año que estamos finalizando como el punto de inflexión que dejará atrás el materialismo. Pero no para soñar con utopías y paraísos sino para administrar los bienes terrenales desde la conciencia. Una conciencia que solo puede ser global y solidaria. Este año es más complicado desear felices fiestas; en cambio está más justificado que nunca el deseo de paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad. Una voluntad que Dios iluminará y fortalecerá desde nuestro corazón.