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Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

Nuestro nuevo y flamante presidente, Joaquín Torra forma parte del grupo de personas independientes que se presentaron en la lista electoral que Carles Puigdemont montó para las últimas elecciones catalanas. No es pues un político, es un activista al que no nunca se le ocurrió que pudiera llegar a presidir la Generalitat. De hecho él no se considera un presidente normal sino alguien interino, a la espera de que Puigdemont pueda recuperar el cargo.

Así que sus escritos, estos escritos que han salido a luz con tanto escándalo, no son los artículos de un político sino de un activista. La RAE define activista como: “agitador político, miembro que en un grupo o partido interviene directamente en la propaganda o practica la acción directa.”

Esta clase de acción directa tiene sus peligros y uno de ellos es que una supuesta gracia, dirigida a un círculo reducido que te aplaude, puede hacer un flaco favor a la labor de muchas personas que han sacrificado su vida y su familia por la dignidad y la libertad de su pueblo. Supongo yo que a nadie se le ocurrió que esto andaba circulando por el espacio virtual y podía ser utilizado.

Pero ahora que el mal ya está hecho, tampoco hay que admitir que el artículo se tergiverse. Os va a costar leer lo que viene a continuación, tendréis que hacerlo tapándoos la nariz, pero como veréis, aquí no trata de bestias a los españoles en general, solo a los que viven en Cataluña y combaten nuestra lengua. Es un artículo de un activista contra otros activistas de signo contrario. Y está siendo aprovechado por Ciudadanos, ¡y el PSOE!, para sembrar más discordia.

La lengua y las bestias, de Quim Torra

En casa los padres corría un viejo ejemplar de un libro que todos los hermanos habíamos leído: «De cuando las bestias hablaban», de Manuel Folch y Torres. El padre era inflexible y, como «La rosa y el anillo» de Thackeray y en «Bolavà» de Josep Maria Folch, consideraba que uno no podía hacerse mayor sin haberlos leído. Era un libro delicioso donde lechuzas, osos, elefantes, ciervos y abejorros hablaban, una colección de fábulas destinadas a la educación de los niños.

Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que beben odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho, contra todo lo que representa la lengua catalana. Están aquí, entre nosotros. Les repugna cualquier expresión de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos! Viven en un país del que lo desconocen todo: su cultura, sus tradiciones, su historia. Se pasean impermeables a cualquier evento que represente el hecho catalán. Les crea urticaria. Les rebota todo lo que no sea español y en castellano.

Tienen nombre y apellidos, las bestias. Todos conocemos alguna. Abundan, las bestias. Viven, mueren y se multiplican. Una de ellas protagonizó el otro día un incidente que no ha llegado a Cataluña y merece ser explicado como un ejemplo extraordinario de la bestialidad de estos seres. Pobres bestias, no pueden hacer más. Una de las escasas compañías aéreas que vienen aceptando con normalidad el catalán es Swiss Air. Si han cogido alguno de sus vuelos a la vieja Confederación, habrán constatado como se viene utilizando nuestra lengua a la hora de despegar o aterrizar el aparato. Una excepción, ya que, desgraciadamente, con el resto de compañías venimos siendo tratados exactamente como lo que somos, la última colonia en tierras de Europa.

Pues bien, hace un par de semanas viajaba en un vuelo de Swiss Air una de estas bestias. Al llegar al destino, se anunció en catalán las típicas observaciones previas al aterrizaje. La bestia, automáticamente, segregó en su boca agua rabiosa. Un hedor de cloaca salía de su asiento. Se removía, inquieta, desesperada, horrorizada por que oía cuatro palabras en catalán. No tenía escapatoria. Un sudor mucoso, como de sapo resfriado, le manaba de las axilas. Hay que imaginársela, a la bestia, después de tanto tiempo, ellas que pueden vivir en su mundo español sin ningún problema, escuchando cuatro palabras en una lengua que odia. Indignada, decidió escribir una carta en un periódico alemán de Zúrich, quejándose del trato recibido ya que «se violaban sus derechos» al ser el castellano la «primera» lengua oficial de España. Y, a toda plana, la queja de la bestia salió publicada.

Gracias a Dios, los buenos amigos del Casal Catalán de Zúrich han replicado y han dejado las cosas claras (tantas embajadas y Consulados de Mar y, mira tú, un pequeño Casal Catalán es quien se ha movilizado gracias a la decencia y dignidad de sus miembros). Pero ¿por qué hay que movilizarse cada vez? ¿Cuándo acabarán los ataques de las bestias? ¿Cómo podemos en 2008 aguantar tanta vejación, tanta humillación y tanto desprecio?

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