El yo que nos descentra

La mente funciona muy bien hasta que descubre que uno es más importante que los demás, hasta que el niño descubre que en él hay unas cosas que le gustan más que las otras y que las cosas que le gustan más son las que se refieren a él, a su persona, las que le dan una confirmación, las que van a favor de sus gustos sensuales o afectivos o ideales, y en la medida en que puede mantener alejado las cosas que se oponen a esos valores. Parece como si esa falta de centramiento fuera una cosa de herencia, de estadio de desarrollo, ya que no podemos achacarlo a un accidente: es lo normal, es el estado general de la humanidad.

 

En el momento en que me centro en la idea de mi mismo, a pesar de ser algo maravilloso en un sentido, es fatal en otro porque en el momento en que me pienso a mi mismo me separo del centro, me constituyo en centro propio, mi yo-idea constituye un centro alrededor del cual intentaré percibir el universo, en lugar de girar acoplado en el centro del universo, me constituye en centro propio y como este no está de acuerdo con el centro del universo porque hay cosas que están en el orden universal que yo rechazo, como son el dolor, las limitaciones, el malestar, las críticas, etc., estaré poniendo continuamente resistencia y estaré intentando reforzar las cosas que me gustan y ese yo-idea, esa idea que tengo de mí se convertirá para mí en mi dios y solo este será mi dios de hecho. Aunque clame yo por un Dios allá arriba, en realidad toda la vida estaré girando para alimentar, para asegurar, para desarrollar, para sentir de un modo más fuerte, más seguro, mi yo, pero no mi yo sano, auténtico, natural, no el yo profundo que viene directamente de la vida, sino el yo que es una sobreestructura, el yo que es subproducto de la naturaleza, este yo que es producto de formar una idea de mí y contraponerla a la imagen de las demás, no es un yo que está centrado en el eje de la vida y desde ese eje me ve a mí, sino que se constituye en eje propio, se sale de su sitio, se sale porque no funciona del todo bien, se sale porque no está plenamente desarrollado y la visión no es esférica, no está equilibrada.

 

En el momento en que tengo idea de mí y quiero que esta idea de mí reína todas las cualidades buenas, ya estoy perdido. Estoy perdido porque cada vez me iré alejando más de la verdad, de la verdad objetiva, de la verdad de la vida; cada vez tendrá más importancia mi verdad personal, que se opondrá, como es natural, a la verdad de otras personas, a la verdad de los hechos naturales; cada vez tendrá para mí más importancia lo que me dé más prestigio, más seguridad, más satisfacción, más cualidades que yo desee. El que me dé a mí más supremacía implica automáticamente que los demás queden más abajo. En el momento en que me constituyo en centro, excluyo del centro, automáticamente, a los demás. Eso es lo que produce el desacuerdo, el trastorno. Gravito entonces alrededor de la idea que tengo de mí y todo mi equipo mental, toda mi actividad mental se organizará al servicio de este yo: ¿cómo salvar los valores de este yo-idea?, ¿cómo evitar que los valores negativos entren? Me haré una visión de la vida hecha a mi gusto y medida, no a gusto y medida de la verdad en sí, sino de la verdad en mí o de la verdad para mí o de la verdad desde mi punto de vista personalísimo.

Cada vez tendré que separar más cosas, cuanto más piense, más iré elaborando sobre esta estructura inicial deficitaria que es el yo-idea. Todo el problema está ahí, al confundir mi realidad esencial con la idea que se forma de mí, al confundir lo que es el amor auténtico; el que me viene de la Naturaleza, de la Vida, de Dios, al confundir ese amor con el prestigio del yo o con las cosas que halagan o dan seguridad al yo. El confundir lo que es la verdad auténtica de las cosas, las cosas como son en sí mismas, lo que hace que las cosas sean lo que son, el confundir esto con mi necesidad de que las cosas sean de ese modo y no de otro.

 

Estoy cambiando completamente la óptica y trastorno toda la valoración. Y cuando veo a una persona ya no percibo a la persona tal como es en sí misma, ya no sé mirarla con sencillez, sino que la miro según como me afecta a mí: ¿cómo puede responder a mis valores, a mis ideas de mí mismo?, ¿es una persona que tiene simpatía hacia mí o es una persona que muestra un espíritu crítico, hostil a mi yo?; la aceptaré o rechazaré según este tipo de valoración, no la veré en sí misma de un modo objetivo, no veré su verdad, sino que la veré siempre en función de mi verdad pequeña y tenderé a definir la verdad de las cosas según la verdad vista desde mi óptica personal; me iré construyendo un universo que será una caricatura del Universo y como mi conducta será consecuente a mis ideas, entonces en la vida estaré luchando para defender algo con todas mis fuerzas, algo que después se me convertirá siempre en dolor y desengaño.

 

Porque los objetivos que me he señalado son siempre falsos, y lo son porque el punto de mira inicial está falseado.

 

La mente es algo sorprendente, es realmente una facultad maravillosa el poder comprender la verdad de las cosas, el porqué de las cosas, conocer la esencia intelectiva de las cosas: sí, es algo extraordinario. Pero esa facultad se convierte para nosotros en un instrumento de conflicto cuando la ponemos al servicio del yo-idea, de este yo que está entronizado en nuestro interior. Eso es tanto más grave cuanto ya no nos damos cuenta en absoluto de que esto ocurre y por eso al hablar de estos temas, siempre me preocupo un poco, porque estoy hablando de algo, que aparte de que suene más o menos abstruso, ¿cuántas personas alcanzan a ver la verdad que hay en ello? No la verdad teórica, como concepto, sino la verdad experimental, la evidencia en sí mismo de eso. Porque es evidente que si uno no ve la verdad de eso, si no la percibe de un modo claro, inmediato, evidente, eso no tiene prácticamente ningún valor, no sirve para transformar, son unas cuantas ideas más que se acumulan al archivo del yo-idea, del yo que ahora es más inteligente, más listo, más sabio y más perfecto que antes.

 

3 comentarios en “El yo que nos descentra”

  1. Es necesaria atención y fortaleza para observar en qué momento nos descentramos, y poder volver a la conciencia esencial. En ella la situación cobra una perspectiva lúcida que demanda una actuación provista de compromiso y consenso para solucionar el tema que nos ha descentrado. ¿En qué ha variado la idea que teníamos del suceso? ¿Qué es lo que la vuelve resolutiva? Sin duda el completarla con lo que se requeria actualizar.

  2. ¡Que claramente explica Blay las cosas! En el momento que me pienso a mi me separo del centro y me constituyo en centro propio alrededor del cual intentaré percibir el universo, en lugar de girar acoplado en el centro del universo. Sencillamente fantástico.
    Gracias por la selección Carlos

  3. Carlos Ribot Catalá

    A la obra de Blay yo le pondría el nombre de pedagogía. Con él todo se queda corto, porque fue muchas cosas. La más grande de todas, un místico. Pero ahora me quiero referir a sus textos. Son claros, transparentes. No pretende nada académico porque eso aleja. Él quería transmitir su experiencia. Y lo consigue.

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