El hombre de nuestros días necesita más que nunca consolidarse a sí mismo, fortalecerse, encontrar algo que le sirva de soporte, de fuerza, algo estable frente a esta mutabilidad que descubre en todo cuanto le rodea.

Hasta ahora el hombre se había apoyado en una serie de estructuras y de valores que él consideraba fijos y estables. Pero los últimos decenios no han hecho más que poner en evidencia la inestabilidad, la impermanencia de todo lo que servía de base. Las estructuras, sean políticas, sociales, económicas, incluso familiares; las instituciones tradicionales, incluso muchas de las estructuras religiosas, por lo menos en algunas de sus formas, tienden a tambalearse cada vez más y en la medida que la persona vivía apoyada en ellas se encuentra ahora más desorientada, desconcertada, desarticulada.

Por otra parte encontramos que la vida moderna exige un rendimiento cada vez mayor, rendimiento no como antes de una manera individual y aislada, sino que obliga a la persona a integrarse dinámicamente dentro de grandes conjuntos que le convierten en un elemento funcional dentro de esta totalidad; el hombre pasa a ser un número, una pieza que sólo tiene sentido en la medida que está formando parte de este engranaje, de esta máquina inmensa en funcionamiento.
El hombre se ve, pues, siempre conducido, presionado por exigencias siempre crecientes del grupo, de la colectividad, de la masa y esto tiende a despersonalizarle y a diluir su valor como individuo. El hombre, pues, sufre una crisis actualmente, desde hace unos años; sufre una crisis porque no encuentra nada sólido, le parece que la vida no tiene sentido, le parece que no hay nada que le ofrezca una seguridad, una razón de ser. Esto ocurre porque el hombre se ha desarrollado en Occidente apoyándose siempre en valores exteriores, asomado al exterior, y así el hombre ha ido asociando la conciencia de sí mismo y su autoafirmación con su capacidad de hacer, y con su capacidad de integrarse dentro de una serie de áreas estructuradas socialmente. Sólo se siente ser en la medida que es tal o cual cosa en relación con determinada estructura o área social. En el momento en que estas áreas se deshacen, entonces el hombre se encuentra sin apoyo alguno y, como no ha cultivado nada más, se encuentra deshecho incluso en su mismo interior.


El hombre necesita encontrar una base sólida que no dependa para nada de estas contingencias exteriores, que no dependa de valores exteriores. Necesita encontrar en sí mismo esa base inmutable que le dé auténtica fuerza, auténtica independencia, auténtica libertad. Sólo así el hombre se encontrará capacitado para poder manejar o desenvolverse dentro de los cambios y no verse arrastrado de una manera irremediable por el devenir, por la mutación de las cosas.
Esa inestabilidad de todos los valores se traduce en una inseguridad existencial. Inseguridad que repercute en el modo de vivir, en el modo de pensar, en el modo de sentir y que da lugar a una huida en busca de compensaciones, en busca de algo que le dé a la persona una satisfacción y una seguridad, aunque sean momentáneas, ya que no puede encontrarlas en lo que eran valores tradicionales tal como habían sido vistos y vividos en generaciones anteriores. Le han quitado lo que tenía por tradición, pero no ha encontrado nada nuevo que lo sustituya, y esto a muchas personas les conduce a un estado más o menos larvado de desesperación. Desesperación que no sólo es por falta de objetivo y de sentido en la vida, sino que es también por la desesperanza definitiva de poder encontrar ya nunca más nada realmente sólido y real.
Esto es doloroso porque no debería ser así. El hombre tiene él en su mismo ser, en su naturaleza íntima, una riqueza, una potencia, un caudal enorme, inmenso, inagotable de esa energía, de esa fuerza, de esas cualidades, de esos bienes que él está buscando a través de las estructuras. Si el hombre quiere encontrar una base que sea auténtica, una base que no dependa de ningún cambio exterior, es evidente que la debe buscar y encontrar únicamente en sí mismo.
  
  
Antonio Blay Fontcuberta

Relajación y energía

Ediciones Indigo. Julio 1988

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