
Si Dios es la fuente infinita de mí, esto significa que es también la fuente de todo cuanto hay en mí, de todo cuanto funciona en mí y de todo mi funcionar. No solamente es la fuente de mi cuerpo en tanto que materia; es la fuente del cuerpo y de su funcionamiento en cada momento, de mi afectividad y del funcionamiento de esta afectividad, de mi inteligencia y de su funcionamiento. Es decir, Dios es Dios de todo, porque es el Dios absoluto.
Estamos creyendo normalmente que hay un Absoluto, un Absoluto que está ahí, y luego todos los relativos pequeñitos que están aparte. Estamos constantemente creando un mundo de dualidad dentro del Absoluto, lo cual es una contradicción de términos. El Absoluto es absoluto. Y, en tanto que absoluto, no admite nada más, no hay nada más. Pero dentro de este Absoluto hay formas de manifestación. No aparte del Absoluto; no podemos hablar de Absoluto y, en otro lado, de relativo, porque es entonces cuando convertimos el Absoluto en otro relativo. Lo Absoluto es absoluto porque es la única realidad que Es, pero esta única realidad se expresa en modos de ser dentro de este mismo ser que Es, y estos modos de ser son aquello que llamamos apariencias de multiplicidad, de multiplicidad dentro de la única Realidad. Todos los modos son en el Absoluto; no hay nada que exista aparte de él, nada que tenga autonomía propia fuera de él; concebir esto sería absurdo. Sin embargo, estamos influidos por una idea antropomórfica de Dios, y, así, vemos a Dios como un señor muy poderoso, allá arriba, en su sitio, desde donde nos vigila mediante un servicio de inspección muy bien montado gracias al que puede observar el correcto funcionamiento de todas las cosas. Eso es infantil.
Es bonito y poético, pero tiene el inconveniente de que es falso.
Esto quiere decir que si Dios es el Absoluto, el único Absoluto, todo mi funcionar funciona en el Absoluto, y esto es algo que yo no puedo evitarlo, que es así. El Absoluto, sin embargo, se manifiesta en formas elementales; así, hay un nivel que llamamos material, otro que llamamos emocional, otro intelectual, etc., todos ellos dentro del Absoluto. Nuestro problema, nuestro problema aparente, es que, dentro de esa conciencia de Absoluto, hemos de pasar de un nivel a otro en un sentido de progreso evolutivo para llegar a descubrir que la fuente de todo es el Absoluto.
Por tanto, nuestra mente es un elemento más dentro del Absoluto, un elemento dinámico, un elemento que, como todo lo que existe, está en proceso. Esto quiere decir que tiene una trayectoria, que primeramente abarca un poco, luego abarca un poco más y así progresivamente. Y esto es lo que nos proporciona la ilusión de una conciencia separada, de algo totalmente desvinculado del resto, de Dios. Simplemente esto se debe a que la maquinaria mental está en proceso de crecimiento. Ocurre exactamente como en el caso del niño pequeño que tiene la conciencia muy limitada de sí mismo y del horizonte que le rodeó. A medida que va creciendo se va ampliando esa conciencia que tiene de sí y del ambiente. Es un proceso. Igualmente podríamos decir que, considerando toda la humanidad como una unidad, en el aspecto mental estamos en un período infantil. Y lo único que nos separa de eso que llamamos realización es precisamente esa idea que nos formamos de nosotros. En la medida en que mi mente pueda comprender, pueda aceptar que Dios es el Absoluto, que estoy completamente nutrido en el Absoluto, que estoy constantemente respirando en el Absoluto, que estoy impulsado, dirigido, que estoy sintiéndome ser, sintiéndome todo lo que soy capaz de sentir, en el Absoluto y por el Absoluto, me daré cuenta de que la única postura correcta es aceptarlo, y aceptarlo con todas sus consecuencias.
Lo cierto es que ahora no lo acepto. Tal vez lo pienso, pero no lo acepto: «Sí, eso del Absoluto está muy bien; pero si yo prescindo de mí, qué mal lo pasaré; si yo no voy a trabajar y no me gano el jornal, a ver quién me pone el plato en la mesa». Y creemos que esto demuestra un gran sentido de filosofía. El que nosotros vivamos en el Absoluto no excluye ni el trabajo, ni el jornal, ni las obligaciones. Todo forma parte del Absoluto: la necesidad, el esfuerzo, las pasiones también. No se trata de un absoluto mágico que nos solucione las cosas desde el Cielo. Es un Absoluto que está funcionando a través de nuestro nivel físico mediante unas leyes de crecimiento que están haciendo que todo se desarrolle a través de la lucha, del esfuerzo, gracias al ejercitamiento, al entrenamiento, a la prueba y al error. Y es precisamente ese Absoluto el que me da la posibilidad de trabajar, el que me da el impulso de trabajar, y también unas exigencias exteriores que me obligan a ejercitarme. Esta necesidad de ejercitarme en el aspecto físico, mental, laboral, social, familiar, será para mí un problema en tanto lo viva como algo mío, aparte de los demás, contrapuesto a los demás y tal vez con envidia de los demás. En cuanto me dé cuenta de que este mismo proceso de lucha y de crecimiento forma parte de esa expresión, de esa Oración Cósmica de la que estábamos hablando, de repente todo adquirirá un sentido diferente. Dios actúa como Dios, no cuando me regala gratuitamente cosas, como un Papá Noel magnificado, sino cuando se expresa a través de mi poder, de mi hablar, de mi conocer, de mi comprender, de mi buscar. Esta es la expresión de Dios a este nivel. Y, además de esta expresión en este nivel, hay otros niveles, y otros, y otros. La capacidad de ser sensible a las formas de la belleza, de gustar de todo lo que es armónico, estético; la capacidad de comprender la verdad, de adquirir una visión más amplia de más verdades o de una verdad mayor que va incluyendo a otras menores. Y, finalmente, la capacidad de ser totalmente consciente, de abrirme a esa conciencia de lo Absoluto en mí.
Y según yo sea capaz de sintonizar este absoluto a través de un nivel o de otro, así mi vida estará de acuerdo con las leyes que corresponden a cada nivel, con los estados de conciencia que corresponden a cada nivel.
Antonio Blay Fontcuberta. “Caminos de autorrealización. Tomo II, la integración trascendente”. Editorial Cedel. 1973. Barcelona.
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Imagen propia.

De nuevo, asombra la capacidad de Blay de hablar de lo Absoluto con esta naturalidad y sencillez.
Gracias por tu comentario, Iván. BLAY es sencillo al hablar