
De inmediato, al mencionar el amor, todos pensmos que éste es el tema universal, que es la medicina que se acostumbra a recetar para todos, que es lo que todos necesitamos, lo más fabuloso, lo más importante.
Pues bien; esta actitud choca, es paradójica, porque, en la práctica, el amor es lo que se vive menos y a lo que más miedo se le tiene. En general existe un temor muy grande a amar de veras. ¿Y a qué se debe esto?
Muchas personas temen amar porque tienen miedo al dolor que pueda producirles luego una desilusión o un desengaño. Todos hemos tenido alguna experiencia desagradable en la que a una gran ilusión le ha seguido una gran frustración, y esto hace que muchas personas adopten una posición de autoprotección, de pretendida seguridad. Y, en función de esto, no se entregan, no se deciden a amar, para evitar el sufrir.
Otros, personas entregadas a la acción, temen al amor porque lo confunden con el sentimentalismo, y creen que lo que se llama amor debilita su capacidad de acción, les hace ceder ante cosas que van en perjuicio de su eficacia, o les hace comprometerse en cosas arriesgadas o no suficientemente productivas. Reprimen entonces el amor, se intelectualizan y se refugian en el intelecto, aunque, muchas veces, en lo que realmente se traduce esto en los hombres de acción es en un mero cálculo, cuando no en una constante astucia.
Lo malo de todo esto, diríamos lo malo del amor, es que no se puede vivir sin él. Porque el amor no es algo que podemos tener o no tener, como no se puede tener o no tener inteligencia o voluntad. El amor lo tenemos porque es nuestra naturaleza. Podemos hacer un uso u otro del que tenemos, pero lo tenemos porque somos amor. Estamos hechos de esa capacidad afectiva, y no podemos no-amar.
El problema en todo caso es: ¿Qué se hace con esta capacidad de amar? Vemos entonces cómo el amor puede ser profundamente creativo o profundamente destructivo.
Amor destructivo
El amor es destructivo cuando más exclusivo es. Un amor exclusivo quiere decir que yo amo algo de un modo único, que solo amo eso y, por tanto, al afirmarme yo del todo sólo en eso, automáticamente excluyo lo otro. Y a este amar algo excluyendo lo otro se le llama odio. Odio es amarse a sí mismo, o algo de sí mismo, excluyendo lo otro activamente. Y este odio puede tener todos los matices, desde un ligero resentimiento, hasta la máxima hostilidad o agresividad manifiesta.
También es exclusivo el amor cuando yo no amo con toda mi personalidad, sino sólo con un sector de ella. Así, puedo amar a alguien vitalmente, biológicamente, pero no efectivamente, no espiritualmente, no estéticamente, no intelectualmente.
Pues bien, siempre que el amor se centra en algo excluyendo el resto, tiende a provocar la destrucción del resto. Esto quiere decir que, de momento, es destructivo para todo lo demás, para todos los demás, pero, a la larga, lo es también para uno mismo, porque el odio, el resentimiento, es una emoción de negación, es la imagen invertida del amor, es el amor con signo mental negativo y, como se trata de algo que yo tengo en mí, que alimento en mí, que mantengo en mí, me destruye a mí. El odio pues, causa la primera víctima en los demás, pero en último término la víctima soy yo mismo.
Otro modo de amor destructivo es cuando está inhibido. Cuando el amor no se ha exteriorizado, no se ha expresado, este amor recibe el nombre de miedo. Y este miedo empieza destruyéndome a mí mismo, pero después termina destruyendo a todos los demás con quienes estoy en contacto.
Amor creativo
El amor es tanto más creativo cuanto más inclusivo es.
Más inclusivo quiere decir, en primer lugar, cuando la persona ama más a través de toda su personalidad. Por supuesto a través de su afectividad, pero también a través de su vitalidad, de su inteligencia, de su acción.
En segundo lugar, cuando más tiende a incluir, en un sentido exterior, a todo y a todos. Porque realmente, el amor, en sí, nunca es separativo. El amor, por el hecho de ser un grado de conciencia subjetiva de uno mismo, cuando se tiene ese grado, se tiene siempre. Cuando interiormente hay un nivel de amor, un grado de amor, ese amor está siempre ahí, y si yo no lo vivo siempre, o en relación con todas las personas, es porque mi mente está poniendo el veto, porque está diciendo «no, a este sí, pero a aquel no». La mente es la que pone límites, la que condiciona, la que pone formas; las formas del amor son todas creación de la mente. Por esto, cuanto más inclusivo, más genuino, más creativo.
Y es más creativo también en la medida en que se es más fuerte y está más expresado. Fuerte en el sentido de intensidad de energía, y totalmente expresado en el sentido de que no se ha de contentar con una mera vivencia interior, en un mero deseo o estado interior, sino que ha de exteriorizarse y fecundar todo lo que son mis niveles expresivos, mi personalidad en la cara que contacta el mundo.
Donde no hay amor, en este sentido de amor aceptado y expresado, hay temor. No olvidemos este principio: no podemos evitar el amor porque el amor es, junto con la inteligencia, junto con la energía, nuestra naturaleza. Todo el problema está en si yo acepto y doy paso a este amor, o si tiendo a negarlo u a retenerlo. En este último caso, el amor se convierte en un elemento destructivo para mí, aun cuando yo haga esto para protegerme, para asegurarme, para sacar beneficio. No podemos ir contra lo que es nuestra naturaleza esencial, porque esto es un intento de suicidio.
Es curioso que el amor plantee tantos problemas. Pues, si el amor es la cosa más bella, más agradable del mundo, ¿por qué se convierte en la que produce más disgustos, más tormentos, más conflictos? Evidentemente es porque no hemos aprendido a desarrollar, a aceptar, a dar paso inteligente al amor profundo que es nuestra naturaleza.
Antonio Blay Fontcuberta. “Creatividad y plenitud de vida”. Editorial Iberia. 1977.
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