El silencio en la vida diaria 

 

    Otra forma de hacer el silencio es a través precisamente de la actividad. Por supuesto, es conveniente que la persona haya practicado el silencio tal como hemos explicado [anteriormente en este mismo libro, como “ejercicio especial”]. Entonces es cuando se puede aplicar este modo de hacer el silencio en la acción. 

¿Y cómo se hace este silencio? Porque parece imposible que la persona pueda vivir un silencio mientras tiene que estar hablando, estar contestando o atendiendo problemas o quizás haciendo esfuerzos físicos que reclaman toda su atención.  

No obstante, es perfectamente posible. El silencio que se pide es el silencio profundo de la conciencia del yo. Es lo que en Oriente, en el Taoísmo, se llama el «wu-wei». Es la acción en la no-acción. «Wei» quiere decir acción; «Wu» quiere decir no.  Entonces, esto parece algo contradictorio: se trata, precisamente de que yo haga sin hacer. Pues bien, yo hago sin hacer cuando no es mi yo personal el que hace. Por ejemplo: voy por la calle y de pronto veo a alguien que está a punto de caerse. Yo me lanzo y le ayudo para que no se caiga. Se trata de un acto impensado, espontáneo. En este caso yo he hecho, pero no es mi yo personal el que ha decidido hacer aquello. Es la situación que me lo ha exigido. Para nada ha intervenido mi yo personal. Como, en otro momento, saltaré para evitar un peligro propio, o me apartaré frente a un vehículo. Quiere decir que en mí hay una inteligencia que me está haciendo vivir.  

Es ésta esa realidad profunda que se expresa a través de cada cosa que existe, por lo tanto a través de mi cuerpo, a través de mi inteligencia, a través de todo. 

Pero, dentro de este funcionamiento podríamos decir automático, inteligentemente automático, aparece siempre la idea de sentirme yo, personalmente, el autor, el poseedor, el dueño de una serie de cosas que me ocurren en el vivir. Me viene una idea luminosa, y de inmediato yo me posesiono de ella, atribuyéndomela a mí y digo: «qué inteligente soy», «qué importante soy, que he conseguido esto». Pues bien, es esta función del yo personal, que está actuando siempre en mi vida diaria, la que he de aprender a silenciar. Es decir, que yo consiga vivir muy despierto, muy presente, en toda situación, pero con un silencio completo de mi mente personal, de la mente centrada al servicio de la idea del yo. 

Entonces descubriré que la vida sigue exactamente igual, que yo puedo seguir haciendo igualmente las cosas que me son pedidas en cada momento por estímulos externos o por estímulos internos, pero sin necesidad de atribuírmelo a mí mismo, sin necesidad de juicios o de comparación. Es un  aprender a vivir en el silencio, en el silencio del yo personal. Esta es la forma de aplicar el silencio en la vida activa. Cuando se hace esto, se descubre que yo estoy en movimiento en la medida en que hay movimiento; cuando éste deja de existir, porque se ha completado la acción, hay en mí una quietud total, lúcida. Y, tanto en el momento del movimiento, como en el de la cesación de éste, en mí persiste una conciencia profunda de paz, de fuerza, de silencio, de presencia de algo. 

Es cuando mi mente está constantemente pensando al servicio de mi yo personal cuando no me entero de nada de estas cosas. Pero cuando aprendo a vivir presente, pero en el silencio del yo personal, descubro constantemente esta presencia detrás de todo. Y la acción no es obstáculo para esta presencia, porque vivo esta acción como expresión de la presencia, es un modo activo de la presencia. Eso es realmente vivir en silencio. Que quiere decir vivir en plenitud. El silencio y la plenitud son sinónimos, porque tanto uno como otra implican no apoyarse en aspectos, modos o formas de la realidad: la plenitud es un concepto que implica todas las formas, el silencio es un concepto que las abstrae todas. 

La característica de este vivir en silencio es que la acción es siempre nueva, espontánea. Porque no se apoya mecánicamente en el precedente, en la memoria. Es cuando mejor surgen las cosas, tanto las de nivel físico como las intelectuales. Los que practican judo, en sus niveles superiores, explican a veces cómo, en el momento en que viven la lucha en este estado interior –que éste es el verdadero objetivo del judo- ocurre algo totalmente inexplicable desde el punto de vista técnico: que se producen entonces las llaves y contrallaves más extraordinarias, algo totalmente irreproducible a voluntad. Es la genialidad, porque la acción está en ese momento dirigida por la inteligencia mayor, la más grande, creativa. 

Y esto en cualquier aspecto de la vida. 

Pero, al mismo tiempo que hay esa extraordinaria eficacia, cuando la acción se termina, lo hace en todos los aspectos. Hay en mí entonces un silencio interior. La acción no deja residuo. En cada instante, cada acción es una cosa completa en sí misma. No me quedo yo pensando en lo que he hecho, sintiendo lo que debería haber hecho o lo que me ha gustado hacer. No hay aquí ese eco de cosa inacabada, que es lo normal que ocurra en nuestro modo de vivir. Cada instante es una situación plena, completa, y lo es tanto en el momento de hacer, como en el silencio o vacío que sigue a continuación. 

Las palabras son muy pobres para describir este modo de vida, cuando esto se va realizando. Y cada cual tiene que descubrirlo por sí mismo. Pero, de hecho, este es el paso más elevado que existe dentro de nuestra experiencia actual sobre los niveles de creatividad o de capacidad transformante que existe en nosotros. 

Antonio Blay Fontcuberta. “Creatividad y plenitud de vida”. Editorial Iberia. 1977. 

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