#2457
Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

1.- Hemos de tener una visión científica de la economía.

Vamos a recapitular un poco sobre la economía porque se trata de que tengamos una visión del asunto más de conjunto y no opinemos sobre el tema como personas de la calle. El hecho de estar despiertos nos ha de permitir mirar las cosas de otra manera.

Lo primero que conviene es tener una perspectiva más objetiva de esta materia, sin personalizarla. La fuerza de la gravedad es una realidad para todos, si uno se tira de una ventana se la pega, no depende de que sea buena o mala persona. Pues con la economía sucede lo mismo, cada sistema económico tiene unas leyes que determinan el papel que juegan las personas en la producción y distribución de la riqueza, con independencia de que sean buenas o malas personas. No son leyes que ponen los gobiernos, son leyes del sistema, como la ley de la gravedad, que no la ha puesto ningún gobierno.

Son cuatro los sistemas económicos en los que la humanidad ha vivido hasta el presente. En la comunidad primitiva la gente andaba en grupos tribales y tenían que estar todos de acuerdo para poder cazar y subsistir. Cuando se enfrentaban con otro grupo para dominar un espacio, el que ganaba se cargaba a todos los individuos del grupo rival. Hacer prisioneros no salía a cuenta porque se tenían que alimentar y trabajo tenían para alimentarse ellos mismos.

En el momento que se desarrollan los primeros instrumentos y se inicia la agricultura estas tribus se hacen sedentarias. Entonces ya sale a cuenta hacer prisioneros y ponerlos a trabajar porque su trabajo da para que se mantenga el prisionero y sobra para que coman otras personas. Así que lo lógico es poner el prisionero a trabajar y vigilar que no se escape. De esta manera nace la esclavitud, que significa un gran progreso para la humanidad: los que no tienen que preocuparse por su sustento se pueden dedicar a otras cosas. Y así nace la cultura.

Las tribus primitivas se convierten en sociedades más complejas y organizadas que hacen la guerra entre sí por el dominio de grandes territorios. Y el pueblo que gana esclaviza al que pierde, no es cuestión de buenos y malos porque si hubiera ganado el contrario habría hecho lo mismo al revés. En este sistema te toca ser amo o esclavo; puede haber amos mejores y peores pero esto no afecta a la economía.

No obstante, este sistema económico basado en la esclavitud también se hunde cuando el Imperio Romano crece tanto que ya no puede conquistar más países para aportar más esclavos. Entonces es preciso criar los esclavos desde que nacen y además, el cristianismo, impide ejecutarlos cuando se hacen mayores. Así que la esclavitud deja de ser rentable y los amos acaban liberando a sus esclavos, primero les arriendan sus tierras y más tarde se las venden. No porque se hayan vuelto buenas personas sino porque les sale más a cuenta.

En cambio a los ciudadanos recién liberados les sale tan poco a cuenta su condición de propietarios que acaban entregando sus tierras a los nuevos señores bárbaros que han conquistado el Imperio. Se las entregan a cambio de protección militar. Así nace un nuevo sistema: el sistema feudal, un sistema en el que la gente son siervos que van en un lote con la tierras, tienen prohibido abandonarlas, se encargan de cultivarlas y entregan dos tercios de la cosecha al señor del castillo que les protege. Este sistema se mantiene hasta que en los cruces de los caminos se empiezan a montar ferias y a edificar pequeñas ciudades amuralladas. Algunos siervos se escapan del feudo, se instalan en ellas y se convierten en artesanos a los que los mercaderes dan trabajo.

El capitalismo aparece porque, por un lado, estos mercaderes reúnen a los artesanos en una nave, dividen el trabajo en varias fases y lo mecanizan con ayuda de la máquina de vapor. Y por otro lado porque se descubren las plantas forrajeras que hacen innecesario el barbecho, incrementan la productividad de la tierra y permiten la ganadería intensiva. Entonces los señores feudales expulsan a la mayor parte de la población de sus terrenos y la gente se tiene que desplazar a las ciudades en busca de trabajo. Lo encuentran en las minas de carbón que se extrae para hacer funcionar el vapor y en las fábricas que empiezan a desarrollar las modernas técnicas industriales.

Esta técnicas permiten una gran productividad pero exigen una inversión inicial cuantiosa porque hay que disponer de un terreno, construir un edificio, hacer las instalaciones, comprar la maquinaria, las materias primas y pagar los salarios. Y todo esto hay que hacerlo antes de producir los bienes que después se venderán en el mercado. Esta inversión solamente la pueden hacer los que de entrada ya son ricos, porque son los únicos capaces de adelantar este dinero. En contrapartida, como lo pagan todo, incluso los salarios, se quedan con los beneficios. Así que los ricos se hacen cada vez más ricos mientras que los trabajadores se limitan a subsistir para poder trabajar el día siguiente, con un pequeño plus que les permite criar a sus hijos para que, a su vez, trabajen cuando se hagan mayores.
Así es como funciona el sistema; no es que los capitalistas sean malvados y los trabajadores sean buenas personas. Es más, las empresas entran en competencia entre sí y las que tienen mayor beneficio crecen y se comen a las pequeñas. Así que un empresario puede ser individualmente muy buena persona pero si paga mejor a sus trabajadores que la competencia, rápidamente desaparece del mercado porque sus costes son más elevados. Ser capitalista y ser generoso son cosas incompatibles.

2.- La introducción de la política en la economía: derecha-izquierda

Si, poco a poco, los salarios suben y las jornadas laborales se reducen es porque los trabajadores se organizan: primero en sindicatos y más tarde en partidos políticos. Apoyándose en la democracia, estos partidos consiguen imponer leyes a favor de los trabajadores y sacar dinero a los ricos mediante los impuestos para mejorar la vida de los pobres prestándoles los servicios que proporciona el Estado: educación, sanidad, protección social, etc.

Esto dura bastantes años y produce una progresiva implicación del Estado en la economía. Esta implicación aumenta en el momento en que las crisis económicas dejan los almacenes llenos de mercancías y a la población sin dinero para comprarlas. Entonces el Estado pasa de ser productor a consumidor neto, inyectando dinero en la economía y convirtiendo a parte de la población en empleados no productivos que cobran un salario y pueden gastarlo en comprar lo que se continua fabricando. En esto juegan un papel muy importante tanto los funcionarios como el sector servicios. Ser productivo ya no es indispensable, lo importante es consumir. Y para esto se inventa el crédito: el que piden las familias, el que piden las empresas y el que pide el propio Estado. Aquí aparecen el famoso déficit y la Deuda Pública.

Todo esto compitiendo con un nuevo sistema económico en los países del Este en el que el Estado asume la función del capital y controla la totalidad de la economía. Allí desaparece la empresa privada y aquí aparece el mito de que la privada funciona mejor que la pública. El capital se rearma y se dispone a reconquistar la totalidad del espacio económico: lo hace interviniendo en las políticas de los gobiernos, en las leyes que promulgan y, sobre todo, sustituyendo al Estado en los ámbitos que manejaba tradicionalmente: suministros básicos, sanidad, obras públicas, seguridad ciudadana, etc. El mecanismo es simple: las competencias siguen siendo del Estado pero este contrata su ejecución a la empresa privada. Ahora el dinero presupuestado para atender un servicio concreto se entrega a la empresa privada y si esta presta el servicio gastando menos es beneficio para ella. Por eso el capital quiere privatizarlo todo.

Con el derrumbe del capitalismo de Estado en los países del Este, ocasionado sobre todo por la carrera armamentística, desaparece un posible competidor que podía representar una alternativa. El capital se crece y el sistema se parece cada vez menos al modelo de competencia que tenía en sus inicios. Ahora las grandes empresas multinacionales tienen más poder que los propios Estados y pueden chantajear a los gobiernos amenazando con marcharse del país y dejar sin trabajo a la población. Exigen una práctica exención de impuestos y una participación mayor en las obras públicas y servicios que presta el Estado. Y el gran capital se camufla en los bancos, prestando dinero a las pequeñas empresas y confundido con los pequeños ahorros de la gente y las cuentas corrientes que gestionan nuestras nóminas y domicilian nuestros gastos. Así que, cuando hay crisis, todo el mundo corre a salvar los bancos para no perder sus ahorros.

Poco a poco la presión fiscal sobre el capital disminuye y el Estado se sostiene gracias a los impuestos que pagan las personas físicas: los trabajadores de toda la vida que ahora se denominan clase media. Pero el capital cada vez quiere menos impuestos y restricciones. Solo las pequeñas empresas, o asociaciones como ADCA, pagan el impuesto de sociedades con la tarifa del 25 por ciento. Las medianas tienen desgravaciones que les permiten pagar el 15, las más grandes tributan en la práctica el 5 por ciento de sus beneficios y las multinacionales menos del 1 por ciento.

3.- La supresión de la política en la economía: totalitarismo-democracia

Pero el propósito del capital es desmantelar el Estado por completo. Así que mediante los medios de comunicación, prácticamente todos de su propiedad, se dedica a hacer propaganda a favor de políticas que recomiendan rebajar más los impuestos. Y en paralelo, desacreditan a los gobiernos exigiéndoles mantener o aumentar sus prestaciones con menos recursos. Y la gente traga porque entiende que se le ofrece pagar menos impuestos y recibir los mismos servicios. La guinda del pastel es que los partidos de izquierda, por miedo a no ser votados, no se atreven a proponer subidas impositivas. O incluso se suben al carro de bajarlos. Así es como desaparece la vieja alternativa izquierda-derecha.

En su lugar aparece una nueva dicotomía: democracia o totalitarismo, los partidos tradicionales por un lado y la extrema derecha por el otro. Esto sucede siempre que el sistema entra en una crisis profunda: el capital promociona a la extrema derecha procurando que las clases populares la apoyen. Aquí aparece toda una batería de propuestas destinadas a desmontar la democracia: la más importante es fomentar el descrédito de los políticos acusándolos de inoperancia y corrupción para, a continuación, proponer su desaparición.

La corrupción es una enfermedad propia de un sistema en el que, para el capital, el Estado es la principal fuente de ingresos. Se habla constantemente de políticos corruptos pero nunca de las empresas que los corrompen: los políticos cambian pero las empresas se mantienen, esperan simplemente a los políticos de turno para ofrecerles financiación para su partido a cambio de obtener los contratos del Estado.

Es un eslabón más de este juego en el que el Estado planifica y las empresas ejecutan, haciendo grandes beneficios en los contratos que firman. La parte de estas ganancias que se dedica a corromper es el chocolate del loro de estos beneficios; de hecho carece de importancia en términos económicos. Pero se utiliza para ensuciar la fama de toda la gente que se preocupa por la colectividad. Consiguen así que esta preocupación por la sociedad que nosotros alentamos como parte del desarrollo espiritual del ser humano, se acabe identificando con una manera de robar.

En estos momentos se intenta desmontar todas las conquistas sociales de los sindicatos y los partidos de izquierda durante el siglo pasado. Estos partidos y sindicatos se han quedado sin recursos y sin políticas, ni tan siquiera se sienten capaces de presentar batalla al discurso de esta extrema derecha que tiene por objetivo distraer la atención de la gente acusando de los problemas a los más débiles.

Y aquí debemos hacer mención del Trabajo espiritual en general y del Evangelio en particular: no es coherente estar en el Trabajo y rechazar a las personas de los niveles más bajos de la población. Los pobres, endemoniados y leprosos de tiempos de Jesucristo son ahora los inmigrantes, drogadictos, pequeños delincuentes, okupas y demás marginados de nuestros días. Y nuestra obligación es alentar un sistema económico que resuelva estas situaciones y evite que se reproduzcan.

4.- El bien y el mal en la política

No es una cuestión de buenos y malos, ni tampoco de si las cosas se hacen bien o mal. El argumento de que las cosas se hacen mal y podrían hacerse mejor es el que utilizan los que quieren mantener el sistema. Todo se puede hacer mejor, pero el sistema tienes sus límites. Si prestamos más atención a nuestra economía familiar seguro que podremos ahorrar un poco más pero este esfuerzo no cambiará sensiblemente nuestra situación económica.
Denunciar que el gobierno lo hace mal requiere explicar cómo hay que hacerlo, no basta con afirmar que otro lo hará bien. A menudo los argumentos que se citan están vacíos de contenido: Claro que hay que hacer las cosas bien, pero es indispensable saber cómo es bien. Hay que atender a lo que le interesa a la gente, sí, pero ¿quién lo decide? Tenemos que eliminar la pobreza, fantástico, pero ¿de dónde sacamos la riqueza para conseguirlo?

Se dice que el Estado derrocha y que podría ahorrar más. Veamos en qué ámbitos: ¿en hospitales, maestros, seguridad ciudadana, protección social, ferrocarriles, carreteras, defensa? ¿En funcionarios? Todos los maestros, médicos, enfermeras, policías y jueces son funcionarios. Y tiene que haber funcionarios que recauden los impuestos y los administren. Seguro que algunos se solapan entre el Estado y las autonomías, pero una vez resuelto eso ¿cuántos funcionarios quitamos y de dónde?
Otra propuesta que se está haciendo muy popular es la de rebajar el sueldo a los políticos. Puede que tengamos que exigirles más dedicación a los políticos pero si tuviéramos que rebajar el sueldo a todas las personas que no hacen bien su trabajo, los ingresos de la población se reducirían a la mitad. Y esto provocaría otra crisis económica. Si queremos gente adecuada en la política los hemos de pagar bien porque este es un trabajo que requiere una gran capacidad y una dedicación que te deja sin vida familiar.

Mirando los Presupuestos Generales del Estado vigentes, advertimos que la partida que incluye los gastos de la Casa Real, del Congreso y del Senado representa un 0,23 por ciento del total. Sostener que con este dinero se pueden hacer varios hospitales equivale a decir que con el dinero de los hospitales se podrían hacer muchas escuelas. Todo lo que aparece en el Presupuesto es necesario. Si prescindimos de los políticos, ¿quién gobernará?, ¿los altos funcionarios del Estado? Vale la pena darse una vuelta por los organismos del Estado y observar los apellidos de estos altos funcionarios: pertenecen todos a las familias más poderosas del régimen franquista. Por eso quieren volver a gobernar.

También se propone ahorrar desmontando las autonomías y centralizándolo todo de nuevo. Este es el sueño de la extrema derecha porque es la mejor manera de limitar la participación de los ciudadanos, pero a la sociedad le conviene justo lo contrario. Estos días se ha puesto claramente de relieve la necesidad de atender el llamado principio de subsidiariedad: la gestión de los problemas concretos se resuelve mejor cuando corre a cargo de las administraciones que están sobre el terreno. En cambio las directrices políticas generales conviene que se decidan a nivel mundial. Por tanto, los que sobran son los gobiernos de Madrid, París, Berlín etc., no las autonomías ni los ayuntamientos. Cuanto más cerca de la población está el poder mejor se puede participar en su gestión, pero políticos tiene que seguir habiendo porque no podemos decidir los Presupuestos de las diferentes administraciones haciendo asambleas de escalera.

Resumiendo: la solución no está en el ahorro que propone la extrema derecha. Al contrario, es necesario gastar mucho más. Entonces ¿cómo se pueden equilibrar estos Presupuestos?: actuando en el capítulo de ingresos, cobrando muchos más impuestos y cobrándolos al capital, como se hacía antes. Y también gravando fuertemente la especulación que solo introduce distorsión en la economía. Ahí hay una bolsa enorme de dinero a la que se puede recurrir, un dinero que en estos momentos está inmovilizado.

5.- Una situación cambiante

El remedio no es quitar a los políticos sino promover otra clase de políticas. Y en estos momentos esto implica cambiar un sistema económico que ya no da para más.
La pandemia está haciendo cuestionar algunas ideas sagradas hasta ahora: la más importante es que para sobrevivir hemos de trabajar y que para trabajar es indispensable que una empresa nos contrate. Lo que se está planteando ahora es que todo el mundo ha de tener un mínimo asegurado por el hecho de haber nacido. Solo después de haberle asegurado el sustento se le puede reclamar al individuo que aporte su esfuerzo a la colectividad haciendo algo de valor para la misma. Esta es una posición coherente con la idea del ser humano que tenemos en el Trabajo espiritual. La actualización del potencial que somos no puede depender de si nos contrata una empresa.

Esta actividad que se requiere al individuo se puede organizar y gestionar a través de empresas, pero no es algo que se pueda dejar en manos de la iniciativa privada. Es el colectivo quien tiene la obligación de hacerlo. La iniciativa privada puede colaborar, puede ofrecer sus servicios y promover nuevas formas de atender estas tareas, pero es la propia sociedad la que ha de determinar hacia dónde hay que dirigir los esfuerzos. Porque no podemos esperar que los particulares o las empresas capitalistas se ocupen del cambio climático, de si una determinada región se queda sin empleo o si un determinado colectivo queda desatendido. En otras palabras: el bienestar de la comunidad es responsabilidad de la comunidad: no se puede dejar al albur de una iniciativa privada que solo atiende al beneficio.

El Estado tiene actualmente un papel muy importante en la economía, pero ha de dejar de estar subordinado a un capital cuyo objetivo no es el bienestar de la población sino su propio beneficio. La idea de que la población indica lo que necesita y la empresa privada lo produce es algo que ya ha pasado a la historia. En estos momentos el capital se dedica más a la especulación que a la producción. Y por otro lado, esta producción se está robotizando y necesita cada vez menos mano de obra. Así que el sistema capitalista camina hacia su fin. La cuestión es como hacer una transición ordenada hacia otro sistema, porque en economía no pueden funcionar dos sistemas a la vez.

Lo cierto es que la pandemia ha agravado la situación de muchos sectores pero la renta básica es una medida que se contempla desde hace tiempo en los gabinetes de estudio. Porque está claro que la robotización dejará a medio plazo sin empleo a toda la población que opera actualmente en trabajos no cualificados. Habrá que luchar contra este prejuicio que impide entregar dinero sin trabajar, aunque esto es justo lo que se está haciendo en estos momentos con los ERES, los seguros de desempleo y las ayudas a diversos sectores con préstamos a un interés prácticamente cero. En estos momentos ya no es posible sostener que la gente no trabaja porque son unos vagos.

Es interesante contemplar cómo, de pronto, se ha acabado el discurso de que estamos gastando por encima de nuestras posibilidades y tenemos que hacer recortes. Al contrario: ahora hay que ayudar a los sectores que se dedican al turismo, a los artistas, a los cantantes, a los ancianos, a los dependientes… a todo el mundo. Eso está bien y es lo correcto. La cuestión es que nadie explica de dónde van a salir los recursos para pagarlo.

Veamos de dónde está saliendo este dinero: básicamente de los dólares que imprime la Reserva Federal de los EE. UU. y de los euros que imprime el Banco Central Europeo. ¿Qué tiene que ver esto con la idea de que un empresario te paga porque haces un trabajo para él? Nada, no tiene nada que ver. Pero ¿cómo se justifica este fenómeno desde la óptica del sistema actual?: presentándolo como un préstamo que habrá que devolver. Sin embargo todos sabemos que, a pesar de los recortes, la Deuda de los Estados no para de crecer; simplemente cuando toca devolver un préstamo se solicita otro y con este se paga el anterior. Por eso se está hablando también de subvenciones en lugar de préstamos y de convertir el déficit en Deuda Perpetua.

Sin embargo, la Deuda tiene un coste: los intereses. Los préstamos no se reintegran pero se pagan intereses y, a pesar de que los tipos son bajos, aumentan en valor absoluto. En el Presupuesto de 2018, que continua vigente, suponen un 10,46 por ciento del total de gasto. Esto sí que nos ha de preocupar y no la Casa Real y los políticos. Porque al paso que vamos llegaremos tranquilamente a un 15 por ciento en cuatro días. Pero ¿quién cobra estos intereses?: todo aquel que ha invertido su dinero en Deuda Pública. Muchos particulares invierten en esto porque es una inversión que tiene poco riesgo.

Pero en estos momentos no son los particulares los que están comprando la Deuda Pública, la compran los bancos con el dinero que les presta el Banco Central Europeo. Es decir: el Banco Central Europeo imprime los billetes y los presta a los bancos privados, con un tipo de interés muy bajo, en torno al 0,5 por ciento. Y entonces los bancos privados compran la Deuda Pública a los Estados que les pagan unos intereses del 4 o el 5 por ciento. Así que la mayor parte de este 15 por ciento de intereses de la Deuda Pública que tenemos que pagar cada año se lo entregamos a estos bancos, lo sacamos de nuestro bolsillo para dárselo a sus accionistas. Solo por hacer de intermediarios.

6.- Propuestas revolucionarias

Así que por un lado tenemos un Estado que se ha de preocupar de facilitar una renta universal mínima a toda la población y, además, proveer una sanidad, educación, seguridad, vivienda, infraestructuras e investigación adecuadas y atender al cambio climático. Y por otro tenemos unas instituciones financieras que pagan gran parte de esto con un dinero que se imprime en el Banco Central Europeo. ¿Cómo es posible que está emisión constante de dinero no esté ocasionado una inflación galopante? Simplemente porque está ocupando el lugar de inmensas fortunas acumuladas que se mantienen fuera de la circulación económica porque no están interesadas en invertir. El hecho es que si no se regala dinero a la población ya no resulta posible colocar en el mercado todos los bienes que se continúan produciendo. Así que está política basada en la Deuda, es decir: en el crédito al por mayor, tan solo está evitando el colapso.

En estos momentos el dinero es una ficción total. Los ingresos que recibimos a través de los salarios, las pensiones o las ayudas de todo tipo se anotan en una cuenta de ordenador; y cada cosa que pagamos, bienes o servicios, se deduce de esta misma cuenta. Simplemente no podemos sacar más de lo que hay. Pero si un bien o un servicio tienen un coste determinado, ¿por qué tenemos que pagar por encima de este coste?, ¿qué sentido tiene pagar más porque lo ha elaborado una empresa privada? En el sistema capitalista esto es obligado porque hay que remunerar al capital, pero si ahora el capital se mantiene al margen o se dedica exclusivamente a la especulación, y el coste lo sufraga el Banco Central europeo, no hay motivo alguno para pagar más de lo que cuesta. Y si a las empresas privadas no les interesa producirlo ya lo producirán las públicas.

Y no digamos todos los servicios que presta el Estado, ¿por qué tienen que conllevar un sobrecoste o un recorte que va a parar a los bolsillos del capital? La mayor parte de la gente que estamos en el Trabajo espiritual desarrollamos nuestra profesión en este ámbito. ¿Alguien considera que se esfuerza poco por estar en la nómina de un Ministerio o de una Consejería? ¿Alguien imagina que trabajaría mucho más si estuviera en una empresa privada? ¿No sucede más bien que los que están en la privada constatan que tienen dificultades para hacer bien su trabajo a causa de los beneficios que detrae el capital?

Actualmente la investigación se hace en las Universidades, la mayoría públicas; el problema es que dependen de las empresas privadas para financiar sus proyectos. En EE. UU. no se aprueba un solo proyecto de investigación si en la propuesta aparece el término “cambio climático”. Así que solo hay que facilitar recursos procedentes de la comunidad a los investigadores y el progreso que su labor genere se transmitirá a los procesos productivos de las empresas estatales.

El único espacio que por su naturaleza habrá que dejar en manos privadas es el de la creatividad literaria y artística, incluyendo en este apartado el diseño de los bienes de consumo. Todo lo demás se puede planificar. De hecho el Estado lleva años planificando lo que tiene que hacer en cada tiempo y lugar en función de la evolución esperada de la población, solo que, a continuación, lo encarga a la empresa privada. O sea que ya no es el mercado el que decide el grueso de la actividad económica sino esta planificación.

Si el trabajo no cualificado va a desaparecer todos nos dedicaremos a trabajos de naturaleza intelectual o estética, algo que despierte especialmente nuestro interés. Y está claro que en una economía de este tipo dejarán de haber clases sociales, solo habrá ciudadanos que recibirán lo que necesiten y aportarán su creatividad personal. Esto, en estos momentos no es utópico en términos económicos. Hace unos días quizás lo era políticamente, pero la pandemia está poniendo de relieve muchos desequilibrios absurdos que requieren soluciones novedosas y ponen de relieve la inutilidad de las habituales.

7.- Medidas a aplicar en esta transición.

En primer lugar es indispensable que estemos bien informados, no solo para tener clara la situación que hay que enfrentar sino también para poder contrarrestar la demagogia y el populismo de la extrema derecha y evitar que convenza a la gente humilde. No podemos permanecer callados mientras esta propaganda se difunde mezclada con el odio y la división social. Ya tenemos experiencia de lo que supone que los supuestamente conscientes se mantengan callados mientras los bárbaros vociferan: estos que ahora reclaman libertad son los mismos que promulgaron el último estado de excepción en tiempos de Franco.

La libertad es algo que va indisolublemente unido al respeto por el ser humano y es lo que le permite ejercitar su naturaleza esencial. No debemos confundirla con poder hacer lo que te da la gana si tienes el dinero suficiente. La libertad no la pueden ejercitar aquellos que no saben si van a comer o dónde van a dormir el día siguiente. La libertad ha de permitir que se manifiesten los conflictos y ha de canalizar los medios para resolverlos; y esto se llama democracia y libertad de expresión.
Y su falta no tiene nada que ver con la intervención del Estado en la economía porque totalitarismos los ha habido en el sistema de mercado y en el de economía planificada; siempre con el argumento, cierto o falso, de tener que protegerse de un presunto enemigo. Para nosotros libertad equivale a posibilidad de actualizar el potencial que somos, una posibilidad que hemos de defender ejercitándola.

Nada de lo que expongo en este artículo es algo que no podamos leer en los periódicos o escuchar en las noticias, así que no debemos refugiarnos en la idea de que de eso no entendemos. Lo que sí podemos hacer es discutirlo y, si conviene, discrepar, pero por favor, no lo ignoremos.

Hay algunas medidas que empiezan a parecer de sentido común para todos aquellos que no tiene intereses en el sistema. Se pueden empezar a defender para que se recojan en aquellos programas políticos que hacen propuestas en vez de lanzar amenazas. Ahí van unas cuantas que podrían facilitar el cambio y que se pueden reclamar de inmediato:

Medidas políticas:
– Cesión de la soberanía de los Estados a la Unión Europea para que decida sobre las grandes cuestiones económicas y administrativas.
– Gobierno de la Comisión Europea elegida directamente por el Parlamento Europeo.
– Organización de la administración europea en base a la Europa de las regiones.
– Legalización inmediata de todos los inmigrantes.

Medidas económicas:
– Establecimiento de una Renta Universal mínima capaz de asegurar la subsistencia de todas las personas.
– Reforma de la Seguridad Social y de las pensiones para que se paguen con ingresos fiscales.
– Transformación de la Deuda del Estado en Deuda perpetua europea
– Supresión del dinero líquido y prohibición de las monedas virtuales.

Medidas fiscales:
– Obligación de las multinacionales de tributar en todos los países en los que tengan centros de producción, gestión o distribución.
– Supresión de las deducciones en el Impuesto de Sociedades para que todas las empresas tributen al mismo tipo.
– Imposición de la tasa Tobin a todas las transacciones financieras
– Imposición de la tasa Google a las multinacionales digitales.

Se admiten propuestas. Cada uno en su ámbito de trabajo puede percibir y plantear posibles alternativas. Y desde luego hay que añadir las que se refieren al cambio climático.

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