La respuesta de Rosa tiene la profundidad y sencillez de una comprensión desde el fondo.
Nosotros también somos trinitarios, somos energía, inteligencia y amor. Y esta triple dimensión solo nos complica cuando somos tacaños, condicionamos nuestra entrega o intentamos pasar factura cada vez que hacemos algo en beneficio de los demás.
Si por el contrario lo damos todo, encontramos en esta entrega consciente el sentido de la existencia y la felicidad inherente al amor. La vida la llevamos de serie, nuestra aportación es hacer que fructifique en el otro que la reclama y utiliza.
En realidad es muy sencillo. Solo el niño pequeño, que todavía no es autosuficiente, necesita una atención personal. A medida que vamos madurando y que intervenimos en el mundo, esta atención y reconocimiento la recibimos en la propia interrelación con los demás, como algo inherente a la misma. No la obtenemos como remuneración del otro sino como satisfacción personal: por el hecho de vivir a fondo lo que somos, amando al otro y actuando para crear la realidad.
Observad que Jesús nunca se refiere a sí mismo como “yo”; se denomina “hijo del hombre” o “hijo del padre”, recibe el ser del padre y lo entrega al hombre. El pecado original es la renuncia a nuestro origen, es recibir el ser para negarnos a darlo. Dios nos ha hecho libres, así que podemos decidir, pero la libertad no es caos porque se transforma en amor.