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- 11 de noviembre de 2020 a las 15:07 #2501Jordi Sapés de LemaSuperadministrador
Este fragmento de la ponencia de Juan Maria en el reciente Congreso ha despertado un especial interés por penetrar en su significado.
Entre la Persona del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo, hay perfecta comunicación, total reciprocidad, completo despojo. Es lo que viene a significar el precioso término griego homoousios, “consubstancial”. No es admisible prioridad alguna, ni primacía. La distinción real entre las Tres Personas es una pura relación, que hace “circular” todo el ser divino entre ellas bajo lo que le caracteriza a cada una, que no tienen de propio más que lo que las desapropia totalmente y las constituye en exclusiva como relación –subsistente y personal –a las otras dos. No hay operación que no sea común a las Tres. Sin esta reciprocidad Dios no sería Amor, Espíritu, Libertad en sí y Belleza.”
Esta explicación es compatible con el modo como nosotros representamos la Trinidad: Energía (Padre), Inteligencia (Hijo), Amor (Espíritu Santo). La Realidad es Energía, estructurada en formas (Inteligencia) cuyo orden interno exige su interrelación (Amor). Sin embargo, esto es una foto fija que la explicación de Juan María dota de dinamismo, sobre todo por el concepto de “despojo” o “desapropiación”. Así que vamos a ver qué significa esta desapropiación en nuestra experiencia consciente.
El diccionario de la RAE define desapropiarse como desposeerse del dominio sobre lo propio, lo cual implica permitir que otro disponga de ello, a pesar de lo cual se mantiene, subsiste, permanece. Esta subsistencia es lo que llamamos “identidad”, y esta identidad se manifiesta en la existencia cuando se entrega al otro.
Este es el proceso que seguimos nosotros mismos en nuestra evolución espiritual. El Ser lo somos y subsiste en todos los niveles de conciencia que atravesamos; pero cada paso que damos implica una desapropiación de aquello que veníamos definiendo como “yo”. Empezamos por desidentificarnos de los éxitos y fracasos del personaje, que no son reales, pero seguimos confundiéndonos con la personalidad y sus posesiones: nuestro cuerpo, nuestras habilidades, sensibilidad y conocimientos. Hasta constatar que esto, quizás lo tengamos pero no lo somos. Somos la capacidad de ver, amar y hacer, no sus productos. Pero estas capacidades tampoco son nuestras, son de Dios, las somos porque participamos del Ser que Dios nos da. O sea que, en última instancia, nosotros no tenemos realidad, somos en Dios. Este es nuestro camino de desapropiación.
Muchos habéis tenido la experiencia de estar interactuando con el entorno, conscientes de vuestra presencia pero sin decidir personalmente lo que hacéis o decís, siendo solo una herramienta al servicio de lo superior, que actúa a través vuestro. A esto lo llamamos “estar inspirados”, ser un vehículo del Espíritu. En este nivel de conciencia respondemos a lo que sucede con absoluta seguridad interior, sin preocuparnos por los resultados que vamos a obtener o por si las circunstancias van a favorecer o impedir el éxito de nuestra intervención. No tenemos intereses, nos limitamos a abrir la boca y a dejar que se expresen las palabras que surgen desde el centro de la conciencia.
Claro que esta expresión central aprovecha una personalidad sólida y preparada, pero es importante que veamos hasta qué punto la verdadera evolución espiritual transcurre por un camino diferente de lo que se ha venido a llamar “crecimiento personal”. Es justo lo contrario. Esta experiencia es un anticipo de la autorrealización, cuando llegamos a la evidencia de que no somos nada, que solo somos en la medida en que Dios nos da el Ser y nos habilita para que actualicemos su inteligencia y su amor en este plano. Este darnos el Ser es lo que lo hace a Dios Padre nuestro.
Esta vivencia de no ser nada ya la podemos entrever en el centramiento. Tenerla presente, reforzando la conciencia de ser un vehículo de expresión de la voluntad de Dios, hace que se desvanezcan la mayoría de preocupaciones a las que solemos dar tanta importancia: la necesidad de ser aprobados, de excusar nuestras limitaciones, de tener éxito o fracasar, de tener un propósito claro en la existencia, etc. Nos sentimos aprobados por Dios, guiados y defendidos por Él e implicados en los asuntos que quiere tratar con nuestro concurso. Solo hay algo que debemos vigilar, nuestro error fundamental: la tentación de identificarnos con una forma que pretende que el mundo gire en torno a ella.
Desde esta perspectiva resulta útil considerar la cuestión a la inversa, desde Dios hacia nosotros, porque desde el momento en que nos confiere el Ser y nos otorga la capacidad de ver, amar y hacer, la parte de la creación en la que participamos deja de estar bajo Su control. Esto es algo que acostumbramos a olvidar: Dios nos ha creado absolutamente libres, con la posibilidad de decidir lo que hacemos con el potencial. Cuando Él se desapropia de Su capacidad y nos la cede, la posibilidad que tiene de actuar a través nuestro queda supeditada al grado de conciencia que nosotros hayamos desarrollado.
Y no solo eso; tenemos además la posibilidad de utilizar esta energía, inteligencia y amor, que hemos recibido en usufructo, en una dirección totalmente opuesta a sus propósitos y a su Voluntad, acción que no puede impedir porque nos ha creado libres. Así que Él vive en nosotros la existencia que nosotros llevamos, del mismo modo que nosotros vivimos la Suya cuando hacemos Su Voluntad. Si esta afirmación os sorprende recordad la existencia que llevó, encarnado en Jesucristo, y lo que tuvo que sufrir para recordarnos nuestra naturaleza esencial. Lo hizo asumiendo personalmente las consecuencias de nuestra desorientación.
Aquí podéis comprender que la existencia que llevó y el final que tuvo que sufrir era la única manera que tenía de mandarnos el mensaje de que andábamos despistados. Ya lo hemos hablado en otras ocasiones: Jesús no podía triunfar como personalidad porque vino justamente a mostrarnos la esencia que la personalidad esconde. Cuanto más grande, triunfante y poderosa es esta personalidad, más esconde al Espíritu. Por eso Dios se desapropia de sí mismo en Jesucristo, se anula como Dios, para indicarnos que el camino de vuelta a Él pasa también por nuestra propia desapropiación como formas evanescentes. Pensamos que Dios solo se ha encarnado en Jesucristo y olvidamos cual es nuestra identidad.
La pregunta es qué sentido tiene esta mutua desapropiación: de Dios en nosotros y de nosotros en Él. El sentido es el Amor, la relación. Nosotros en tanto que formas somos contingentes, podríamos perfectamente no existir, solo Dios es necesario; así que Él podría permanecer estático en su majestad: inmóvil, inmutable. Pero en este caso ni tan solo tendría la posibilidad de amar y ser amado, ni podría estar acompañado por entes dotados de conciencia que participan en la evolución y desarrollo de este mundo. En otras palabras, no podría gozar de Sí mismo.
La relación entre el Padre y el Hijo, como mutua desapropiación o entrega, requiere de un proceso que ha de tener realidad de por sí para que esta desapropiación tenga sentido. El proceso es el vehículo que la exige y la posibilita. No tiene razón de ser que seamos capacidad de ver, amar y hacer si no hay nada que comprender, amar o transformar. Y si hay algo, también es absurdo que no procuremos comprenderlo, amarlo y transformarlo con toda nuestra mente, nuestra alma y nuestra fuerza. Es absurdo limitar o condicionar esta entrega. Somos en la medida en que recibimos una capacidad y la entregamos, en el seno de un proceso que relaciona el todo con el todo, sin dejar en ningún momento de ser lo que es. Este proceso resume la existencia y es lo que llamamos Espíritu Santo.
15 de noviembre de 2020 a las 19:57 #2502Imanol Cueto MendoSuperadministradorHola Jordi; muy profundo este texto la verdad, entonces el sentido de esta desapropiación o despojo mutuo es el amor; llego a verlo en lo que hace referencia de nosotros en Él, pero de Él en nosotros se me escapa… Dices que Él podría permanecer estático en su majestad, pero que en tal caso ni tan solo tendría la posibilidad de amar y ser amado ¿Qué necesidad puede tener Dios en ser amado? ¿esto quiere decir que Dios se desapropia de su propia creación porque si no para Él le sería imposible gozar de lo que el mismo ha creado? No sé si nos lo podrías ampliar un poco.
15 de noviembre de 2020 a las 23:20 #2503Jordi Sapés de LemaSuperadministradorNo es cuestión de necesidad sino de posibilidad, ¿qué sentido tienen el poder y la sabiduría si no se pueden ejercitar y compartir? La quietud es intrínsecamente más pobre que la creatividad, es una limitación, y Dios excede a toda limitación. Así que esto responde a tu pregunta sobre la necesidad. Acuérdate que estamos hechos a su imagen y semejanza, lo que vale para nosotros vale para Él elevado a la enésima potencia: ¿tú concibes una existencia inmóvil y pasiva, sin poder relacionarte con nadie?
Claro, en el supuesto de que pudieras crear, no ibas a crear para hacerte compañía unos muñecos mecánicos incapaces de entenderse contigo. Por eso Dios nos ha creado conscientes y libres. Lo ha hecho en serio, se ha manifestado a través de nosotros y al mismo tiempo ha permitido que obráramos en base a nuestro criterio personal. Así que comparte con nosotros nuestros éxitos y fracasos, nuestros descubrimientos y nuestros errores. El Verbo no solo se encarnó en Jesucristo, se encarna en cada uno de nosotros, ahora, en este momento.
Desapropiarse no significa desentenderse, significa darnos el ser y encargarnos a nosotros de gestionar la creación; es decir, asumir la capacidad de ver, amar y hacer y desapropiarnos también de ellas para entender, atender y cuidar de los demás. Al crearnos múltiples nos permite actualizar el amor que somos participando en la misma junto a Él. Él no está allá arriba mirando lo que hacemos, está en el centro de cada uno de nosotros, relacionándose con nosotros mismos y con los demás a través nuestro. Interviene en la medida en que le dejamos intervenir y sufre en la medida que nos confundimos y perdemos el sentido que tiene la existencia. Jesucristo nos demostró que Su entrega es absoluta y asume en nosotros todos los beneficios y dificultades de ser una forma. Él hace las cosas de verdad, no hace ver que las hace.
Podríamos decir que juega a encontrarse a Sí mismo desde la infinidad de conciencias a las que previamente da el ser, en el marco de una Totalidad que nos permite evolucionar, comprender, transformar el mundo y sobre todo amarnos y amarlo a Él. Sin la creación el Amor no existiría, con la creación Dios es Amor porque se desapropia de sí mismo. Y nosotros volvemos a Él porque nos desapropiamos de nosotros.
Así que lo que desde la perspectiva de la forma es contingente, se vuelve necesario visto desde el Ser. Y ahí está el camino de la autorrealización, en la vuelta a Él a través de nuestra entrega total.
17 de noviembre de 2020 a las 16:22 #2504RosaParticipanteDesde su Identidad Dios permite, que participemos en un proceso de Autoconocimiento y Creación con la inteligencia, el amor y la energía infinitas, fuentes de la substancia con la que dota el continuo movimiento operativo y relacional.
La desapropiación es consubstancial al ser que ya es, y por esa misma condición no necesita tener o apropiarse de nada.
La identificación que establecemos con la forma egocéntrica, es un desacierto, porque confunde el tener con el ser. El tener es efímero e insubstancial. El ser es permanente y substancial. Pero la forma identificada con el tener, vive desde la carencia, y se apropia de posesiones intelectuales, sentimentales, materiales y espirituales, no habitadas por el yo profundo. El acopio de dichas posesiones es para sentirse ser. Pero hay un error de base, que no permite llegar a la identidad. Si no somos conscientes del equívoco, no podemos soltar estas apropiaciones, porque en ello nos va la vida que los propios patrones históricos y los del sistema han forjado. Desprovistos de orientación veraz, se incrustan en los circuitos neuronales, que pueden aniquilar la verdadera vida, al impedir tomar consciencia del intrusismo y la alienación de la posesión.
“Quien mire de conservar la vida, la perderá, y quien la pierda vivirá”, nos dice Jesucristo (Lucas 17, v.33). Con esta frase, creo se refería a la confusión inherente a la desconexión.
Una vez que soltamos el yo egocéntrico, nos ponemos conscientemente en manos de Algo más grande que nos conduce al encuentro esencial. Estar abierto a estas energías, propicia la transformación precisa, que requiere el proceso, para conocer desde lo diferenciado lo idéntico.
Si participamos en la creación desde el ser en el espacio- tiempo o proceso, estamos invitados al banquete que alimenta la conciencia de totalidad desde la diversidad a la unicidad del ser.
Dios nos ama porque nos da el ser, sin expectativas de ser reconocido. Pero cuando le amamos nos reconoce, nos responde con su Gracia, y entonces somos conscientes de la reciprocidad substancial.17 de noviembre de 2020 a las 18:34 #2505CarlosSuperadministradorLo que está dando de sí la ponencia de Juan María con el planteamiento, profundo y difícil de la desapropiación. Si ya de por sí Dios uno y trino es difícil de entender, ahora se complica más. Esa profundidad y a la vez lucidez que mostráis todos los que habéis escrito antes, nos trae a mano la complejidad que nos ayudáis a ir desentrañando y que a veces conseguimos entender, hacerla simple.
Con estas palabras invito a que, todos los que se hayan podido desanimar por este lenguaje tan filosófico y teológico, escriban, con su propio lenguaje, con sus palabras, sean cuales sean, lo que les inspira de esta reflexión. Ahí va la mía:
Desapropiarse es dejar de tener como propio algo que no lo es, y diría más, que nunca lo ha sido. En palabras de la R.A.E. «Desposeerse del dominio sobre lo propio». En mis palabras sería dejar de identificarse con lo que creemos ser y no somos. Nos apropiamos del personaje en un momento de la vida y después cuando nos damos cuenta del error hacemos un proceso de desapropiación en el que tiene mucha importancia lo que dice Rosa de los circuitos neuronales.
Pero no sólo del personaje, también de todo aquello que nos parece consustancial a lo que somos y que se puede ver muy fácilmente lo que es a través del lenguaje: Siempre que digamos «tengo…» significa que no lo somos, y que debemos desapropiarnos de ello.
Pero también lo haré de mi propia esencia, o más bien de la idea que yo mismo tengo de «eso» a lo que llamo esencia . Porque esa idea es incompleta o incluso equivocada. Una vez más, lo único propio es la experiencia que tengo de lo que yo soy y que vivo experiencialmente (tiene razón Juan María cuando dice que hay que pedir a la RAE que meta esta palabra en el diccionario por insuficiencia de su análogo «experimentalmente» que me suena a laboratorio de química).
¿Y de qué nos tenemos que apropiar? Pues eso sí que no lo sé, porque si hasta Dios se desapropia… Me imagino que de lo único que nos debemos apropiar es de Él. Pero sin idolatrías (nadie puede decir qué, quien o cómo es Dios, porque lo convertirá en ídolo).
18 de noviembre de 2020 a las 17:56 #2506Jordi Sapés de LemaSuperadministradorLa respuesta de Rosa tiene la profundidad y sencillez de una comprensión desde el fondo.
Nosotros también somos trinitarios, somos energía, inteligencia y amor. Y esta triple dimensión solo nos complica cuando somos tacaños, condicionamos nuestra entrega o intentamos pasar factura cada vez que hacemos algo en beneficio de los demás.
Si por el contrario lo damos todo, encontramos en esta entrega consciente el sentido de la existencia y la felicidad inherente al amor. La vida la llevamos de serie, nuestra aportación es hacer que fructifique en el otro que la reclama y utiliza.
En realidad es muy sencillo. Solo el niño pequeño, que todavía no es autosuficiente, necesita una atención personal. A medida que vamos madurando y que intervenimos en el mundo, esta atención y reconocimiento la recibimos en la propia interrelación con los demás, como algo inherente a la misma. No la obtenemos como remuneración del otro sino como satisfacción personal: por el hecho de vivir a fondo lo que somos, amando al otro y actuando para crear la realidad.
Observad que Jesús nunca se refiere a sí mismo como “yo”; se denomina “hijo del hombre” o “hijo del padre”, recibe el ser del padre y lo entrega al hombre. El pecado original es la renuncia a nuestro origen, es recibir el ser para negarnos a darlo. Dios nos ha hecho libres, así que podemos decidir, pero la libertad no es caos porque se transforma en amor.
18 de noviembre de 2020 a las 23:06 #2507AnónimoInvitadoEl texto pone de relieve que Dios no es una entelequia o un ser superior que, con su vara de mando, tiene el poder o la supremacía sobre nosotros sino que, por el contrario, nos ofrece el potencial que es para que nosotros lo empleemos aún a riesgo de hacerlo de manera desacertada. Es un enorme gesto de amor, de entrega y de fe que, como seres conscientes, tenemos la responsabilidad de utilizar avanzando poco a poco en este camino de la desapropiación. Como reza el Evangelio: “Al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará.”
Como dice Jordi, la sabiduría o el amor carecen de sentido si no son compartidos, pues sabemos que Dios se regocija cuando vivimos desde estas capacidades esenciales que nos han sido dadas. Esta interrelación circular entre Padre, Hijo y Espíritu Santo (energía, inteligencia y amor) es la existencia misma vivida como expresión de lo que somos, como vehículos de lo Superior en la vida cotidiana. Y es que, al desapropiarnos no es que nos quedemos sin nada sino que es precisamente en ese momento de liberación, de ruptura con las cadenas internas que nos aprisionan cuando en verdad nos llenamos de todo y lo llenamos a Dios.
De esta manera, hacemos efectivo este proceso bidireccional: desapropiación de nosotros en Dios y de Dios en nosotros. Es un no ser nada para serlo todo al mismo tiempo.
19 de noviembre de 2020 a las 23:22 #2508Imanol Cueto MendoSuperadministradorMuchas gracias a todos por las aportaciones muy enriquecedoras; pero me gustaría hacer de “abogado del diablo” porque hay algo que se me sigue escapando como el agua entre los dedos. No tengo problema en entender esta desapropiación “aquí abajo” como un despojarse de toda pertenencia, primero del personaje usurpador del Potencial que somos, luego de todo aquello que decimos que “tengo”… hasta llegar a la experiencia vital que solo hay una única energía, amor e inteligencia que nos compenetra a todos y que no nos pertenece.
Pero claro cuando ya nos vamos “allá arriba” y a esa desapropiación de Dios pues me empiezan a patinar las neuronas, probablemente debido a mi herencia cartesiana ya lo sé. En la tradición hindú se suele decir que el Parabrahmán es lo «Absoluto», la Realidad sin atributos y sin segundo. El principio universal, impersonal, y sobre todo el innominado porque todo lo que se diga de Él no lo es. Alguna vez incluso creo que Juan María ha hecho referencia a esto, entonces si todo lo que se diga de Dios no lo es, ¿el decir que se desapropia de su propia existencia, no sería ponerle atributos a algo que no admite ninguna explicación per se? ¿No entraría dentro de esta desapropiación nuestra despojarnos incluso de cualquier significado que queramos darle a lo Absoluto?
20 de noviembre de 2020 a las 21:44 #2509Jordi Sapés de LemaSuperadministradorEsta idea de que no podemos decir nada de Dios no es exclusiva de los hindúes, la comparten los neoplatónicos y aparece a menudo en las discusiones teológicas no dogmáticas. Se refiere no solo a la incapacidad de la razón para describir a Dios sino también a la inconveniencia de intentarlo, porque convierte a Dios en objeto y cualquier idea de Dios es un ídolo. Sin embargo, el Evangelio dice que a Dios nadie lo ha visto jamás, pero que a su Hijo lo hemos conocido en Cristo. Así que parece obligado que hablemos de Dios contemplando esta relación que también nos atañe a nosotros.
A pesar de que nadie lo ha visto, en la Biblia se explica un encuentro con Dios en el que dice su nombre. Nombre equivale a definición y Dios se define con la frase: “Yo soy el que soy”. A menudo la traducimos como “el Ser”, pero Juan Maria nos ha advertido que el concepto de ser de la filosofía occidental no es adecuando ahí. Este “ser” racional procede de la abstracción, se refiere a lo que tienen en común todas las cosas existentes, y no vale como traducción en el Sinaí: Dios se define como “El ser siendo”, “El ser que está presente en todo”. En Dios no podemos separar el ser del existir, no podemos imaginar un Dios inmóvil, impasible e impersonal que se complace en un narcisismo total. Otra vez nos encontramos con un Dios que se relaciona.
Y en el Verbo encarnado en Cristo lo encontramos en una entrega total, tanto a la voluntad del Padre como a nosotros, hermanos en la esencia. Dios es el ser siendo en cada uno de nosotros. Lo advertimos en el momento en que nos desidentificamos de la forma: a veces porque nos vemos rechazados y marginados más allá de toda razón y a veces porque nos ofrecemos por completo a los demás. En ambos casos surge en nosotros la conciencia de algo valioso e inconmensurable que ningún maltrato puede mancillar y ningún esfuerzo puede alcanzar.
Tanto en un caso como en otro descubrimos ahí un valor intrínseco, esencial. Lo cual significa que la esencia es amor. Dios es amor. Y claro, lo es intrínsecamente, sin depender de nadie porque Él es la única Energía, la única Inteligencia y el único Amor. Pero si el amor implica relación, Dios debe encontrar al otro en sí mismo y para sí mismo, se ha de querer a sí mismo en todo aquello que concibe y entregarse a realizarlo. Ha de dar el ser a todo lo que imagina, e imaginarlo experimentando y restituyendo lo que ha recibido: siendo y sucediendo. En Dios no hay un “Yo”, hay mucho más que eso, hay un potencial infinito que se actualiza en una multiplicidad también infinita cuyo sentido es el gozo en una comunión de amor. Y en esta entrega completa reside su libertad, porque ahí no hay sombra o límite que le impida volver a sí mismo.
Miremos de nuevo la imagen y semejanza: en nosotros el ser tiene la oportunidad de expresarse como amor y, si nos fijamos, eso es lo único que tiene sentido. Todo lo demás es un fenómeno que aparece y desaparece; no solo en el momento del nacimiento y de la muerte: todo el rato.
22 de noviembre de 2020 a las 01:42 #2510DavidParticipanteMe gustaría realizar una aportación sobre un aspecto puntual relacionado con un post anterior.
Para la mente racional, y no solo la cartesiana, me parece más satisfactorio el planteamiento que hacen otras tradiciones respecto al problema de hablar o definir Dios. El concepto clave para tratar la inefabilidad de Dios (según lo que yo he entendido) es la diferencia entre Dios no-manifestado y Dios manifestado.
El Dios no-manifestado, el Absoluto, la nada infinita, para poder expresar su amor se retira y en un acto de creación emana todo cuanto existe. El tiempo, el espacio, el universo y todo cuanto existe aparecen a partir de dicho acto. Al mismo tiempo Dios se manifiesta, se introduce en su creación, la permea en su totalidad y la sostiene en la existencia. Se dice que si Dios dejara de pensar en alguna de las coses que existen por un solo momento ésta desaparecería.
La función de Dios manifestado en relación a la creación es inmanente (está en todo), y la del Dios no manifestado es trascendente desde nuestra perspectiva porqué ES más allá de la creación. Inmanente y trascendente, dos nombres para los dos aspectos de Dios, uno fuera de la creación y otro dentro, sujeto al espacio/tiempo y al existir.
Sobre Dios trascendente, Dios in-creado, poco se puede decir, a lo sumo negar lo que Dios no-ES; se puede equiparar a la nada infinita. Como el Absoluto Es pero no Existe, no se puede definir (delimitar, describir). No se puede tratar como objeto al que es el sujeto. Tampoco le puede faltar, ni puede vaciarse de nada porqué ES antes de la creación. Incluso decir que es previo o causa de la creación es inapropiado porqué el tiempo es una categoría interna de la existencia.
En cambio, el Dios inmanente, el Dios creado o el campo de la divinidad se puede experienciar desde nuestro Ser a distintos niveles de consciencia. Aquí sí es posible hablar de él, aunque al tratarse de una realidad y de una inteligencia muy superiores a la nuestra es imposible conocerle del todo porqué la desborda (la mente es incapaz). Este es el Dios que tiene nombre (delimitado aunque infinito). En el idioma hebreo no hay tiempos verbales y el pasado/futuro se expresa adjuntando adverbios temporales a un verbo en un tiempo presente. Por ello el nombre de Dios entregado a Moisés es «Yo soy el que ERA, que SOY y que SERÉ» con lo que indica que llena completamente con su presencia todas las categorías de tiempo y espacio de la creación; existe totalmente.
Aunque es una parrafada un poco larga, creo que ayuda a estructurar y delimitar las posibilidades de la mente al intentar hablar de Dios.
24 de noviembre de 2020 a las 20:35 #2511Jordi Sapés de LemaSuperadministradorEl propósito de este intercambio es incluir a Dios en nuestra realidad, como algo evidente sobre lo cual podamos sostenernos. No lo tratemos como una idea discutible con la intención de responder intelectualmente a una incógnita; porque, sea cual sea la respuesta, la incógnita permanecerá. Justo por eso, a nosotros no nos sirve la fe basada en las creencias. Y además debemos contemplar la cuestión de Jesucristo: ¿Jesucristo es Dios que se encarna entre nosotros y se deja crucificar porque es la manera de redimirnos? Y si es así: ¿esto es un acontecimiento histórico que ya pasó y no nos compete personalmente?, ¿solo tenemos que creer que resucitó?
Fijaos que este Dios monolítico de la religión judaica, o de otras religiones, el Dios del Antiguo Testamento, es un ser situado en la cúspide de la pirámide: es el origen de todas las energías, controla el universo, legisla, juzga nuestra conducta y decide nuestro destino. En este panorama no jugamos ningún papel, tan solo podemos esperar que se apiade de nosotros por haber caído en la trampa de haber querido ejercitar nuestra libertad y habernos equivocado. Jesucristo aparece ahí como la víctima que Dios se ofrece a sí mismo para compensar la supuesta afrenta que le hemos hecho.
No parece que nos sirva esta imagen. Es cierto que nosotros no podemos explicar a Dios pero Él no has de explicar a nosotros. Y si resulta que Él vive un amor absoluto por sí mismo y nosotros somos totalmente contingentes, ¿qué le importa nuestro amor?, ¿por qué se tiene que preocupar por nosotros?
La cosa cambia radicalmente si resulta que Él es el ser que soporta nuestra individualidad y que esta individualidad la ha previsto Él mismo, hasta el punto de encarnarse en un ser humano. Entonces nuestra razón de ser no puede ser otra que la de volver a Él conscientemente. Ya lo dice Jesucristo: “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Por lo tanto, el Dios que nos explica es necesariamente trino: Dios Padre nos da el Ser, Dios Hijo nos confiere la individualidad y Dios Espíritu Santo nos estimula a actualizar el potencial para que nos redescubramos como esencia.
Y la desapropiación es la clave, también en nosotros: no somos propietarios de nada pero nos descubrimos siendo cuando lo damos todo. Y cualquier gesto de querer apoderarnos de esto que no somos o de negarnos a entregarlo nos lleva por el camino de la amargura y no señala cual es la buena dirección. O sea que esto es algo más que una discusión teológica.
25 de noviembre de 2020 a las 22:56 #2512Pedro ZuberogoitiaParticipanteSiempre he tenido la intuición de que el Misterio de la Vida es insondable. Evidentemente nos podemos acercar a él a través de la elucubración intelectual -de ahí que la Teología o la Filosofía deban seguir buscando nuevas preguntas-, la poesía o la meditación. Mis dudas, sin embargo, están más ligadas a la Historia o a la Antropología. De hecho, unas de las preguntas sobre las que vuelvo una y otra vez son:
-¿Qué ocurre con todos los seres humanos nacidos antes de Jesús? ¿Por qué, siendo el desarrollo humano desde el Neolítico lo sucientemente capaz para asimilar el mensaje de Jesús -me refiero a los elementos más despiertos- hay que esperar hasta ese momento?
-¿Qué ocurre con los integrantes de culturas/tradiciones que buscan -el budismo, por ejemplo- pero no defienden la existencia de un Dios?
-¿El hacerse Dios humano no debería haber sido un acto que pudiera ser integrado lo mismo por una esquimal que por un tuareg o un judío? La historia nos muestra que, a pesar de haberde propagado el mensaje de Jesús por todo el mundo el contexto cultural sigue pesando y todo apunta a que así seguirá siendo el próximo milenio…Aclaro, por si acaso, que me formulo estas preguntas a sabiendas de que no podemos dar con una respuesta que surja desde nuestra experiencia. Aún así, ahí las lanzo…
27 de noviembre de 2020 a las 23:39 #2513Juan María de la TorreParticipanteAmica Trinitatis, silentium
(El silencio es amigo íntimo de la Trinidad) (ADÁN DE PERSEIGNE, cisterciense del s. XII)A veces pienso que somos demasiado atrevidos discurseando sobre Dios, para afirmarlo, negarlo e incluso mantenernos indiferentes. Los humanos estamos limitados en nuestro conocimiento, a causa de la estructura de nuestro sistema nervioso y de nuestro lenguaje, por eso no nos es posible experienciar el mundo directamente, sino sólo a través de nuestras abstracciones. A veces las percepciones y la lengua confunden al hombre creyendo que lo que expresa son los hechos con los que debe comprometerse; pues nuestra mente carece en ocasiones habituales de similitud de estructura con lo que está ocurriendo realmente. Y si esto es así en nuestro devenir intrascendente, ¿cuánto más tratando de la realidad trascendente por excelencia para el cristiano, como es la Trinidad en Dios? Cuando me refiero a ello me provoca un profundo estremecimiento, porque sólo sé balbucir un misterio con palabras, medios inadecuados.
Sin embargo cuando evoco en mi interior a Dios-Trinidad recurro a un Dios que es pobreza absoluta en su inmanencia; y que además es muy frágil, porque no tiene nada.
Pero la pobreza se expresa en comunión con otro u otros, no en un solipsismo. Así ocurre en la Trinidad de Dios: El Padre, que nos revela Jesús de Nazaret, es la Fuente, que recoge los atributos más fundamentales de Yahvé en el AT, sintetizados en esas dos expresiones destacables: misericordia (hesed) y fidelidad (emeth). Él, desde toda la eternidad, “engendra” de lo íntimo de sus entrañas maternas al Hijo, “el engendrado y no-creado” como lo dice nuestro Credo. Y Él que es el Padre (materno, valga la expresión) se vacía absolutamente al engendrar a su Hijo Único, el Verbo o Logos. Y se que queda solo con su nombre de Padre. El Engendrado, a su vez, volviéndose infinitamente a las entrañas maternas de su Padre, se vacía inversamente en Él; quedándose solo con la denominación de Hijo. Por eso “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30); “Yo no hago nada por mí mismo; digo lo que el Padre me ha enseñado. El que me ha enviado está también conmigo” (Jn 8,28-29); “Tú, Padre en mí, y yo en ti” (Jn 17,21). De esta corriente alterna de mutuo vaciamiento “procede” el Espíritu Santo, personificación del Amor por excelencia, que es la Energía primordial. Por eso todo amor es la expresión de un vaciamiento por “alguien”; y el vaciamiento o desapropiación a su vez es inyección de una energía a alguien. Dios realiza en el secreto más íntimo de sí mismo esta Pobreza, que es la primera bienaventuranza: “Dichosos los pobre de corazón o en espíritu, porque…” (Mt 5,3). Así, la Trinidad es una “danza dinámica”. La expresión preciosa que vale la pena retener, la forjan los Padres Orientales: Dios-Trinidad es Epicóresis, o sea coro danzante a tres. Danza dinámica en vaciamiento o desapropiación eterna que pasa de uno a otro, volviendo a su Fuente para salir de nuevo. Así el misterio de Dios-Trinidad es anti-estático, anti-frío, y anti-poder; es caluroso dinamismo de gozo despojante.
Y este amor es la suprema descripción de Dios en su misma inmanencia. “Dios es amor” (1Jn 4,8 ); que es paralela a las otros dos descripciones juánicas: “Dios es espíritu” (Jn 4,24) y “Dios es luz” (Jn 1,5). Además el amor es difusivo. Si el Amor es el Espíritu, como hálito que es, es “dador de vida” según el Credo. Por eso, según el libro de la Sabiduría, “el Espíritu del Señor llena la tierra y lo invade todo” (Sab 1,7). Entonces, nunca podemos ser “observadores” o “espectadores” en este mundo, en el cosmos; sino partícipes. Sin embargo, sufrimos todavía los efectos de la mentalidad cartesiana, y dividimos la realidad en dos partes. Por una parte la mente, o inteligencia y razón (res cogitans), que somos nosotros, frente a la separada realidad, la res extensa, todo lo que no soy yo. Y esto es deformante. Y nunca podrá llegar a afectar a la conciencia existencial un “pensamiento frío, inhibido y recortado”. Es preciso el calor de la “inteligencia emocional” para que sea efectivo en nuestra conciencia de creyentes.
Para colmo, refiriéndonos al Dios-Trinidad, podemos evocar el texto de libro de los Hechos de los Apóstoles: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos, y somos de su propia estirpe” (Hch 17,28). Somos pues zona y partícipes del gran Cosmos, en donde no existe vacío alguno, sino la expresión de un vaciamiento o desapropiación: el Espíritu del Señor.
Los Padres Orientales han acentuado bien esta realidad. Pero hay en ello un drama, una contradicción: el hombre se ha convertido en posesor, a veces en esquilmador; tratando de obviar lo que no interesa y destruirlo en provecho propio, apropiándose solo lo que le interesa movido ciegamente por la formidable pasión del poder, la llamada líbido dominandi (según san Agustín y san Bernardo). Así se destruye la semejanza con Dios. Pero ello implica un gran drama para el mismo ser humano. Dios, o Cristo-Espíritu, no solo nos envuelve sino que anida en nuestro mismo fondo cordial; y ahí se le pretende asfixiar y aniquilar. Es el signo de la historia de siempre y muy actual. Por eso, la gran tarea y misión para el hombre en esta vida, no consiste en salvarse como nos lo enseñaba el catecismo, sino en salvar a Dios en y de nosotros mismos mediante la desapropiación o vaciamiento en el corazón de todo cuanto asfixia a Dios. Y eso no quita que podamos disponer de cosas para vivir, conforme a nuestras necesidades. Porque una cosa es tener para disponer y servir, y otra tener para poseer, y afianzarse.
Solo así podremos proteger la fragilidad infinita de Dios y liberarnos con Él, que es libre en su Espíritu, que “sopla cuando y donde quiere, y nadie sabe de dónde viene y a dónde va” (Jn 3,8 ). Además contamos con la cruz, que es el signo máximo de libertad y simplicidad desnuda. Y ahora que llega la Navidad se nos ofrece esta forma de vivirla; ofreciendo nuestro corazón como cuna a Jesús-Espíritu, frágil. En tal caso el Misterio de María su madre será para nosotros, misterio de ardiente actualidad.
28 de noviembre de 2020 a las 13:23 #2514Mª Pilar de Moreta FolchSuperadministradorVaya regalazo!!!
28 de noviembre de 2020 a las 22:27 #2515Jordi Sapés de LemaSuperadministradorPara mí, personalmente, Juan María constituye un portal abierto a la trascendencia. Es curioso encontrarlo en el seno de la Iglesia pero con unos planteamientos tan distintos de los tradicionales. Se nota que no se ha dedicado a vivir del dogma sino que ha profundizado en la conciencia, con la ayuda de todos aquellos que ha glosado en sus escritos: desde el cristianismo primitivo hasta las tesis de profesores de un entorno académico ajeno al catolicismo.
En cualquier caso, esta última aportación suya, podríamos decir que nos libera definitivamente de algo que ya veníamos destacando: la dificultad de hablar de Dios conceptualmente. En cambio nos coloca, de una forma abrupta, imposible de eludir, frente al Dios que pretendemos buscar y encontrar en el centro de nosotros mismos.
Yo no sé si Dios es absolutamente pobre y frágil en Sí, lo que sí puedo constatar es que este Dios en mí, que algunas veces consigo percibir, se presenta con estas características. Y también veo con mucha claridad que el Trabajo espiritual que intentamos recorrer adquiere todo el significado cuando dejamos de intentar salvarnos nosotros, que vamos a desaparecer, y nos proponemos salvar a Dios en nosotros y de nosotros. En nosotros como conciencia de la esencia que somos y de nosotros en tanto que personajes obsesionados por subsistir.
El único camino que lo aclara todo, es ese vaciamiento, esta entrega: participando en esta danza dinámica, como un punto en la conciencia de Dios.
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