El texto pone de relieve que Dios no es una entelequia o un ser superior que, con su vara de mando, tiene el poder o la supremacía sobre nosotros sino que, por el contrario, nos ofrece el potencial que es para que nosotros lo empleemos aún a riesgo de hacerlo de manera desacertada. Es un enorme gesto de amor, de entrega y de fe que, como seres conscientes, tenemos la responsabilidad de utilizar avanzando poco a poco en este camino de la desapropiación. Como reza el Evangelio: “Al que tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará.”
Como dice Jordi, la sabiduría o el amor carecen de sentido si no son compartidos, pues sabemos que Dios se regocija cuando vivimos desde estas capacidades esenciales que nos han sido dadas. Esta interrelación circular entre Padre, Hijo y Espíritu Santo (energía, inteligencia y amor) es la existencia misma vivida como expresión de lo que somos, como vehículos de lo Superior en la vida cotidiana. Y es que, al desapropiarnos no es que nos quedemos sin nada sino que es precisamente en ese momento de liberación, de ruptura con las cadenas internas que nos aprisionan cuando en verdad nos llenamos de todo y lo llenamos a Dios.
De esta manera, hacemos efectivo este proceso bidireccional: desapropiación de nosotros en Dios y de Dios en nosotros. Es un no ser nada para serlo todo al mismo tiempo.