Creo que el pilar fundamental sobre el que se sostiene el sistema económico social es el intercambio mercantil. Este es una expresión de amor en la existencia. El mecanismo para perpetuarlo a toda costa, más allá de lo necesario, es el consumismo. Cuando el amor se convierte en mecanismo como forma de vida, y éste se hace el amo de la situación está servida la degradación. Consumir se ha convertido en una adicción, en un objetivo único que la sociedad masivamente se impone a sí misma. Es difícil escapar de la invasión de los objetos y de todo tipo de manipulaciones inherentes, como crear falsas necesidades para poder ofertar una mercancía o un servicio. La relación que surge del intercambio mercantil, es el negocio como trato de utilidad, interés y provecho para la satisfacción entre el que demanda y el que ofrece. El daño sucede cuando el que ofrece quiere tener un beneficio exagerado o impropio, manipulando la inducción psicológica, la calidad del producto y su reciclaje. O cuando el que demanda lo hace compulsiva e indiscriminadamente. Nada escapa de este atropello mental y su cosificación, ni siquiera la cultura y menos las relaciones. Todo se realiza a cambio de algo, sea consciente o inconsciente. Miremos de verdad nuestras motivaciones. Veamos dónde está la mentira en nuestra vida. Vigilemos que el consumismo no se adueñe de nosotros y de la educación, en el desenfreno de usar y tirar. No convirtamos la tierra y los mares en un basurero de contaminación y destrucción del ecosistema. Nosotros como especie no estamos aparte sino íntimamente entrelazados.
Amar, aportar claridad, expresar, donar por el gozo de ser. Experimentar profundo interés en manifestar lo más esencial, lo más auténtico, sin esperar recompensa o beneficio.
La única salida es estar identificado con lo Esencial para iluminar la materia, lo cual significa que uno la embellece, la agradece, la construye o la transforma, sin supeditarse o dejarse fascinar por ella.