#1657
Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

ACERCA DE LA CORRUPCIÓN

En plena ebullición por los casos de corrupción que se están destapando por todas partes, es curioso que nadie critique a los corruptores. Y el hecho es que la iniciativa de la corrupción no la tienen los corrompidos sino los corruptores. Posiblemente existen unos períodos en los que la corrupción se para: cuando cambia el partido que gobierna una determinada administración. Probablemente los que entran a gobernar lo hacen con la intención de ser honestos y respetuosos con la gestión de lo público. Pero las empresas que viven de trabajar para la administración, no tiene más que aguardar un cierto tiempo para convencer a los recién llegados de las ventajas mutuas de todo tipo que pueden obtener saltándose o falseando los mecanismos de subasta y concesión de los contratos públicos.

Si las susodichas empresas fueran del Estado, esta práctica carecería de sentido porque el propio Estado contaría con los medios necesarios para ejecutar sus decisiones. Pero si la ejecución pasa necesariamente por contratar con la empresa privada, está cantado que esta empresa privada, sobre todo la gran empresa, tendrá como objetivo prioritario apoderarse directamente del gobierno o, por lo menos, influir en su política y en la adjudicación de estos contratos. Así que lo realmente corrupto es el propio sistema.

En vez de denunciar a los políticos por el famoso 3 por ciento, que es el chocolate del loro, sería mejor analizar las políticas que realizan los gobiernos para ver si se corresponden realmente con las necesidades de la población o están pensadas para dar trabajo a las empresas propiedad de unas clases que dominan tanto lo público como lo privado. Porque promover, por ejemplo, un plan de trasvases entre todos los ríos de la península, que deberá ser realizado por las empresas privadas de las que son accionistas los amigos y familiares del que gobierna, proporciona un beneficio mucho más elevado que el famoso 3 por ciento. Y además de manera prácticamente legal.

No del todo, porque el concurso lo gana el que presenta una oferta en teoría más favorable para la administración; es decir: el que se compromete a hacerlo más barato; pero después, una vez adjudicado este proyecto a esta empresa tan barata, aparecen los “imprevistos” que exigen un gasto adicional; y para este gasto adicional no se hace ningún concurso público. Esto explica que las obras públicas acaben costando el doble o más de lo que estaba inicialmente presupuestado.

Y encima aceptamos que se privatice la sanidad porque dicen que así nos vamos a ahorrar costes. Claro, ya no hará falta pagar el 3 por ciento.

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