#2204
Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

Fijémonos en la última frase: la tierra condenada al exterminio. Es una constatación de que lo fenoménico desaparece; así que en la medida en que nos identificamos con lo que tenemos nuestro fin es inminente.

Sin embargo, lo normal es que toda nuestra atención esté puesta en esto que tenemos; no solo en los bienes materiales sino en el prestigio, el éxito, el porvenir… Solo el sentimiento de vacío, la sensación de impotencia y la falta de sentido que acompañan nuestra existencia nos lleva a captar otra dimensión que intuimos como nostalgia de ser. Pero seguimos tratando de disminuir esta angustia de la desconexión con los medios a nuestro alcance; estos días con comidas, regalos, fiestas, luces… echamos mano de todo aquello que propicia una falsa sensación de alegría.

Sin embargo, con independencia de la fecha en la que hubiera nacido Jesús, la Navidad se instauró en esta época del año porque el solsticio de invierno era antaño el momento de más quietud, los días con menos luz en los que el frio impedía trabajar en el campo y la gente se recogía en sus casas. Esta ausencia de acontecimientos externos favorecía la percepción de otra clase de luz, amor y seguridad en el centro de la conciencia, un lugar al que nuestra atención no suele acudir si no es que practicamos el centramiento.

Bueno, no vamos a amargar las fiestas a nadie con sacrificios o penitencias que tampoco soluciona nada; pero en vez de saturar nuestra mente con tanto ruido y animación, podemos prestar atención a este vacío y cuidarlo, convirtiéndolo en el espacio que nuestra conciencia habilita para que en él resida y se exprese el espíritu de Dios que es nuestra identidad real.

La noche seguirá su camino pero nosotros intentaremos recorrer la mitad que nos queda con la quietud y el sosiego interior que proporciona la evidencia de que Dios se acuerda de nosotros y nos viene a rescatar.

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