#2283
Anónimo
Invitado

Tendemos a pensar que nosotros solos podemos, que somos quienes hacemos y deshacemos en la existencia, que ésta es algo que manejamos nosotros mismos. Sin embargo, no nos damos cuenta de que todo está orquestado desde otro plano, que todo funciona siguiendo una melodía cuyas notas se encuentran escritas de antemano y que, obviamente, son ajenas a nuestra voluntad. Eso sí, soy yo quien decide cómo actuar con aquello que se me presenta. Con lo cual, ¿qué puedo hacer sino rendirme a lo que hay actualizando las capacidades que soy en cada momento? ¿Qué sentido tiene empeñarme y esforzarme en tratar de controlar algo que está mucho más allá de mí, que se escapa a la comprensión racional, que forma parte de una obra mucho mayor?

Y es que cualquier obra que no proviene de la materialización de la voluntad superior es baldía, una pérdida de tiempo, pues los cimientos sobre los que se sustenta son frágiles y se vienen abajo ante el más leve contratiempo. Más vale invertir el tiempo y el esfuerzo necesarios en construir nuestra casa bajo las directrices divinas y emplearnos a fondo para que ésta tenga una buena base, ya que será sobre lo que se asiente todo lo demás. En los momentos en que las fuerzas nos flaquean es cuando hemos de vernos más que nunca como albañiles del Señor, que nos ha confiado este importante cometido. De esta manera, comprendemos que es el hecho de hacer su voluntad lo que da sentido a todo y encontramos el gozo en esa construcción consciente, no en el resultado de aquello que construimos. Así es como no solo nos dedicamos a construir nuestra propia casa, sino que vamos preparando el terreno para erigir la ciudad entera en una obra conjunta con los demás.

Scroll al inicio