Me ha costado mucho. Me parecía que estaba tan claro el Salmo, que no podía aportar nada. He preferido dejarlo reposar. Y me ha venido muy bien. Leía a una periodista convertida al Islam que el velo le servía para acordarse de Alá en su cotidianidad. A mí me ha bastado con este Salmo.
Lo cantábamos en Misa cuando éramos pequeños. Aunque lo recuerdo algo diferente: «Que el Señor nos construya la casa…» A modo de petición. Pero el Salmo no le pide a Dios, es una afirmación bien rotunda: Si el Señor no construye la casa, ni vigila la ciudad, en vano trabajan los albañiles ni vigilan los centinelas.
La casa es el yo experiencia, la ciudad es el yo social, el yo impersonal. El albañil soy yo haciendo. Los centinelas, no sé quiénes son, puede que todos los que compartimos esta existencia.
Recuerdo, hace unos años, estaba muy agobiado en mi día a día porque quería tenerlo todo bajo control: mi familia, mis pacientes, todo lo que me rodeaba. Como si lo que sucediera a mi alrededor o en mi trabajo dependiera de mí. Eso me conducía al agotamiento y a la desesperación. Entonces me puse en manos de Dios, y qué alivio. En el fondo es egoísta: Ábrete a Dios e irás de su mano por la vida, como los niños pequeños de la mano de su papá, y Él hará.
No somos nosotros los que debemos hacer, sino El Señor a través nuestro. Pero para eso tengo que estar abierto a Él, despierto.