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Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

Igual necesitamos contemplar lo que está sucediendo en Cataluña y el resto de España desde una perspectiva emocional.

En Cataluña hay mucha gente que en estos momentos se siente viva porque está luchando por una dimensión superior de su personalidad, la dimensión de pueblo. Es una pena que después de tantos años de formar parte de un Estado, ese Estado no hay sido capaz de integrar a los habitantes de varias partes del territorio.

Supongo que este mismo sentimiento de estar vivos lo debían experimentar los que ganaron la guerra civil contra los rojos y los separatistas. En mi caso lo viví en los últimos años del franquismo en mi calidad de rojo, cosa que, en aquel momento, significaba ser partidario de la democracia y la libertad y también luchar contra la explotación del ser humano por el capital.

Cuando se instauró la democracia, a la muerte de Franco, la impresión que tuve fue que no satisfacía en absoluto mis expectativas y por eso seguí buscando hasta encontrar a Blay, que sí las satisfizo. Cuando hablo del trabajo que estoy haciendo en estos últimos años, siempre digo en broma que cuando era joven quería concienciar a las masas y ahora me conformo con concienciar a unos pocos.

El hecho es que este trabajo me ha llevado a relacionarme con mucha gente, algunos de manera íntima y otros de forma circunstancial; con los primeros la amistad y la relación profunda ha pasado por encima de la procedencia geográfica; por el contrario, con los segundos, el hecho de ser catalán ha resaltado por encima de cualquier otra circunstancia y, en general, de forma desagradable, como si yo les diera la oportunidad de volcar su animadversión contra un representante de este pueblo. Bueno, digamos que hemos hablado del único tema que compartíamos, aunque desde posturas encontradas. Seguramente que esto es mejor que una total incomunicación.

Sin embargo, en una ocasión, nos atendió una persona empleada en una institución, por orden de la misma, en un desplazamiento; y durante el viaje descubrimos que su infancia se había desarrollado en unos de los barrios obreros de mi ciudad natal, un barrio periférico de auto-construcción creado por la inmigración, básicamente andaluza. Y tuve que aguantar durante el viaje que volcara sobre mí todo el sentimiento de marginación y desprecio que él había soportado en su infancia.

A pesar de haber militado en el PSUC en mi juventud, por cierto un partido obrero que fue el primero en reclamar la vuelta de la Generalitat , su queja no pudo más que recordarme el desprecio con que se trataba en mi casa a estas personas que llegaban de fuera, la mayoría empujadas por el hambre. Recuerdo que este desprecio siempre lastimó mi conciencia, como tantas otras cosas que percibía a mí alrededor, pero es un hecho que se daba. Así que aguanté el chaparrón estoicamente, asumiendo el papel de víctima propiciatoria para redimir de alguna manera el sufrimiento que había soportado aquel hombre.

De mayor se había desplazado a otra región, así que no se sentía catalán como los que permanecieron en Cataluña y ahora son tan catalanes como los autóctonos. Estos sufrirían inicialmente un trato parecido pero lo interpretaron como un problema de clase social y no de origen territorial.

Pero el hecho me hizo reflexiona y preguntarme si la raíz de este odio que estamos sufriendo como pueblo, convenientemente estimulado por la derecha, se explica por un agravio derivado de la tradicional postura de superioridad del pueblo catalán que ahora estamos pagando. Y la forma que tiene la derecha de utilizarlo es volver a reproducir su victoria contra la nación catalana. Fijaros que, a pesar de ETA, no existe un sentimiento parecido contra los vascos; aunque políticamente a la derecha les iban muy bien como enemigo, porque los sentimientos negativos siempre necesitan un enemigo.

Es una reflexión que os hago aquí, en la parte reservada de ADCA, para contribuir a entender un poco más lo que está sucediendo. Los catalanes nos sentimos maltratados pero los demás se sienten despreciados porque nos queremos marchar. Si los independentistas fueran cuatro gatos la cuestión sería política pero ahora se ha convertido en algo cada vez más emocional. Así que hay que tratar este asunto muy despiertos.

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