#2309
Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

En mis anteriores comentarios he subrayado que los conflictos revelan la existencia de un desequilibrio que requiere una transformación de la realidad. Normalmente el conflicto tiene dos protagonistas principales, personales o sociales, y una serie de partícipes colaterales involucrados de forma involuntaria por el hecho de compartir una determinada localización o unas determinadas circunstancias. Estos acompañantes suelen considerarse a sí mismos como víctimas de tales circunstancias: mi propósito es señalarlos aquí como aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de que el conflicto se resuelva más deprisa.

Si tomamos el conflicto como referencia podemos clasificar a la población en distintos grupos: los que han tomado partido por una de las dos posturas; los que no se enteran de lo que sucede, los que se creen por encima de estas cuestiones, los que piensan carecer de los elementos de juicio necesarios para definirse, los que solo esperan que las cosas se resuelvan y los que están hasta el gorro de oír hablar del problema y exigen a sus responsables que se pongan de acuerdo de una vez. Estos últimos se multiplican en estos días, en un intento de aparecer como responsables

Si los protagonistas del conflicto no se ponen de acuerdo es porque carecen de un terreno común que les permita acercar posiciones; y esto solo lo pueden desbloquear terceros no implicados. Pero proponer soluciones que ignoren el problema es una falta de respeto por los contendientes y por todas las personas que han sufrido y están sufriendo los efectos de la colisión. Nadie se juega su tranquilidad personal, familiar o profesional por un capricho pasajero al que se puede renunciar para no provocar el hartazgo. Y contemplar el espectáculo desde la grada quejándose porque se alarga equivale a protestar porque el telediario nos presenta imágenes desagradables a la hora de comer.

En estos últimos días se está cuestionando el pacifismo de una de las partes porque es difícil mantenerlo cuando el contrario lo ignora y lo presenta como violento. No se puede permanecer impávido viendo cómo se distorsiona la realidad para acusar de rebelión y condenar a 30 años de cárcel a dos millones de personas. Ya sé que no nos van a meter a todos porque no cabemos, y además nos tendrían que mantener, pero pretenden amedrentar a todo el que se mueva y acabar el problema atemorizando a la gente. ¿Todo esto tenemos que soportar porque hay una frase que dice que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española? ¿Nos damos cuenta de lo que significa en estos momentos, para muchos, la Nación española? ¿Esta es la idea de colectivo que podemos mantener desde un nivel de conciencia un poco alto?

Si algo sobra en estas circunstancias es la gente que se dedica a repartir condenas a diestro y siniestro. A lo mejor podrían proponer mediaciones o mirar de establecer puentes situándose en un punto intermedio que no implique el descrédito para nadie. En estos momentos hay dos clamores que suben al cielo: el de las personas perseguidas y sus familias y el del silencio de los ámbitos que se suponen en un nivel superior de conciencia y parecen estar más aterrorizados que los primeros. Tal como se están desarrollando los acontecimientos empieza a ser hora de que se despierten porque ellos serán los próximos en sufrir el embate de la irracionalidad y la prepotencia.

¿Cómo se puede admitir que la Ministra de Defensa coloque las banderas a media asta porque es Semana Santa? ¿Cómo es que nadie se avergüenza de ver cuatro ministros cantando “El novio de la muerte” en una procesión de legionarios?

Esto es peor que acusar al pacifismo de violencia, es convertir la espiritualidad en una amenaza.

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