#1804
Jordi Sapés de Lema
Superadministrador

¡Tantos hombres para matar a tres mujeres!’, gritó una. Sonó la descarga cerrada. Les di la absolución, y antes de que el teniente descargara los tiros de gracia, me alejé caminando como un autómata”. El pelotón de fusilamiento ascendía a 24 hombres. Las tres mujeres eran Selina Casas, Margarita Navascués y Simona Blasco. Y el testigo que describe la atroz escena, un cura, Gumersindo de Estella, que presenció 1.700 fusilamientos en las tapias del cementerio de Torrero (Zaragoza) entre 1936 y 1942. “Como sacerdote y cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos y no podía aprobarlos”. Tampoco pudo impedirlos, pero dejó constancia de ellos en un estremecedor diario por el que ayer le homenajeó el Ayuntamiento de Zaragoza dedicándole una plaza en el cementerio de Torrero.
“Mi actitud contrastaba vivamente con la de otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban con regocijo extraordinario y no solo aprobaban cuanto ocurría, sino que aplaudían y prorrumpían en vivas con frecuencia”, escribió Gumersindo de Estella en su diario. Había sido precisamente el enfrentamiento con sus superiores el que le había llevado a ser capellán de la cárcel de Torrero. Zubeldia discutió con el padre Ladislao Yabar, quien anunciaba con ceremonia: “Hoy comeremos gallinas requisadas en Gipuzcoa por nuestros valientes requetés”, y fue trasladado, como castigo, desde Pamplona a Zaragoza. Le costó casi un año que retiraran de la capilla el retrato de Franco que presidía el altar. Se retiró un tiempo por una úlcera. Cuando regresó, ya terminada la guerra, los fusilamientos seguían -cerca de 700 después de la contienda- pero habían colocado unos sacos terreros tras la tapia porque las balas habían traspasado la pared y alcanzado los nichos.
En total, más de 3.543 republicanos fueron fusilados en aquel muro desde la madrugada del 19 de julio de 1936 hasta el 20 de agosto de 1946. No se dejó de matar ni un solo día, ni en nochebuena.

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