Otro personaje que interesa tener presente como espejo de estar dormidos, es el viejo pensador sentado. Está tan abstraído en sus pensamientos, que cuando el capitán le ofrece la taza, en primer lugar no se da cuenta, y en segundo lugar está tan anquilosado y torpe que no puede cogerla, y le cae.
El no darse cuenta, el anquilosamiento y la torpeza son señales de las que debemos percatarnos, cuando estamos sumidos demasiado tiempo en el pensamiento. Este nos desconecta de la realidad circundante y de nosotros mismos, dando este efecto de parálisis.
Y es que la vida en su sentido intrínseco de movimiento, en este caso, se reduce a unos mínimos automáticos casi planos con respecto a lo que supone la expansión de la actividad global del individuo.