
Preparar el Aula Magna me ha servido para repasar lo que ha supuesto recorrer el camino de autorrealización que propone Antonio Blay. Me gustaría compartir mi experiencia con vosotros:
Recuerdo que antes de empezarlo me sentía insatisfecha e incómoda, porque percibía que no tenía el control de mi vida (de mis pensamientos, mis reacciones y mis sentimientos) y dependía demasiado de la aprobación y del afecto de los demás. Además, llevaba una pesada carga sobre mis hombros: debía ser perfecta, intachable (sólo así me aceptarían) y me aterrorizaba fallar.
Afortunadamente supe de Antonio a través de mis padres, que participaron en varios de sus cursos entre 1979 y 1985. Él estaba muy presente en nuestra casa: la biblioteca estaba llena de sus libros, mi padre lo mencionaba a menudo y su foto presidía el cabecero de su cama, tuve claro que lo querían y lo recordaban con cariño. En 2011 mi padre me recomendó los audios del curso Ser y cuando nació mi hijo Markel aproveché los largos paseos que hacía empujando el cochecito para escucharlos. Entonces, me familiaricé con el yo idea, el yo ideal y el personaje; me parecieron unos conceptos geniales, que me servían para entender cómo me comportaba. También recuerdo que paré de escuchar los audios cuando tocó hablar de lo Superior, porque no entendía nada. No obstante, me quedó como asignatura pendiente, algo a descubrir algún día. En 2023, cuando empecé a tener un poco de tiempo libre, decidí que debía explorar en serio el camino que Blay proponía. Afortunadamente ADCA estaba allí para echarme una mano y ponérmelo más fácil.
El camino que he recorrido este año y medio ha sido totalmente transformador y liberador. Los primeros despertares fueron alucinantes; constaté que mi vida era una pesadilla, terrorífica e irreal por partes iguales. Sin embargo, yo podía despertar y mandar a paseo al monstruo que me atormentaba cada día: las ideas del personaje. Y así redescubrí cómo sabía el presente: a luz, calma, gozo y confianza. Los primeros contactos con la Esencia en los centramientos fueron muy tenues, pero dejaban un cálido rastro que me animaba a seguir buceando hacia mi interior, hacia ese Yo con “Y” mayúscula que se empezaba a perfilar. La metodología de la observación, el análisis y la experimentación que promueve ADCA ha sido indispensable para elevar mi nivel de conciencia y hacerlo a un ritmo que me parece sorprendente.
Y luego llegó Oseira, que supuso, sin lugar a duda, un salto extraordinario en el camino: me sintonizó con lo Superior y consiguió que a partir de entonces me abriese a Dios con confianza e ilusión. Además, Jordi nos regaló el Taller del Evangelio, que me ha servido para mantener y reforzar esa sintonía. Y así, lo Superior ha dejado de ser algo incomprensible e inalcanzable y empieza a ocupar un sitio cada vez más destacable en mi vida cotidiana y en mi conciencia. Me siento afortunada, porque ahora, a ratos, puedo reconocer a Dios como el Compañero con “C” mayúscula de mi camino.
Cuando echo la vista atrás, veo muchas pruebas de esta transformación en múltiples aspectos de mi vida. Destacaría lo siguiente:
-vivo al ritmo que yo decido.
-tengo más confianza en mí misma.
-mi estado de ánimo no depende tanto de las circunstancias.
-no busco ser excepcional.
-conecto con las personas con un interés real.
-el mundo ha dejado de ser hostil.
-y disfruto del presente sin juzgarlo tanto.
En definitiva, Dios se puede expresar mucho mejor a través de mí, y eso me llena por dentro.
Ha habido y sigue habiendo dificultades a superar, pero el Trabajo también me ha permitido darme cuenta de que casi todas dependen de mí, así que en realidad quedan pocos balones para echar fuera.
Día tras día sigo explorando y conquistando nuevos terrenos. A priori parecen inexplorados, pero es curioso darse cuenta de cómo terminan siendo incluso familiares. En efecto, con cada paso adelante en este apasionante viaje me siento más cerca de casa y es precisamente ese sentimiento el que me confirma que voy por buen camino.
Si el trabajo interior hubiese sido una tarea más de la lista, esta asombrosa transformación no hubiese sido posible. Pero con mi esfuerzo, atención y dedicación lo he colocado en el centro de mi vida, convirtiéndolo en mi Trabajo con “T” mayúscula. Animo a todas las personas que quieren autorrealizarse a hacer lo mismo. El esfuerzo merece la pena.
Amaia Gabilondo. Alumna del Trabajo. Socia de ADCA.
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