En el Trabajo el concepto de mejora, de progreso, está siempre latente, especialmente en la mente de quien emprende esta andadura, porque, como cualquier propuesta de desarrollo interior, plantea transitar por un camino que nos ha de llevar a una vivencia de nosotros y de la realidad distinta, con cambios que entendemos han de ser constatables, y además en una dirección determinada.Sin embargo, esta evolución puede ser experimentada de formas muy diversas.
Correspondiendo con los tres niveles de conciencia de los cuales hablamos a menudo: personaje, personalidad y yo-esencial, podríamos establecer tres escenarios diferentes.
En un primer nivel, cuando iniciamos el Trabajo con un personaje al lado que está condicionando nuestro día a día, la persona, porque así nos han enseñado de hecho a la mayoría, tenderá a entender que es recriminándose algo como va a progresar; es una versión lateral, pero en la misma dirección, del concepto de pecador que tan bien le va al personaje y que, de una forma u otra, late continuamente en nuestro acervo popular adoptando la siguiente máxima: «es diciéndome lo mal que hago una cosa como podré hacerlo mejor». El Trabajo, y la experiencia que genera, se encarga de denostar esta idea a las primeras de cambio, mostrando además hasta qué punto, en tanto nos acogemos a ella, obtenemos justo el resultado contrario al esperado: el hecho de decirnos a nosotros mismos que somos torpes no hace sino edificar una experiencia mental de torpeza, ya que nuestro inconsciente es, por decirlo así, consecuente con los mensajes que se le dan.
Esta fase, superada cuando gracias al despertar ya tenemos una conciencia de nosotros, abre la puerta a una segunda etapa en la que son los propios retos que la existencia nos va planteando los que estimulan un progreso, porque ya estamos preparados para aceptar el envite, ya somos capaces de ver que aquello que se nos muestra como dificultad es en la mayoría de los casos un empunjoncito que la vida nos da para atender aspectos hasta ahora poco desarrollados de nuestra personalidad. Por hacer un símil, podríamos decir que, en el baile que compartimos con la vida, vemos en esta poca experimentación la causa de algún que otro pisotón a destiempo en algún paso poco practicado. Sin embargo, a estas alturas del Trabajo ya sabemos que es a base de ejercitar ese paso como acabaremos ejecutándolo correctamente al principio, y después incluso con cierta gracilidad, alejados ya de los traspiés y despuntes que, bien por acción bien por omisión (por querer evitarlos) pueden haber salpicado nuestro día a día durante lustros.
Sin embargo, el tránsito por esta segunda fase, que puede extenderse en el tiempo durante meses, o años, nos permite acceder a otra más sutil, y al tiempo muy fecunda, cuyo leitmotif no es ya la constatación de talo cual grado de desarrollo y su mejora, sino el reconocimiento de una plenitud en cada cualidad Trabajada, plenitud a la cual se trata sencillamente de dar paso. Además, esta excelencia se intuye como algo inconmensurable, lo cual convierte su ejercitamiento en una pulsión tan inagotable como progresivamente gozosa, y siempre en presente. La labor consiste entonces en ir apartando todo aquello que, de un modo u otro, nos aleje de esta vivencia de totalidad, tanto a nivel interno como en el contacto con un entorno al que cada vez integramos más en nuestra conciencia.
A modo de ejemplo con una cualidad concreta, en la primera etapa pretendemos ser buenos utilizando la fórmula de resaltar lo malos que somos y, así, “cambiar”; en la segunda tratamos de ejercitar la bondad a base de afrontar las situaciones en las que la vida nos crea dificultades para aplicarla, y en la tercera reconocemos y nos orientamos hacia una bondad esencial, esférica, y constatamos que pueden haber piedras en el camino de esa vivencia.
El primer paso es importante, porque su tránsito por él nos vacuna de desvíos, el segundo nos enseña a ejercitar nuestra conciencia en la buena dirección, y el tercero nos asienta en una realidad holística y gozosa que, aunque requiera tanto o más esfuerzo que los pasos anteriores, nos abre también paso a otras experiencias que empiezan a ir más allá de lo que podamos, o sea procedente, expresar con palabras.
Jordi, entiendo que esta tercera fase sería el segundo despertar. El cual va más allá de darse cuenta de uno mismo como actor principal de cada acción y en cada instante, sino de darse cuenta de uno mismo como canalizador de algo mucho más grande que se expresa a través de nosotros.
Sí, sabiendo que podemos Trabajar para que esta canalización sea vivida de forma cada vez más consciente y transparente al Ser.
Soy capaz de ver, que esto de escribir se me presenta como dificultad, limitación, y se que es un empujoncito que Jordi y la vida me dan para que atienda aspectos poco desarrollados de mi personalidad, que tienen que ver con el hacer.Hoy he sido consciente, de que es imposible limitarse estando despierta; por eso estoy escribiendo, sin exigencias, ni limitaciones, abierta a lo que soy, sin pretensión alguna. Un bienestar profundo me envuelve; es la alegría de ser consciente.
Jordi, ¿estas fases se entremezclan unas con otras no? Según mi experiencia a mi me parece que me voy moviendo en las tres, a veces me siento asentada en la segunda o tercera y a veces vuelvo al personaje. Creo que contactar y desarrollar éstas dos últimas fases de un modo explícito ayuda a difuminar al personaje.
Si, Laura, el paso de uno a otro es a través de subidas y bajada, pero con la tendencia e intención de irnos estabilizando en el nivel superior, para lo cual es de gran utilidad utilizar de despertador el hecho de vernos descender. Y, claro, a medida que vamos instalándonos en la segunda y la tercera el personaje va teniendo menos fuerza.
Y, además, Ana María, conviertes en operativa esta conciencia de ti, explorando terrenos que hasta ahora te eran desconocidos de forma abierta y natural. Felicidades.