
El primer estímulo para la actualización del potencial en los niños es la atención y el cuidado que reciben, inserto en unos rituales diarios que les comunican una impresión de orden y sentido; abrimos las persianas por la mañana, recibiendo el nuevo día, comentamos el tiempo que hace y los beneficios que nos aporta; nos sentamos a la mesa para compartir los alimentos, agradeciendo su provisión y reciclando los desechos que generamos; participamos en sus juegos y les animamos a colaborar en las tareas logísticas para mantener la casa.
Salimos a la naturaleza a disfrutar de todo lo que nos ofrece, observando y cuidando de los anímales y de las plantas. Y como colofón, podemos contemplar las estrellas por la noche y recogernos con ellos, en su habitación, en un descanso que bendecimos con un cuento infantil, que contribuye a crear una atmósfera de seguridad y complicidad.
Todo esto son cosas que solemos hacer, pero tenemos que convertirlas en liturgia explicándoselas, acompañando nuestros actos con palabras que ellos puedan entender, de manera que capten y estimulen su interés por averiguar lo que hacemos y por compartir el mundo con nosotros. Conviene insistir en que experimenten las capacidades esenciales de las que gozan como seres humanos, porque son las que les permitirán vivir de una forma creativa. Es un error no resaltarlas en su educación y darlas por supuestas. Su capacidad de ver es más importante que los conocimientos que adquieren; su capacidad de amar más que sus relaciones, y su capacidad de hacer más que sus actos. Cuando nosotros nos maravillamos por lo que aprenden, por el cariño que nos dan y por las habilidades que demuestran, vemos ahí algo más que una lista de cosas que han de ir realizando, vemos el espíritu que lo hace posible. Pues bien, tenemos la obligación de hacerles tomar conciencia de este espíritu, para que lo tengan como punto de referencia, tanto o más importante que nuestras instrucciones.
Por ello, más allá de compartir con nosotros esta rutina cotidiana, podemos invitarlos a experimentar el arte, la pintura, el baile, el canto y cualquier otra actividad idónea para cultivar la estética y conectar diferentes ámbitos. Si salimos al bosque podemos recoger piñas, piedras, palos bellotas y caparazones de caracol, para fabricar después en casa un mandala, un móvil, un instrumento, un juego, etc. Sin agobiarlos con un exceso de cosas, dejándoles tiempo para probar, asombrarse, experimentar; para jugar solos y, en definitiva, ser creativos.
Podemos utilizar la naturaleza y el cosmos como una puerta para que se asomen al Universo. El contacto con la naturaleza y sus procesos biológicos pueden despertar su interés por la investigación. Las fiestas tradicionales que marcan los cambios de estación son una ocasión para comentar con ellos la influencia de los astros en la agricultura y cómo el ser humano se ha adecuado a los ciclos naturales.
Podemos explicarles que nuestros antepasados han ido descubriendo cosas que, al principio, se explicaban a través de cuentos o mitos y que, más tarde, ha pasado a formar parte de la ciencia, pero dejándoles también claro que, conforme vamos entendiendo determinados fenómenos, se nos presentan nuevos misterios que tenemos que investigar.
Entre ellos, el más grande, es el propio misterio de nuestra existencia consciente. Somos capaces de experimentar nuestra naturaleza espiritual y, sin embargo, nos resulta muy difícil explicarla, porque es algo que queda por encima de la mente. El conocimiento científico irá sustituyendo explicaciones mágicas de la realidad, pero la magia seguirá presente en aspectos tan relevantes de la existencia como son la manifestación del Ser, a través de nosotros, la naturaleza del amor y la vocación de servicio que da sentido a nuestra existencia.
Jordi Sapés de Lema. Maria Pilar de Moreta. “Espiritualidad, infancia y educación”. Capítulo I, 4. Editorial Boira. 2022.
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