“Por haber comido de árbol de que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: sacarás de él el alimento con fatiga todos los días de tu vida. Te producirá espinas y abrojos y comerás la hierba del campo. Comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.” (Génesis, 3, 17-19)
Esta es la maldición a la que se condena el ser humano que decide jugar a ser Dios y convertirse en juez de la existencia. Antes de ella, el hombre vivía en el paraíso, la mar de feliz, junto con los animales, no había nada que le pareciera bueno o malo. Pero en el momento en que apareció en su conciencia la posibilidad de discriminar, convirtió este paraíso en un infierno. Lejos de valorar la vida que se le había dado y la conciencia que le facultaba para disfrutarla de un modo personal y creativo, empezó a criticarlo todo, a ver el mal por todas partes y a responsabilizar a los demás de este mal, porque el que juzga nunca se siente culpable. En consecuencia la tierra que pisaba y la convivencia con sus hermanos se le hizo insoportable, su existencia se convirtió en una lucha constante para erradicar el mal que él mismo había inventado y el contacto con la realidad se le hizo insoportable. La amargura se apoderó de su mente, su expresión facial se tornó dura y cortante, sus ojos destilaban odio exigiendo un castigo ejemplar para todos los malvados.
Cuanto más gritaba en contra del mal más bueno se sentía. En vez de utilizar manos y pies para trabajar y modelar el mundo los utilizaba para golpear, hacer ruido y ahogar la voz de los malévolos. Veía traidores por todas partes y proponía leyes que prohibieran el perdón, la compasión y la comprensión. No entendía por qué motivo había cada vez más gente mala pero estaba satisfecho de comprobar que también eran cada vez más los que se unían a él y aprobaban su combate contra la perversión. Tenía claro lo que había que hacer: conseguir el poder y utilizarlo para garantizar el bien. De este modo, todos los que ahora se sentían agraviados por cualquier motivo verían satisfechas su sed de venganza. Y mientras esto no fuera posible, él impediría que nada mejorara, que nadie pudiera sentirse tranquilo o esperanzado.
La división que esto generaba se hizo cada vez más grave y adquirió tal dimensión que Dios decidió intervenir a través de un enviado suyo consciente de su naturaleza esencial. Que advirtió:
“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante. Porque seréis medidos con la misma medida con que midáis” (Lucas, 6, 36-38)
Entonces contempló con estupor que nadie le hacía caso, ni tan solo aquellos que se declaraban partidarios suyos. De hecho, los supuestamente suyos eran los que más insultaban. Así que insistió y les dijo:
“Más bien amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio. Entonces obtendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos” (Lucas 6, 35)
Nada, silencio: como el que oye llover. Hubo uno que se atrevió a hablar de la posibilidad de absolver a los malos o de perdonarlos y tuvo que correr a desmentir sus palabras. Así que, al final el enviado, perdió la paciencia y les preguntó:
“¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo?” (Lucas, 6, 46)
Cuántas veces he oído y leído esos textos de la Biblia. ¿Qué ha pasado?
Sencillamente que ni se lo creía quien los leía ni yo mismo. ¿O sigo sin creérmelo?
Jooder Jordi (perdón por la licencia), siempre poniendo las cosas difíciles
Muchas gracias
Hace poco me encontré con una persona que maldecía e insultaba al «Creador»: si es bueno y misericordioso ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué no hace nada para remediarlo? ¿Por qué hay injusticias en el mundo? En fin, evidentemente no son argumentos novedosos porque mientras estemos dormidos en ese juicio interno constante vemos el mal por todas partes y hacemos depositarios a los demás de ello. Por otro lado, decir basándonos en creencias que todo está hecho de bien igualmente nos devuelve a la casilla de salida (“los supuestamente suyos eran los que más le insultaban»)
Si nos fijamos Jesús con sus palabras siempre nos invita a la acción: “Sed compasivos“ “Amad a vuestros enemigos” “Haced el bien” “Prestad sin esperar nada a cambio”… y por ultimo deja una sentencia en la que subyace un mensaje clarísimo: “¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo?”, es decir, olvidad las proclamas sobre el bien y el mal; olvidad los discursos sobre la trascendencia sustentados solamente en ideas sublimes y experimentad que la existencia está hecha de energía, amor e inteligencia.
Gracias Jordi por acercarnos el mensaje del evangelio.
Después de entender esto, sólo quedaría hacer silencio y actuar…porque Jesús, en esas palabras del final da en el clavo, de tal manera que el que tiene ganas de oir, escucha una campanada como un templo…y es curioso como noto que llegan estas palabras a un lugar muy próximo a mi centro, y siento así cierto dolor al darme cuenta de que hay algo que me nubla el entendimiento y que no me permite ver las cosas con esta sencillez que muestra esta historia. Bendito Trabajo que levanta la niebla y me lleva al centro.