¿Es la ciencia la única forma de conocimiento verdadero?   

 

     La intuición de que ciencia y espiritualidad son compatibles fue muy grande desde mi adolescencia. En mi afán de responder las preguntas fundamentales, comunes a esa edad, ¿quién soy?, ¿qué hago aquí?, ¿por qué las guerras?, una cosa me quedaba clara: la realidad aparente no lo es todo, hay algo además de lo que captamos con los sentidos. Me di cuenta de ello cuando experimentaba momentos de cercanía con las personas o con la naturaleza, o en los ejercicios espirituales que eran comunes por entonces en mi colegio. 

El conocido cuento de “El Principito” de Saint Exupery, vino a servirme de ayuda cuando el zorro le dice a su recién estrenado amigo, el príncipe protagonista de la historia: “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Aunque esta frase es incompleta, porque desatiende la inteligencia y la energía que somos, me mostró que había otro camino, más allá de lo racional, para situarse en el mundo. 

La ciencia proporciona un método para conocer el universo. Parte de la pregunta: ¿cómo suceden las cosas, cómo son? No atiende al por qué y, al menos las ciencias básicas, no se plantean el para qué. Considera que eso no es su objeto de trabajo, ni su cometido, abandonando esas preguntas en otras manos, en las cuales no entra: la filosofía o la religión. Simplemente dice que la naturaleza, el universo, tiene un orden y son las leyes que lo configuran las que la ciencia ha de descubrir. 

Se hace preguntas sobre lo desconocido para aproximarse al funcionamiento de las cosas, de manera experimental y comprobable. Y como algo fundamental en sus consideraciones, sabe que todo conocimiento al que se llega es provisional. No responde diciendo: “esto es así”, sino “esto es así mientras no se observe algún hecho que muestre que es falso”. No es tanto lo que afirma, sino lo que no se refuta. 

La pretendida superioridad de la ciencia que mantienen algunos, sobre otras manifestaciones del conocimiento y de la creatividad humana, ya sea el arte, la poesía o la contemplación espiritual, es una afirmación que no se sostiene en base a los postulados de la propia ciencia. Para ésta tenemos el universo ante los ojos, y hay que describir y comprender cómo funciona, de manera experimental, y sin prejuicios de ninguna clase. Ni siquiera el de cuál es su lugar entre el resto de las experiencias humanas. 

¿Es la ciencia la única forma de conocimiento verdadero? Planteaos esa pregunta y contestadla mientras contempláis un atardecer o estáis ante la persona que amáis. La respuesta afirmativa es frecuente. Pero, ¿se justifica con argumentos científicos o es más bien un prejuicio?  

Resumiendo, se puede decir que la ciencia se ocupa de lo inmanente y la espiritualidad de lo trascendente. Aquella de lo comprobable racionalmente y ésta de lo que está más allá del pensamiento. 

Un científico tan conocido como Stephen Hawking al final de su libro “la teoría del todo”, se pregunta: “¿Qué es lo que da aliento a las ecuaciones y hace un universo para que ellas lo describan?”  Es una pregunta inevitable que, a mi parecer, muestra que la necesidad que tenemos de comprender nos hace siempre ir más allá, hasta intentar conocer lo infinito. 

Antonio Blay con su sencillez habitual recuerda que la vida espiritual comienza cuando se empieza a vivir experimentalmente. Su trayectoria es un esfuerzo por integrar la cultura de Oriente, centrada en el aspecto de lo absoluto, con Occidente, centrado en lo relativo. 

Jordi Sapés nos trae la lucidez del Evangelio, interpretado en la línea de Antonio Blay. Nos indica que es un manual de Trabajo espiritual para uso cotidiano, que ilumina un mundo envuelto en conflictos y en desequilibrios. Y que los discípulos de Jesús de Nazaret creyeron que en su persona se unifican esas dos realidades, la inmanente y la trascendente, humanidad y divinidad. 

Yo por mi parte tan solo quiero  traeros mi reflexión, a partir de lo que he vivido desde la infancia, e invitaros a que volváis a ver ese Aula Magna.  

Carlos Ribot. ADCA 

Aula Magna “Ciencia y Espiritualidad” 16 octubre 2021 

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