
No se puede transmitir una experiencia, hay que vivirla; pero sí se puede hablar de ella con el intento de compartirla en la medida de lo posible. Queriendo ser concreto, voy a hacer una reflexión sobre dos temas de los allí tratados, que resultan fundamentales: el amor a los enemigos y el perdón. Y como lo voy a hacer desde el punto de vista personal, cada cual que lo interprete desde lo que a él le resuene.
Puede llamar la atención que me refiera al amor a los enemigos y al perdón desde la perspectiva del despertar. No hay recetas para mantenernos despiertos. Pero sí podemos descubrirnos dormidos, cuando aparece el personaje, en forma de cualquiera de estas dos maneras: ese es un enemigo, ese me ha agraviado con el daño que me ha hecho.
Vamos a ver. Amar a los enemigos tiene dos aspectos: el amor no es algo que se acabe, no se limita con los que ya queremos. Es expansivo, a aquellos ya los quiero. Es igual a lo que, curiosamente, entendemos bien en el centro intelectual: si ya sé algo mi curiosidad me lleva a seguir aprendiendo cosas que desconozco. Ampliar el espectro de las personas que incluimos en nuestra conciencia, los enemigos, y amarlas, no es una cuestión de santos, sino que es algo elemental de actualización del potencial en el centro emocional. La segunda parte es: ¿Quién pone el membrete de enemigo a alguien? Nadie nace siendo enemigo de otros. Igual se nos transmiten rencillas culturales o históricas, pero la mayor parte de las veces que consideramos enemigo a alguien, éste ni siquiera sabe que lo es ¿Y cuántas veces creemos que el otro nos considera así, sin haber cruzado con él ni una palabra?
Y el perdón, ¿cómo podemos definirlo? Paraos un momento a pensar vuestra manera de entenderlo. Puede que salga el personaje diciendo que tal o cual persona no merece ser perdonada porque es muy gordo lo que nos ha hecho. O puede también que, para parecer muy buenos, decidamos perdonarla. Todo esto forma parte del sueño del personaje. Si despertamos, veremos que el que se ha sentido agraviado ha sido el personaje; veremos que los actos de los demás nos pueden perjudicar, pero no agraviar. Despierto, me abro a la evidencia de que ya soy, que no tengo que llegar a ser nada, y que mi realidad esencial no puede crecer ni disminuir como consecuencia de nada de lo que me sucede. Así que no hay nada que perdonar ¿Parece difícil? Eso significa que tenemos camino por recorrer.
Lo que he visto en el retiro, es que cada vez que me sienta agraviado o cada vez que se me aparezca un enemigo, debo sospechar que estoy dormido. Así que no es cuestión de ver si lo perdono o no, es cuestión de despertar; y a poder ser de abrirme a lo superior.
Esto es lo que vivimos en Oseira, la presencia de Dios en nuestro devenir cotidiano. La conciencia de su presencia nos eleva a otra dimensión, donde no hay agravios personales, juicios o condenas y, por tanto, esta cuestión del perdón carece de sentido. Lo que sí hay es la evidencia de conflictos por todas partes en las que debemos intentar aportar algo para que se resuelvan. Porque ¿qué cambia en la realidad el hecho de que yo perdone a alguien que considero que me ha agraviado? Todo sigue igual, excepto que yo quizás me siento menos amargado.
Carlos Ribot.
Imagen propia.

Gracias Carlos por compartir tu experiencia. Me ha gustado la expresión «Los actos de los demás pueden perjudicarnos, pero no agraviarnos». Ese matiz es importante tenerlo presente para no confundir lo que nos sucede con algún aspecto erróneo de nuestra identidad. Como bien dices: «Despierto, me abro a la evidencia de que ya soy y que mi realidad esencial no puede crecer ni disminuir como consecuencia de nada de lo que me sucede». Muchas gracias por el texto.
Davinia
Gracias por tu comentario, Davinia.
No entiendo bien lo que quieres decir con «no confundir lo que nos sucede con algún aspecto erróneo de nuestra identidad».
Un saludo