
Cuando respondemos a lo que el entorno nos presenta, tomamos conciencia de que no existe un yo personal independiente, porque para pensar, sentir y hacer es indispensable un objeto que pueda ser pensado, evaluado o transformado.
Nuestra evolución personal adquiere de forma natural un componente impersonal que nos hace conscientes de pertenecer a algo superior que nos incluye: la familia, la nación, la civilización, la humanidad y los entes dotados de conciencia. Hemos nacido en el seno de estos colectivos, no somos figuritas de un belén que se colocan en él cuando está terminado: formamos parte del belén; estamos hechos en el belén y para el belén.
Tomar conciencia de esta dimensión colectiva es el primer paso en la experiencia de lo Superior. El amor es lo que define al ser humano, no la racionalidad: ésta puede actuar en base a presupuestos egocéntricos, el amor no. No hablamos de sentimentalismos, de filias y fobias; hablamos de implicación en la colectividad, de participación, de responsabilidad y de voluntariado.
Y también de aceptar la herencia social recibida: en lo que tiene de bueno y en lo que conviene mejorar. Así que, los niveles superiores de conciencia no son ámbitos en los que refugiarse del malestar social, sino todo lo contrario. La espiritualidad no sirve para escapar del mundo, sirve para procurar que lo Superior descienda a este plano terrenal e ilumine el ámbito en que participamos.
Sin embargo, ninguna experiencia en los niveles superiores colectivos o filosóficos resulta útil para experimentar la trascendencia. Aquí es donde afirmamos con voz alta que la espiritualidad es la experiencia del espíritu y que el espíritu está relacionado con la Esencia, no con la existencia.
Por eso, las palabras de Jesús al joven que quiere seguirle: ha de morir en este plano material y volver a nacer en el espiritual. Y este consejo no es vano porque, a menudo, imaginamos la trascendencia como lo mismo que la existencia, pero en otro plano; trasladamos lo inferior a lo Superior, imaginamos a Dios a nuestra imagen y semejanza, como decía Feuerbach. Y es al contrario: el Ser ya se está expresando en este nivel material, porque se expresa en todos los niveles, porque todas las formas de todos los niveles están hechas de Él y por Él.
Según Antonio Blay, la impersonalidad es la puerta de acceso a la esencia porque permite invertir nuestros esfuerzos en algo que no llegaremos a experimentar personalmente. Participar en este proceso nos hace tomar conciencia de que solo somos una manifestación temporal de la única Energía, de la única Inteligencia y del único Amor que es real: Dios.
Jordi Sapés de Lema. “El Evangelio interpretado desde la línea de Antonio Blay”. Boira Editorial. 2020.

Me ha costado entender el texto,tras varias lecturas,me viene la reflexión de si este proceso de ser conscientes de la trascendencia es semejante a lo q se considera despertar,tenemos q hacer un esfuerzo para incluirnos a nosotros mismos en la observación de lo cotidiano,nosotros formamos parte de lo divino,de lo superior manifestándose,si a lo divino le atribuimos características humanas lo desvirtuamos ,lo sacamos fuera del juego mismo de la trascendencia.Bueno ahí va mi reflexión,no sé si es acertado para la visión de Antonio Blay.
El mejor ejemplo de cómo lo divino no se desvirtúa al atribuirle características humanas es Cristo. Hay varios niveles de conciencia y cada nivel supone un nuevo despertar. El último es la conciencia de que nuestra esencia e identidad es el propio Dios.
Magnífico artículo. Muchas gracias.