El origen de la belleza

La ambición por representar la realidad mediante el dibujo y la pintura siempre ha sido una aventura excitante para mí. A menudo he tenido una  experiencia de amor y felicidad trabajando con la intención de crear algo nuevo y sorprendente. Muchas veces, el resultado no tiene nada que ver con el motivo representado, pero es un resultado con entidad y coherencia de por sí y eso es lo que importa: conseguir un lenguaje propio que se sostenga. 

Gracias al trabajo interior he evolucionado como artista. Al principio, como en todas las profesiones, tienes poca seguridad y has de trabajar mucho para obtener resultados, pero con el tiempo ganas soltura. Cada vez que manchas la superficie, es para señalar algo intencionalmente, conociendo el resultado que has obtenido en anteriores intentos y dudando de si has de pretender un nivel más elevado. Pero decides jugar con un lenguaje más sofisticado y vuelves a constatar que estás inmerso en una maravillosa carrera de fondo en la que cada etapa ofrece un destino revelador.

Todos sabemos que no hace falta ser artista para captar la belleza que nos rodea con la mayor profundidad posible, disfrutando de la infinita fortuna de estar aquí; de gozar de la experiencia de acariciar la luz desde el amor y la energía que somos. Mirando con esta intención de acariciar, vemos que la luz es en todo momento la que dirige la orquestra. Es ella la que decide qué forma y tonalidad adopta cada cosa, desde que nos levantamos por la mañana hasta que cerramos los ojos para descansar. La luz incide sobre todo, por eso la pintura es esencialmente luz: es la calidad de la luz lo que determina que un color tenga un tono a u otro; si el día está nublado, los objetos presentan colores más fríos: azulados y verdes; si es soleado, colores cálidos y brillantes. 

La luz y el color transmiten emociones y energía, igual que el trazo y las pinceladas. Y es que el arte es comunicación pura, conversación directa. Hay quien se comunica a partir de pinceladas gruesas y rectas, transmitiendo firmeza y contundencia, y hay quien habla con una pincelada fina y curvilínea que invita a un baile ligero y sinuoso.

Para pintar algo con profundidad tenemos que captar realmente más allá de lo que ven nuestros ojos. Tenemos que mirarlo desde esta luz fundamental que no está fuera, sino en nosotros: Es la luz que nos permite ver el ser de las cosas, la luz interna que tiene todo. Como indica el Trabajo: captar al Ser en cada cosa que vemos. El reto no puede ser más maravilloso: así como el interés que tiene para ti una obra de arte depende básicamente de la atención que tú le pones, la profundidad con la que contemplas las cosas y las personas es exactamente la misma con la que te vives a ti mismo.

La luz fundamental somos siempre nosotros; si caminamos hacia nuestro origen llegaremos quizá a experimentar que somos el Creador de todo cuánto existe. Por eso nos apasiona recrearlo una y otra vez, sea pintándolo, sea viviéndolo.  

 

2 comentarios en “El origen de la belleza”

  1. El artista reproduce lo que Dios ha creado y lo hace consciente de este hecho. De lo contrario reproduce algo sin vida y necesita que el público se la preste. Y si el público no es consciente de ser vida la decepción es doble.
    Este escrito de Miquel revela que lo ha visto.

  2. Miquel, ves lo obvio para ir más allá de lo que resulta obvio. Allí donde el corazón te lleva.
    A mí la trascendencia me ha despertado el interés por infinitud de cosas, infinitud.
    Ahora, por ejemplo, estoy leyendo un libro sobre terapia Gestalt, ¡impensable en otro tiempo!
    Se notan los años de edad, ¡pero el espíritu se mantiene joven!
    Hasta pronto.

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