Preparar la llegada del que va a nacer 

    El espíritu no es una creencia, es una realidad que pasa desapercibida para la mayoría de las personas. Algunas creen en su existencia, pero jamás lo han contrastado de manera experimental. Sin embargo, si lo hemos descubierto en nosotros mismos, lo percibiremos con total evidencia en el recién nacido y seremos capaces de despertar y mantener en él la conciencia de su naturaleza Esencial. Lo cierto es que, incluso sin tener vínculo alguno con la espiritualidad, la perspectiva del nacimiento de un nuevo ser, que llega al mundo a través de nosotros o en el seno de nuestra familia, es una ocasión especialmente propicia para sintonizar con esta realidad sutil del ser humano. 

Nosotros consideramos el nacimiento de cualquier persona como una manifestación del ser Esencial, que se realiza a través de un cuerpo físico, proporcionado por los padres, y de una mente cuyos contenidos van a proveer los propios padres, los maestros y todas las personas del entorno en el que se dispone a nacer. Estos contenidos acostumbran a resumir,  en mayor o menor grado, la historia de la humanidad hasta el momento presente. Así que podemos afirmar que, cualquier nacimiento, tiene una triple filiación: espiritual, parental y social. Ésta es una triple influencia que deberemos tener muy en cuenta al contemplar su desarrollo. 

El caso es que todo el mundo resalta la frescura, la espontaneidad y el gozo que se refleja en los seres humanos recién llegados. No es difícil percibir en ellos la capacidad de ver, amar y hacer, que determina nuestra naturaleza Esencial. El ser humano comparte con todos los entes una realidad de energía, organizada de una forma que posibilita una existencia estable durante un largo periodo de tiempo; y esta organización necesita para su subsistencia del concurso de otras formas. 

Esta dependencia, que en otros seres solo es material –el alimento que consumen y el aire que respiran-, en el caso del ser humano es también emocional y psicológica. El individuo es capaz de utilizar la energía, la inteligencia y el amor que es de un modo personal, consciente y voluntario; pero, inicialmente, precisa ser protegido, alimentado querido e instruido, de cara al desarrollo integral que él protagonizará. Porque si hay algo en el mundo que transparente de manera tan evidente la capacidad que el hombre tiene de entender, querer y actuar, es una criatura en los primeros años de su existencia. 

Lo sorprendente es que damos por supuesto que este brillo, tan evidente en las etapas iniciales de la existencia, desaparecerá a medida que la criatura crezca. Aunque parezca mentira, atribuimos este resplandor y esta vivacidad a la falta de información y de experiencia que el pequeño tiene del mundo. Lo llamamos “inocencia”, en el sentido de ingenuidad o desconocimiento, y damos por hecho que se disipará a medida que vaya conociendo y experimentando la realidad en la que ha nacido. Incluso ponemos fecha a esta desaparición: suponemos que se dará en torno a los siete años, cuando alcance “uso de razón”, la capacidad para razonar. Como si esta capacidad de razonar lo llevara a descubrir una realidad decepcionante. 

Y bien, preguntémonos cuánta experiencia del mundo puede tener un niño o una niña de siete años en nuestra sociedad occidental: está claro que más bien poca. Así que, si a los siete años de edad este infante ya desconfía de sí mismo y del mundo, si ya se siente obligado a medir su conducta para evitar problemas y asegurarse de continuar siendo querido y atendido, conviene que examinemos qué clase de información acerca del mundo y acerca de sí mismo le hemos transmitido. Porque lo más probable es que, más que en su propia experiencia, se esté apoyando en esta información o sacando conclusiones de las respuestas que ha recibido por nuestra parte. No olvidemos que, en los primeros años de vida, los padres y el hogar constituyen el mundo y la única referencia de la realidad que los niños tienen.  

[…] 

La creación es un proceso en el que cada generación hace su propia aportación. No podemos concebir el final, pero podemos intuir e imaginar que dará continuidad a nuestra existencia; sobre todo, si estamos trabajando para hacer posible un mundo mejor, más consciente, solidario y creativo. Sabemos que nosotros no lo veremos, pero nos disponemos a preparar a las generaciones que nos han de suceder para que nos releven en este proyecto, seguros de que ellos lo llevarán más allá de lo que en estos momentos intuimos como posible. 

Colaborar en la llegada de un nuevo individuo al mundo constituye uno de los estímulos más importantes para la actualización del potencial que somos. Actualizar este potencial es la razón de nuestra existencia personal; y, en este caso, además de hacerlo a través de nuestra personalidad, vamos a ser  testigos de cómo se manifiesta en la del nuevo ser, sin ningún tipo de condicionamiento, en estado puro. Esta es una gran oportunidad que tenemos para vivir la experiencia de la unidad en lo esencial. Dar la vida a un nuevo ser es una especial ocasión para constatar que la vida es eterna y se renueva a través del amor. 

Jordi Sapés de Lema, Maria Pilar de Moreta. “Espiritualidad, infancia y educación. Capítulo I, Cultivar la Conciencia”. Editorial Boira. 2022. 

Foto: Boira editorial. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio
logo.adca
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.