Las prisas y el Trabajo.

En el Trabajo, y en concreto en la tarea de despertar en nuestra vida cotidiana, suele darse una situación muy común, que es la dificultad en despertar cuando tenemos prisa. Si en ese momento suena un despertador, hay un dilema evidente entre atendernos a nosotros o seguir en pos de aquella actividad, a veces tan trascendente como ir a comprar una barra de pan.

Esta dificultad suele superarse tras no pocas semanas o meses de esfuerzo, y aún así de tanto en tanto vuelve a aparecer en determinadas ocasiones con la fuerza suficiente como para, como mínimo, ponernos a prueba.

Quisiera en este artículo constatar algunos mecanismos que tienen lugar a un nivel más bien subconsciente y cuyo conocimiento puede ayudarnos en esta tarea de ser cada vez más nosotros mismos, aunque vayan a cerrar el supermercado.

El primer aspecto que quiero destacar es el carácter redentor, tan falso como arraigado, con el que el personaje suele presentarnos esta premura en llevar a cabo tal o cual tarea. Una redención que, como todas, y por seguir utilizando una terminología religiosa acorde con tiempos de Pascua, toma forma a partir de un “pecado” por resolver, de una vivencia interior determinada que vivimos de forma negativa y que precisa ser reparada, y además serlo de una forma concreta: a través de la consecución pronta de aquello que tenemos entre manos. Si nos fijamos, nos será fácil reconocer en nosotros una sensación, una nota de fondo que se expresa en un abanico que puede abarcar desde una ligera punzada desagradable hasta una angustia severa, y que es la que en un principio nos impele a poner esa tarea por delante de cualquier cosa, y de nosotros. 

Esta sensación tiene un gran efecto distorsionador de la realidad, lo cual se hace evidente cuando le preguntamos a la persona ¿qué imagina el personaje que pasará si no atiende a estas prisas? la respuesta que solemos obtener suele ser bastante desproporcionada, como si el hecho de darnos unos pocos segundos para tomar conciencia de nosotros fuera razón suficiente como para que peligrara nuestro puesto laboral por no contestar un mail de forma inmediata, o para perder el amor y el respeto de nuestros seres queridos por no volver pronto a casa con una barra de cuarto integral, por poner sólo dos ejemplos. 

Podemos constatar, pues, en esta dinámica una trampa que a poco que sigamos dormidos tiene el poder de atenazarnos, pero que podemos poner en evidencia, a base de desenmascarar tanto esta identificación con las limitaciones del yo-idea que cristaliza en ese malestar punzante que nos impulsa a hacer como, también, la falsa promesa con la que el yo-ideal supuestamente nos salvará de este tormento: si conseguimos tal o cual objetivo todo se arreglará: la angustia cesará, los demás nos valorarán y, por tanto, también podremos hacerlo nosotros.

Por ejemplo, podemos detenernos en esa angustia o malestar y observar qué cuadro dibuja de nosotros: ¿somos unos gandules porque nos hemos quedado más tiempo del debido en cama?, ¿somos unos inmaduros porque hemos dejado volar la imaginación con alguna situación agradable y se nos echa el tiempo encima? ¿somos unos irresponsables porque nos hemos enganchado al televisor viendo una serie o película y ahora esto nos escuece? O, ¿hay algo más? ¿Cual es el origen de esta condena con grilletes que debemos redimir y que la única forma de hacerlo es obtener tal o cual resultado en tal o cual actividad y en tal o cual periodo de tiempo? Y aquí podemos observar otro aspecto reseñable, que es la gran carga social que todos hemos recibido en cuanto al valor de la actividad por la actividad, la loa de una productividad a menudo ciega y, en cierto modo cercana al consumismo, igualmente ciego, que no tiene en cuenta nuestra presencia a la hora de hacer, una presencia que impregnaría de amor y cuidado todo lo que hacemos, y que iría acompañada de la energía y la inteligencia que le da sentido, lucidez y vida. Porque cada cosa que hacemos, despiertos, deviene un diálogo fecundo con el exterior, una realización en sí misma en tanto que nos invita a invertir lo mejor de nosotros en ello, y nos permite disfrutar de este intercambio con la realidad en toda su dimensión. Pero, mal podemos hacer esto si en lugar de recrearnos estamos en juego, si en lugar de actualizar lo que somos en relación con algo necesitamos ansiosamente que ese algo salga de una forma y en un plazo de tiempo determinados. Entonces no hay ningún atisbo de nosotros, sólo la noción de incertidumbre que padecemos al depender del resultado para Ser.

 

7 comentarios en “Las prisas y el Trabajo.”

  1. Abrir el espacio a la sensación de no tener prisa, y desinflar las obligaciones marcadas por cumplir objetivos o expectativas es….una maravilla . Y esto no quiere decir que no exista una gran actividad incluso. Creo que hablas de un efecto del despertar y del concepto taoísta de wu-wei o la no-acción, es el hacer sin esfuerzo, como algo natural, donde la acción se vuelve eficaz.

  2. Si estoy despierto soy capaz de ver la prisa, las implicaciones que ella tiene y soy capaz de dar una respuesta adecuada. No se trata de no ir a por la barra de pan, ni de ir más despacio, se trataría, despiertos de responder a esa supuesta necesidad con una rspuesta lúcida. El otro día una compañera de trabajo me pidió unos papeles a las dos de la tarde para que se los devolviera rellenos antes de las tres, porque se iba de vacaciones. Tranquilamente hablando con ella pudimos ver, juntos, que no pasaba nada si los papeles esperaban a la vuelta de esas vacaciones. La respuesta siempre es estar despiertos, lo difícil a mi altura del Trabajo es mantenerme despierto, sobre todo en circunstancias que son hipnóticas para mì. En ese caso el personaje tiene mucho/todo que ver, y la tarea es descurir el personaje para que desaparezca. En mi caso la dificultad está en que el personaje quiere resolver los problemas que él mismo genera por sí solo, y se resiste que otro (quien me tutoriza el Trabajo) meta mano.

  3. Perdonad el siguiente comentario porque no entiendo de física y de la relatividad del tiempo, pero esta sensación que describe Calm la he sufrido mucho tiempo, los plazos, los malditos plazos, el correr del reloj, la actividad desenfrenada…
    Años de lucha con lo mismo, «no me da tiempo» era la frase que bien se pudo poner en mi lápida si llego a morir en esos años. Si no acababa mi tarea a tiempo: sentimiento de floja e incompetente. Si decía que no a cualquier persona: sentimiento de insolidaria y egoísta. Si no me preocupaba por el hogar: sentimiento de guarra y despreocupada.
    ¿Dónde estaba yo? Analizaba y sencillamente no estaba, las circunstancias estaban por mí, yo simplemente había desaparecido.
    Discutiendo como siempre con el Jordi decidí ponerme a prueba en un día épico en el que la bandeja de entrada estaba tan cargadita que el procesador bien podría haber salido ardiendo. Ese día decidí que las circunstancias fuesen las que fuesen no vencerían mi capacidad de percibirme, de estar presente…no puedo relatar cada circunstancia, cómo se resolvió, eso forma parte del anecdotario de cualquier diario; lo sorprendente es que el tiempo se estiró como un chicle. Hay un famoso santuario en Extremadura que es conocido como el monasterio de «Tentudía», en sus alrededores un grupo de cristianos pretendía reconquistar el lugar a los musulmanes pero precisaban de luz del día porque no conocían demasiado bien el terreno, rezaron a Dios para que se detuviera el día y no se pusiese el sol para poder lograrlo, y cuenta la leyenda que el sol se detuvo hasta que lograron reconquistarlo. Puedo asegurar que esta impresión la tuve ese día, y sin necesidad de milagros, el milagro fue que el tic-tac del reloj se paró cuando dejé de mirarlo y me vi a mi misma, presente, en ese momento.

  4. Creo que entre las prisas del personaje y la paciencia de Dios (o del Ser, o la Paciencia simplemente), existe tanta o más distancia que de la Tierra al Sol.
    Hemos de ir pasando de una cosa a la otra por evidencia, y no por obligación.

  5. Sí, Laura, la acción se vuelve eficaz al devenir la respuesta natural a un estímulo, una frase sincera dentro del dialogo permanente que establecemos con la realidad. Las prisas, en este sentido, no hacen sino desnaturalizar este diálogo.

  6. Tal como dices Carlos, si estás despierto puedes tratar las cosas de otra manera, entre otras cosas mucho más real, lo complicado es cuando no eres tú el que se relaciona con ellas sino un entramado de miedos y proyecciones que, por su propia naturaleza, ni siquiera puede aceptar ninguna ayuda. Ya va bien que todo chirríe, así se hace más evidente la funcionalidad de uno y otro.

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