¿Qué sentido tiene hablar de ciencia y espiritualidad hoy?

Carlos Ribot

Nos despertamos estos días con el titular periodístico del Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres diciendo que “estamos cavando nuestras tumbas”. Parecería que es necesario ponerse trágicos para conmover a los políticos asistentes a la cumbre de Glasgow y conseguir que algo cambie. Al mismo tiempo nos viene a recordar que somos mortales, como individuos y como especie. Que podemos desaparecer. Y que lo conseguiremos si no se produce el esperado cambio.

 

     Ahora bien, parece que el mundo tiene poca intención de hacerlo. De hecho, la concentración de CO2 en la atmósfera es, en el día que escribo estas letras, mayor que hace un año.

     ¿Dónde está pues el debate? ¿Cuál es la pregunta que tenemos que contestar para poder avanzar en el camino del progreso e invertir esta tendencia autodestructiva?

    

     Necesariamente la pregunta se tiene que situar en el mundo de la filosofía, y la respuesta colocarnos en el lugar de lo que somos. A la vez hacerla compatible con el misterio, la nostalgia de ser y la experiencia que tenemos de ello. Yo la formularía así: ¿Tiene sentido la existencia de los seres humanos en el universo, o bien somos un accidente de la espontaneidad del azar, y no tenemos ninguna trascendencia, y por lo tanto es irrelevante que existamos o no?

    

     Si os dais cuenta, estamos introduciendo las dos categorías que dan título a este artículo: la búsqueda de explicación científica sobre nuestro origen, y la esencia trascendente que desde el Trabajo experimentamos.

    

     Descubro con cierta sorpresa, que la mayor parte de los científicos que, ya a principios del siglo XX, redefinieron la ciencia en la forma de la teoría de la relatividad (Einstein) y de la física cuántica (desde el primero, Planck, hasta muchos más que le siguieron), tenían una comprensión del universo en la que de una u otra manera entraba un Mente Primordial,  Divina,  Universal, que daba explicación al orden natural que contemplaban.

 

     Y me llama la atención, la descalificación actual de la creencia en esa Mente Superior y la supuestamente objetiva pero falsa conclusión de que esa creencia es incompatible con el conocimiento válido y con cualquier acercamiento científico.

     

     En palabras poéticas, Stephen Hawking lo expresa así, hablando de la buscada, y no encontrada todavía, teoría que unifique la física del universo:  « Incluso si solo hay una teoría unificada posible, se trataría simplemente de un conjunto de leyes y ecuaciones. ¿Qué es lo que insufla fuego en las ecuaciones y hace que haya un universo que puedan describir?» (1)

    

     Probablemente, si no desaparecemos de la faz de la tierra, estamos en los albores de un nuevo comienzo, en el que la ciencia y la espiritualidad se acercarán la una a la otra con los consiguientes descubrimientos. Quizá sea verdad aquello que dicen algunos científicos rigurosos y de mentalidad abierta, que la ciencia no ha hecho más que empezar. 

     Pero cuidado, la tarea no es del otro. Ser conscientes de esto nos conduce a no escurrir el bulto. Sólo de esta manera podremos dejar de echar basura sobre nuestras tumbas.

(1) Stephen Hawking , A Brief History of Time , Bantam, Nueva York , 1988; trad. esp. de J. M . Sánchez Ron, Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros, Alianza, Madrid, 2011.

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