Volviendo al papel que juega lo superior en nuestra existencia a través de estos acontecimientos que contemplamos:
«Está claro que, sin esta demanda, el hombre dormirá en el sueño de su ignorancia y de su muerte. Pero su sensación es lo que da sentido a la historia humana con sus guerras, hambrunas, catástrofes, violencias e injusticias; porque precisamente ahí se va desarrollando este proyecto de ser, que nos parece tan limitado, paradójico, desconcertante y doloroso. La historia humana es una verdadera aventura amorosa que tiene muy poco que ver con un intento abstractivo de meditación puramente solipsista. Dios es amor, espíritu y luz, según el evangelista Juan. Y lo demuestra porque ha enviado a su Hijo a este cosmos de muerte para otorgar la vida a los hombres. Ese amor divino es movimiento vital, forma existencial, realización del mismo Dios en este mundo. Aquí, no se nos revela tan solo una propiedad divina, sino Dios mismo en toda su realidad: Dios como ser que ama. Ya lo era desde siempre, pero “entre nosotros” solo pudo expresarse en la venida de su Hijo a la Historia humana. Y únicamente contando con esta condición nosotros nos podemos amar, porque él nos ha amado primero».
Fijaos que hemos sido educados con ciertas expectativas: “fueron felices y comieron perdices”. Pero claro, lo fueron después de haber superado situaciones muy complicadas. Por eso son interesantes los cuentos; porque los protagonistas superan dificultades.
Imaginaos una narración en la que todo el mundo cumple con su cometido y nadie tiene dificultad alguna; todo el mundo va cada día de casa al trabajo y del trabajo a casa; sin meterse en líos ni buscarse problemas. ¿Qué interés tendría esta narración? Sin estas situaciones complicadas a las que intentamos responder, ¿cómo sería nuestra existencia?, ¿un recorrido de la cuna a la tumba sin mayores sobresaltos?
Cuando echamos una mirada a la historia advertimos grandes avances que protagonizaron en su momento nuestros antepasados. Sin embargo, estamos muy lejos de lo que el ser humano puede dar de sí. Por eso nos involucramos en los problemas que se nos presentan, por este impulso a realizar algo que intuimos como un mandato depositado en nuestro corazón.
Es un impulso inherente a nuestra naturaleza espiritual que tira de nosotros para que ampliemos la conciencia de nuestra realidad hasta alcanzar el nivel que revistió Jesucristo. Siempre se nos ha indicado que hemos de “imitar” a Cristo. ¿Cómo podríamos hacerlo si nuestra naturaleza no fuera como la suya? ¿Acaso una tortuga puede imitar a un caballo?
Pues, atando cabos, si Cristo se nos presenta como el Logos encarnado, a quien Dios quiere porque es su propia imagen, esta es también la atención que recibimos nosotros. Y vamos tomando conciencia de ello a medida que respondemos con este mismo amor que nos ha sido dado.
Imagen: Pixabay
Tengo dos preguntas para Jordi.
Quieres decir que la dificultad nos catapulta y vivir lo que ya no es dificultoso nos refuerza, ¿no?
Y la otra pregunta sería: Dios nos invita a actuar y nos da el impulso a través de la dificultad, ¿no?
Un abrazo para todos
Maria Jesús, por problemas técnicos te paso yo la respuesta de Jordi:
1.- La dificultad nos catapulta y vivir lo que ya no es dificultoso nos refuerza, ¿no?
No, no hago esta reflexión; lo que intento resaltar es que este deseo tan extendido de no querer o no buscarse problemas es sinónimo de muerte espiritual.
2.-Las dificultades son imprescindibles para avanzar. Nos ponen en la tesitura de hacer algo que no estamos acostumbrados. Y nos obligan a actualizar el potencial.